Fernando Mires - INTERPRETANDO AL (NUEVO) IMPERIO AMERICANO




Qué lejos se ven en los tiempos en los cuales pensábamos el mundo de acuerdo a la razón ideológica. Cada cosa estaba puesta en su lugar, los enemigos estaban claramente definidos. Para unos eran los comunistas; para otros, los capitalistas. La Guerra Fría había impuesto sus paradigmas en nuestros cerebros. Muchas veces, en verdad, no pensábamos. Creíamos hacerlo. Más bien éramos ideológicamente pensados. Pero las cosas han cambiado. Vivimos -sobre eso ya no hay ninguna duda- en tiempos posideológicos. Ya no hay paradigmas que guíen nuestro pensamiento; cada día descubrimos variables nuevas en una jungla política internacional que parece no seguir una lógica predeterminada. Hay incluso autores que suelen cambiar de opiniones en breves lapsos, algo perfectamente comprensible. Queremos entender. Para eso cada día leemos artículos y textos diferentes y así formar alguna opinión relativamente duradera. En ese propósito, tuve ocasión de leer casi a reglón seguido a dos autores cuyos pensamientos en torno a la política mundial no pueden ser más diferentes. Ambos académicos de renombre internacional. Los dos, avezados geoestrategas. Decidí confrontarlos en un solo texto para emitir finalmente mis propias, pero transitorias opiniones. No estoy muy seguro de haberlo logrado.

1.
Niall Ferguson, profesor en Harvard, parte de un principio muy elemental: cada nuevo gobierno de línea diferente al anterior surge de los fracasos o errores del gobierno al que anteriormente se oponía. De acuerdo con esa simplicidad, el gobierno de Trump -es también la premisa de Ferguson– hace su puesta en escena como consecuencia de los fracasos y errores del gobierno Biden, entre los cuales se cuentan, más que en otras ocasiones, la política internacional.

No se trata de que la política internacional sea muy decisiva en elecciones nacionales. Casi todos los políticos están de acuerdo en que la política internacional, aunque sea la de una nación imperial como los Estados Unidos, no es relevante en el plano electoral. Pero sí lo es cuando la oposición ha logrado imponer la idea de que una mala política internacional es causa del deterioro del bienestar nacional, de la disminución de los ingresos, de las fallas en el sistema distributivo. Así Trump, con sus simplificaciones tuvo éxito con su idea de que los errores de la administración Biden habían llevado a otra naciones, principalmente a las europeas, y por supuesto a China, a aprovecharse de la ingenuidad y buena voluntad de los Estados Unidos. Vista de esa manera, la política arancelaria impuesta por Trump a diversas naciones, es coherente con sus formulaciones electorales, sean estas corrrectas o no. Estados unidos debe a volver a ocupar el lugar que otrora (aunque sea imaginariamente) ocupara, fue la máxima central del movimiento MAGA.

Según Ferguson, de acuerdo al texto de una entrevista concedida a la revista digital Noema, el resurgimiento de la Yihad Islámica en el Oriente Medio y la invasión de Rusia a Ucrania deben ser puestos en el saldo negativo del gobierno Biden. Más aún, afirma Ferguson, la alianza de los cuatro, formada por Rusia, China, Corea del Norte e Irán, es el resultado directo del fracaso de la política diplomática del gobierno Biden. Por culpa de esa política, es la versión de Trump, Estados Unidos ha debilitado su presencia exterior y con ello ha desestabilizado a la política interior. La alianza anti norteamericana formada durante Biden, deberá ser desarticulada por Trump y, por ese motivo, opina Ferguson, ninguno de los cuatro países nombrados se siente muy feliz con el ascenso del trumpismo al poder, como suelen opinar los enemigos de Trump.

Trump, siguiendo la partitura de sus seguidores, será el encargado de poner orden allí donde Biden solo había creado desorden. Para eso los Estados Unidos se encuentran obligados a imponer
su presencia imperial. Una presencia que siempre había mantenido, aduce Ferguson. Pero con vacilaciones e hipocresías. De lo que ahora se trata es hacer esa presencia más coherente y más visible. En breves palabras, los Estados Unidos no solo deben ser un imperio; además deben aparecer como un imperio. En ese punto, Ferguson sigue una de las principales tesis de Maquiavelo: “un príncipe debe ser temido pero no odiado. Es preferible ser temido que amado ...."

