Si
entendemos que el socialismo es lo que dicen los socialistas, un modo de
producción orientado a promover la igualdad a partir del poder organizado de
los trabajadores, quiere decir que en Cuba nunca ha habido socialismo.
Atendiendo a esa premisa, la contradicción fundamental que en este momento ha
surgido en Cuba no es de índole económico –entre socialismo y capitalismo- sino
predominantemente político, a saber: entre el poder político en manos de una
dictadura militar y un pueblo organizado de modo corporativo desde arriba hacia
abajo.
El
cuadro que nos presenta por delante Cuba es, por consiguiente, completamente
distinto al que se desprende de la matriz economicista sustentada por los
imaginarios marxistas y liberales.
Lo
que tienen en común ambas doctrinas aparentemente extremas, la marxista y la
liberal, es que las dos comparten el principio naturalista relativo a que en la
economía subyacen las fuerzas determinantes de la historia, ya sea como
“infraestructura” o como producto de la regulación “natural” de la producción y
del mercado.
Pero
en sentido estricto, el orden económico que predomina en Cuba es dependiente de
su formación política y no a la inversa. Lo dicho tiene
consecuencias teóricas. Una de ellas, la más importante, es que la
transformación económica de la isla pasa por su transformación política.
Ahora, si partimos de la tesis de que bajo las condiciones imperantes en Cuba
lo político adquiere preeminencia sobre lo económico, habría que concluir en
que las alternativas que se abren hacia el futuro son predominantemente tres.
1)
La persistencia de un rígido capitalismo de Estado,
2)
La caída en un capitalismo salvaje
3)
La salida hacia una configuración de un tipo de capitalismo social (o
capitalismo popular) basado en la interacción de una economía de mercado y un
orden político civil y democrático.
El
capitalismo de Estado ha regido los destinos de la isla desde que el castrismo
llegó al poder. En su esencia es equivalente con la nomenclatura
militar-dictatorial que monopoliza a todas las instituciones. No obstante, ese
capitalismo de Estado, sobre todo después de la apertura de los EE UU y Europa
hacia Cuba, ha experimentando un cierto proceso de modernización.
Bajo
Raúl Castro ha tenido lugar una lenta evolución que, desprendiéndose del
esquema estalinista (estatismo total) representado por Fidel Castro, intenta
acercarse más al esquema chino basado en la coexistencia del capitalismo
privado con un capitalismo estatal, controlado por el Partido-Estado y por la
jefatura militar, estructuras manejadas desde la cima del poder castrista.
Entre
el rígido sistema de dominación de tipo ruso representado por Fidel y el, desde
un punto de vista económico, más flexible sistema de tipo chino representado
por Raúl, hay, sin duda, diferencias, aunque no lo suficientemente grandes como
para pensar que bajo el último se abrirá un proceso de democratización (social
y económica). Raúl Castro, si ya no es un Stalin cubano como llegó a ser su
hermano, está todavía muy lejos de ser un Gorbachov tropical.
Para
ser más precisos: la adopción de formas “chinistas” de producción por parte de
Raúl apuntan hacia el establecimiento de un capitalismo estatal concesionario
(capitalismo hotelero, dicen con sorna, algunos) caracterizado por la creación
de determinadas franjas destinadas a ser controladas por el capital privado,
las que en Cuba –esa es la gran diferencia con China- deberán ser llenadas con
capital extranjero.
A
diferencias de China donde desde los tiempos de Mao siempre hubo un lugar para
una clase empresarial autóctona (la llamada “burguesía nacional”) en Cuba esa
clase no ha existido nunca. Eso explica en gran parte por qué el carácter
dependiente del Estado cubano se ha mantenido incólume durante distintos
periodos históricos.
Cuba,
después de ser una de las últimas colonias españolas, se convirtió en una
dependencia norteamericana. El castrismo la transformaría en colonia soviética.
