Problemático no quiere decir que Merkel se hubiese pronunciado en contra de la decisión de los empresarios de las RRSS. Problemático quiere decir simplemente que estamos frente a un problema no resuelto. Según el portavoz del gobierno, Steffen Seibert: “Es posible interferir en la libertad de expresión, pero según límites definidos por las leyes, y no por la decisión de una dirección de empresa”.
Ni el edificio devastado, ni los heridos, ni los muertos, son simbólicos. Pero sí lo es el asalto al Capitolio perpetrado por las turbas enardecidas de un presidente electoralmente derrotado quien intenta ahora ocupar otro sitial: el del máximo caudillo populista de la nación.
Sería un error interpretar el asalto como el aullido postrero de un presidente enloquecido por el poder. Menos errado es verlo como parte de una estrategia que ha tomado formas en diversas partes del mundo y que ahora ha hecho acto de presencia en los propios EE UU. Estamos hablando del avance del populismo-nacional cuyo objetivo claro y preciso es demoler los fundamentos sobre los cuales reposa la democracia liberal.
Ahora bien, escuchen: aunque aparezca escandaloso, parece que la tercera interpretación es la más exacta
Más allá de lo que diga o haga Donald Trump, el presidente electo de los EE. UU ya tiene un nombre. Se llama Joe Biden. Para que deje de ser así, debería ocurrir un milagro o una monstruosidad. Como este artículo no se ocupa de lo uno ni de lo otro me referiré a las razones que explican el triunfo de Biden, al fracaso electoral del populismo trumpista (o trumpiano, da igual) y a las alternativas nacionales e internacionales que se abren con la posibilidad de un “nuevo comienzo” norteamericano.
Pero antes que nada hay que decirlo: El triunfo de Biden es explicable solo en parte por la personalidad y el programa de su candidatura. Incluso podría afirmarse que lo más decisivo no ha sido el triunfo de Biden sino la derrota de Trump.