En la entrevista mencionada Ferguson, seguidor de las doctrinas de Kissinger (de quien es su biógrafo más notable) no hace más que reforzar las principales tesis expuestas en su divulgado libro Coloso, libro que puede ser considerado como una apología del rol imperial que deben cumplir los Estados Unidos en un mundo donde no puede dejar de ser un imperio porque simplemente lo es (tesis ya planteada, aunque con otras intenciones, por Michael Ignatieff)

Como es su costumbre, Ferguson argumenta muy bien. Para el geoestratega, el presidente Trump no inventó nada nuevo. El argumento relativo a que Trump intenta fundar un nuevo orden imperial, como aducen no pocos de sus adversarios, tiende a embellecer un pasado que nunca existió. Por el contrario, afirma Fergusson, desde 1945 los Estados Unidos no han dejado nunca de ser un imperio en lucha contra otros imperios. Ayer lo fue en contra del imperio soviético y hoy ese lugar está ocupado hoy por el imperio chino.

Trump no niega que su país sea un imperio. Todo lo contrario, está orgulloso de ser un presidente imperial. Un orden mundial de carácter liberal no ha existido nunca, aduce Fergusson, y no sin razón. Es solo un mito del pasado. La diferencia crucial es que Trump no solo piensa así; además lo dice. Está convencido, como muchos estadounidenses, que Groenlandia y el Canal de Panamá pertenecen a los EE UU. de la misma manera que Putin está convencido de que Ucrania pertenece a Rusia. .

Durante la campaña electoral, Trump afirmó que al personaje de la historia de su país que más admira es Mckinley. Y todos sabemos que el ptrdifrmzr Mckinley, como resultado de la guerra hispanoamericana, anexó Puerto Rico, Guam y Filipinas y aseguró derechos norteamericanos sobre Cuba. Desde esa perspectiva, podemos decir, siguiendo a Ferguson, que, para Trump y su corte, Occidente es el espacio geopolítico donde los Estados Unidos siempre ejercen su hegemonía de acuerdo a sus intereses. Luego, para Trump y sus ideólogos, no es la defensa de Occidente lo que determina el lugar político y militar de los Estados Unidos en el mundo, sino la defensa de los Estados Unidos es lo que determina la existencia de Occidente.

La caridad comienza por casa, podría ser una máxima del actual presidente norteamericano. Quien siga a la política, sobre todo a la económica de los EE UU, pasará a formar parte de la órbita occidental. Si Europa no se adapta a los intereses norteamericanos, dejará de ser occidental. Pero si las naciones europeas siguen el ejemplo de Orban en Hungría o de Meloni en Italia, Europa podría continuar siendo occidental. O el Occidente es controlado por un imperio, o será un conglomerado de naciones sin unidad, sin coherencia, sin conducción. Es por eso –este es el argumento Fergusson– la lucha final deberá ser librada por dos imperios, el norteamericano y el chino. Una nueva Guerra Fría, agrega Ferguson, pero con diferentes enemigos.

Así se explica porque Trump no hace demasiado esfuerzos por apoyar a Ucrania en contra de las pretensiones de Putin pero sí intenta apoyar a Putin en sus pretensiones europeas. El mundo, es la conclusión final de Ferguson, es y será bipolar y no multipolar como quieren hacernos creer los adversarios del gobierno de Trump. La decisión final, cree Fergusson, adoptando la misma posición tecno-economicista de Trump, se decidirá en los campos de la tecnología y de la IA y no en los campos (o cielos) de batallas.

2.
Muchos lectores pueden pensar que Niall Ferguson es un abogado defensor de las ideas trumpistas. Sin embargo, aquí no lo vemos de ese modo. Para quienes conocemos, aunque sea en parte, su trayectoria intelectual, Ferguson pertenece a la escuela de la geopolítica realista, y su intención es desprenderse, así como intentó Kissinger, de lazos ideológicos, moralistas y emocionales. Ferguson pretende presentarnos una visión descarnada de los hechos y, por lo tanto, intenta demoler los mitos sobre los que suelen sustentarse las tesis geopolíticas, aún a riesgo de que su objetividad pueda ser confundida con el cinismo.