Después del colapso del comunismo mundial, Cuba sería adoptada por Hugo Chávez
como parte de un fantasioso proyecto llamado “socialismo del siglo XXl”, hoy
desmoronado gracias a las rebeliones electorales de las ciudadanías argentina,
boliviana y venezolana.
Si
el Estado raulista llegara a implosionar como consecuencia de las presiones
ejercidas por un mercado mundial sobre el cual la cúpula del poder no tiene
ningún control, es decir, si llegara a producirse un doble vacío de poder, uno
económico y político a la vez, la alternativa de un capitalismo salvaje (Cuba, Gran
Casino del Caribe) no puede ser del todo descartada.
Ese
capitalismo salvaje al que algunos también llaman “capitalismo maiamero” (por
provenir desde el empresariado latino forjado en Miami) abriría el camino para
que el Estado pasara a ser controlado por grupos económicos disfrazados de
partidos políticos. Alternativa que en ningún caso puede ser considerada
irreal. Ha sido, por el contrario, tendencia dominante en diversos países
post-comunistas de Europa del Este muchos de los cuales son controlados por magnates
económicos, o por consorcios e incluso por mafias empresariales. En ese caso,
el Estado-militar cubano sería sustituido por un Estado económico y no por un
Estado político.
La
tercera alternativa, a la que denominamos capitalismo social, está sujeta, al
igual que las otras dos, al desarrollo político que tendrá lugar durante y
después de la dominación raulista. Su viabilidad depende del grado de
politización y civilidad que puedan alcanzar las organizaciones políticas y
sociales independientes del Estado, aún actuando en conexión con fracciones
disidentes del bloque de dominación castrista.
Dada
la férrea represión estatal dichas organizaciones se encuentran todavía en una
fase que podríamos denominar
pre-movimientista. Solo en los periodos más recientes, vale decir, desde
que Fidel Castro abandonó el ejercicio del poder, la oposición, tanto la de
Cuba como la del exilio, ha mostrando un mayor grado de unidad y de
coordinación.
No
obstante, no debemos olvidar -así al menos lo ha mostrado la experiencia
histórica- que en los momentos de apertura o de transición, la política suele
adquirir una dinámica extraordinaria, apareciendo múltiples organizaciones
políticas e iniciativas civiles.
En otras palabras, la posibilidad de que en Cuba tenga lugar el aparecimiento de una economía social de mercado, orientada por un nuevo Estado más pluralista y más participativo, tampoco debe ser dejada se lado.
En otras palabras, la posibilidad de que en Cuba tenga lugar el aparecimiento de una economía social de mercado, orientada por un nuevo Estado más pluralista y más participativo, tampoco debe ser dejada se lado.
Lo
que interesa destacar por el momento es que el futuro político y económico de
Cuba no surgirá de la adquisición de un determinado “modelo” como imaginan los
tecnócratas. Su resultado dependerá de la correlación de fuerzas que resultará
de enfrentamientos, pero también de
diálogos, entre diversas fuerzas en conflicto.
El
viaje de Obama a Cuba puede ser visto, en consecuencia, como un impulso externo
hacia esa dirección transformadora. Pero nada más que eso: un simple impulso.
Lo que viene dependerá de los propios cubanos.
¿Ha
comenzado entonces la transición política en Cuba?
Para
responder a esa pregunta nos faltan informaciones. No sabemos por ejemplo lo
que conversan entre sí algunos miembros del Partido cuando Raúl y otros
gerontes están de espalda. Tampoco conocemos el tenor de las pláticas que
tienen lugar dentro del aparato ideológico del régimen (artistas e
intelectuales, por ejemplo). Y mucho menos sabemos lo que murmuran algunos
generales en esos días domingos tan propicios para hacer visitas familiares e
intercambiar opiniones entre cerveza y cerveza bajo el ardiente sol de la
hermosa isla cuando los niños cantan en el jardín, aunque con cierto atraso
histórico, las canciones de Mick Jagger.
21.03.2016