No obstante, aunque los hechos puedan ser presentados de un modo objetivo, no todos los hechos presentados pueden ser los principales. Un texto, en este caso la entrevista a Ferguson hecha por la revista Noema, solo aborda una parte de los problemas. De tal modo que la objetividad de una opinión debe ser evaluada no solo por lo que dice un autor sino también por lo que no dice, o calla, u oculta. Los hechos, para todo buen historiador, no surgen aislados de otros hechos.

3.
Dio la casualidad que en la misma semana en que pocos dias después que fuera publicada la entrevista a Ferguson, otro connotado autor, Amitav Acharya, publicó un texto en donde, partiendo de la misma base de hechos a los que recurre Ferguson, llegaría a conclusiones diametralmente opuestas. Una diferencia que ya está en el título de su artículo, a la vez que es una tesis: “Trump está creando un mundo posoccidental”. Quiere decir que, según la visión de Acharya, Trump no solo continúa la tradición imperial norteamericana, además rompe con el contexto histórico donde esa tradición estaba encerrada: el contexto occidental.

Amitav Acharya (profesor de la American University, Washington, DC) se refiere evidentemente al Occidente geopolítico, no al cultural ni mucho menos al religioso. Desde ese punto de vista, Occidente es para Acharya una comunidad de países democráticos aliados históricamente en contra de las amenazas antidemocráticas que provienen desde distintos puntos de la tierra, una alianza que, consolidada desde 1945, va más allá de la llamada Guerra Fría.

Trump, desde la visión de Acharya, ya ha roto con la alianza occidental, priviligiando los intereses particulares de los Estados Unidos. El problema para Acharya es que, rota esa alianza, Trump –en este punto comparte una tesis similar de de Timothy Snyder– ha terminado por debilitar a los propios Estados Unidos. Pero Acharya va más allá aún: el daño provocado a Occidente es, según su opinión, irreversible. Trump, al abandonar la alianza occidental ha asestado a Occidente un golpe aún más duro que el que podrían asestar Rusia o China. De tal modo el tema de los presupuestos de guerras de los países europeos, ha sido solo un pretexto de ruptura. El trasfondo es mucho más amplio. En las palabras de Acharya: “Algunos podían esperar que el distanciamiento de Trump con los aliados estadounidenses pueda revertirse durante la próxima administración. No apuesten por ello. Independiente de cómo se haya resuelto el tema de los aranceles de Trump, el daño a la idea de Occidente ya está hecho. Como lo expresó la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, Occidente tal como lo conocíamos ya no existe”.

Trump no concibe el mundo de acuerdo a alianzas históricas sino en relación con el poderío tecnológico, económico y militar de las naciones-imperios. En ese punto, aunque con distintas intenciones, Acharya y Ferguson parecen coincidir. Lo grave, para Acharya, es que Trump, en esa ruptura, ha tomado partido a favor de los enemigos de Europa y de Occidente. El acta de ruptura fue, según Acharya, corroborada por J.D. Vance en la Conferencia de Munich, donde el vicepresidente se pronunció abiertamente a favor de los partidos europeos anti-EU, todos prorrusos y antioccidentales, los llamados partidos nacional-populistas. Trump, en el mismo lapso, ha provocado a Canadá y con respecto a Groenlandia, a Dinamarca. La ultraderecha populista y anti occidental se siente, en todo el mundo, envalentonada gracias a los apoyos que le otorga Trump, afirma Acharya. Sin unidad política no puede haber ninguna unidad occidental y Trump está socavando, en sus propios cimientos, a la unidad del Occidente histórico y político.

Según Acharya, Trump lleva a cabo un retroceso histórico al ayudar en la construcción de un mundo de naciones no reglamentadas entre sí, donde los poderes militares más fuertes están destinados a imponerse de acuerdo con un derecho más natural que político. En esa apreciación coincide punto por punto con Putin. El mundo pertenece a los fuertes es la máxima de ambos gobernantes. Como expresó hace pocos días J.D. Vance, interpretando fielmente a su superior: “Es ridículo que nos concentremos en defender las fronteras de Ucrania. Sinceramente, me da igual lo que le pase a Ucrania”. Podría haber dicho J.D. Vance, me da igual lo que le pase a Europa democrática; habría sido exactamente lo mismo. O como dijo Trump: “esta no es nuestra guerra”. Para Biden, lo era.

Con el abandono de Occidente, sobre todo a Europa, advierte Acharya, Estados Unidos se deblilitará a sí mismo al desalojar de sus alas protectoras a las alianzas democráticas pro-occidentales que tienen lugar en otras latitudes, como la que se da en estos momentos entre Australia, Japón, Corea del Sur y Singapur, y por cierto, las conexiones que emergen en instituciones como el Banco Asiático del que forman parte China, India, el Reino Unido, Alemania, Italia e India. Las posibilidades están dadas entonces, opina Acharya, para que diversas naciones, al sentirse desprotegidas por los Estados Unidos, recurran a asociaciones de hecho antinorteamericanas, como son las formadas por los países del BRIC, donde participan activamente China y Rusia. Bajo esas condiciones, advierte, Estados Unidos no solo puede destruir la alianza anti occidental sino, además, convertirse a sí mismo en un país anti-occidental. En síntesis: ya estamos dentro de un mundo geopolítico posoccidental, esa es la tesis de Acharya.

4.
El término posoccidental puede ser adecuado, pero si lo aplicamos de modo riguroso, tambien podemos llegar a la conclusión de que las opiniones de Acharya y Fergusson no son tan antagónicas como a primera vista parecen.

La principal diferencia entre los dos autores es que Estados Unidos para Acharya es un imperio nuevo y para Ferguson es el mismo imperio de siempre. De acuerdo al juego lógico que practican ambos autores, Ferguson parece tener razón. La crítica al gobierno trumpista ha estado cerca de idealizar a los Estados Unidos de Trump al presentarlo como una suerte de guardián de los derechos humanos y del mundo liberal-occidental. Pero si bien analizamos, la relación establecida después de 1945 entre Europa y los Estados Unidos fue más bien la de un amor no compartido.

En todas las intervenciones internacionales en que se ha entrometido Estados Unidos, y son varias, ha contado con el irrestricto apoyo de Europa. Desde la innecesaria guerra de Corea de 1949, desde la larga y asimétrica guerra en Vietnam, desde las incursiones norteamericanas en Afganistán e Irak, Europa ha declarado siempre su fidelidad a los Estados Unidos. La relación no ha sido, empero, recíproca. La rebelión anticomunista del Este europeo fue obra de los europeos del este y del oeste y Estados Unidos hizo muy poco para alentarla. Recordemos que, durante la caída del Muro, el presidente Reagan parecía estar más preocupado por “la guerra de las estrellas” que del “fin del comunismo”. El principal enemigo de Europa era, hasta 1990, el comunismo soviético; también lo era para Estados Unidos. Europa y Estados Unidos estaban unidos, dicho en breve, por una relación negativa frente al mundo comunista, pero no por amor a la democracia ni al mundo libre, como la entendieron Carter, Obama, Clinton y Biden.

En cierta medida la alianza de post-guerra continuó un cierto tiempo frente al aparecimiento de otro enemigo común, el terrorismo islámico, pero ese lazo era muy débil para mantener una alianza histórica de tan grandes dimensiones como era la representada por la OTAN. Esa OTAN, según Trump, al ser hecha para enfrentar a la URSS, carecía de vigencia histórica desde el momento en que la URSS dejó de existir.

Cuando Trump descubrió que el régimen de Putin no era la continuación de la URSS bajo otras formas, sino un imperio frente al cual los EE UU jamás se han sentido amenazados, más aún, un imperio territorial con cuyo gobernante Trump (y Vance) comparte afinidades ideológicas, entendió que la Rusia de Putin no era su enemigo principal, sino China. Derrotar a China en todas sus variantes, sean estas comerciales, tecnológicas y militares, es la A y la O del proyecto trumpista. Por cierto, desde la invasión rusa a Ucrania, Putin ha formado un bloque militar internacional junto a Irán, Corea del Norte, y China. Pero ese bloque lo ve Trump como anti-europeo y no como antinorteamericano. En ese sentido las alianzas históricas no existen para Trump.

Cada problema crea sus propias alianzas; justamente esa es la razón por la cual Trump renuncia a permanecer adscrito al Occidente político. Su sistema de alianzas ya no se basa en contratos eternos sino en acuerdos puntuales, en su lenguaje, en deal. Todo se puede negociar. Todo puede ser sujeto a un deal. Estamos efectivamente, como afirma Acharya, frente a una era post-occidental. En cierto modo, podríamos agregar, la idea de Occidente
ha sido tragada por las oscuras fauces de la globalización. Desde ese punto de vista, Occidente no desaparece, sus conquistas continúan existiendo, pero sus bases culturales y políticas están desapareciendo. No así sus bases nacionales. Y esta sí es una paradoja que lamentablemente no constatan ni Ferguson ni Acharya.

La globalización no hace desaparecer a las naciones, mucho menos a los imperios nacionales. Más bien abre un espacio para una nueva confrontación internacional, a saber, la definición acerca de cuál va a ser la nación dominante en el proceso nunca acabado de la globalización. Trump, no se opone a la globalización (eso es imposible) pero quiere dictar condiciones americanas. Lo mismo quiere Xi, pero a favor de China. Puede que no haya un nuevo imperialismo, pero sí es más probable que aparezca un nuevo nacionalismo, un nacionalismo-planetario de acuerdo al concepto propuesto por los autores Boris Schohitaishvili y Lisa H. Sideris.  “Las consecuencias de esta tendencia" -escriben- "son potencialmente trascendentales: reconocer que todos estamos mutuamente e inextricablemente integrados en los sistemas de la Tierra no crea inevitablemente una política cosmopolita orientada al bienestar de la humanidad en su conjunto. Cada vez es más evidente que la resonancia política de las mentalidades planetarias es compleja y variable, y a menudo se manifiesta en la política nacional y las relaciones internacionales como formas de tecno nacionalismo excluyente en conflicto con las realidades de la integración humana compartida en los sistemas naturales a escala planetaria”.

También podríamos hablar de un nacionalismo globalista. EE UU y China, por lo menos en el ámbito comercial, son (por ahora) los dos únicos nacionalismos planetarios. Según Trump y Xi, esos dos nacionalismos globales están destinados a enfrentarse. ¿Qué papel juegan entonces Rusia y Ucrania? Esa es una guerra europea, debe pensar Trump; que se maten entre ellos; a nosotros eso no nos interesa. ¿Y la guerra de Israel en Gaza y en Irán? Es otra cosa, debe pensar Trump. Los intereses económicos de Israel están imbricados cien por ciento con los de EE UU; Israel es nuestra punta de lanza en el mundo islámico. Siempre que Israel no choque con nuestros socios saudíes, todo está bien.

Putin al parecer entiende perfectamente a su colega norteamericano. Naturalmente, esbozó una que otra frase “pacifista” (¡!) en torno a la guerra del Oriente Medio. Pero es evidente que, tal como ocurrió con el tirano sirio Al Asad, Putin no se siente obligado a acompañar al monje Jamenei más allá de la puerta del cementerio. Al fin y al cabo su negocio con Trump le conviene más en su proyecto anti-ucraniano y anti-europeo que comprometerse en una guerra que puede perder en el Oriente Medio.

En política internacional no hay amores eternos, es ley de los autócratas. Tal vez es la única ley vigente en este mundo. Desde que, primero Putin y después Trump se han sentado en la legislación internacional, las relaciones interglobales no están sujetas a ninguna ley. Ese es el mundo en que vivimos. Y, sin embargo, hay que seguir pensando en ese mundo. Aunque nos cueste. Al fin y al cabo, para eso y no para otra cosa, Dios nos dio los sesos.
 
REFERENCIAS