Obama sabe bailar tango. Pero no solo irá a Argentina a bailar tango. ¿A qué irá Obama a Argentina después de su
estadía en Cuba? A primera vista, incomprensible. Aparte de la figura mítica
del Che Guevara no es mucho lo que une a Argentina con Cuba y, evidentemente,
Obama tampoco viajará a Argentina a honrar al Che Guevara.
Sin embargo, si pensamos políticamente
–es decir, no como un idiota en sentido griego- el viaje de Obama a Argentina
es perfectamente explicable. Obama irá a Argentina a completar la obra que
comenzará en Cuba, es decir, a marcar un nuevo comienzo en las relaciones entre
América Latina y los EE UU.
Veamos: si el viaje de Obama solo hubiera terminado en Cuba, los idiotas de la derecha latinoamericana
tendrían material suficiente para acusar a Obama de comunista, populista, y de
todo lo que se les ocurra, tal como lo han venido haciendo. Si hubiera viajado
a Argentina sin pasar por Cuba, los idiotas de la izquierda habrían acusado a
Obama de imperialista, neo liberal y otras lindezas a las que nos tienen tan
acostumbrados. En cambio, viajando a la Cuba de Castro y a la Argentina de
Macri a la vez, los idiotas de ambos lados quedarán neutralizados entre sí.
¿Deberé reiterar que uso y amplío hacia
el lado derecho el término idiota no como insulto sino en el exacto sentido que
le otorgaron Alvaro Vargas Llosa, Plinio Apuleyo Mendoza y Carlos Alberto
Montaner cuando en un raro ejercicio a tres manos escribieron el libro El
Manual del Perfecto Idiota Latinoamericano?
Dejando a los idiotas a un lado, lo
interesante es que a través de sus dos visitas, Obama dará a conocer que a
partir del fin de su mandato intenta iniciar una nueva etapa en las relaciones
entre América Latina y EE UU, un nuevo tiempo signado más por la cooperación
que por el antagonismo, una era que deja atrás los días luctuosos de la Guerra
Fría, en fin, un periodo en el cual los EE UU –sin dejar de ser una gran
potencia- se comprometerán a abandonar las ambiciones imperiales que caracterizaron
su historia durante el siglo XX.
Vistas así las cosas, el viaje de Obama
hacia Cuba y Argentina tendría un sentido predominantemente simbólico.
Yoani Sánchez, quien no tiene un pelo
de idiota, percibió muy rápido el sentido simbólico del viaje de Obama a Cuba
en su artículo titulado “Una visita más simbólica que política”
(18.02.2016). No obstante, la valerosa disidente no eligió muy bien ese título.
Pues precisamente porque la visita de Obama es simbólica es que tiene un gran
sentido político. Con ello se quiere decir que entre lo simbólico y lo político
no hay ninguna contradicción. Más todavía: lo político solo se construye a
partir de lo simbólico. Al llegar a este punto vale la pena intentar una breve
digresión.
Comencemos con una tesis. La tesis dice
así: la historia se construye a partir de lo político y lo político se
construye a través de lo simbólico. Explico ahora esa tesis.
Un acontecimiento histórico de
magnitud, supongamos, la caída de un gobierno, una revolución social, un ataque
aéreo a dos torres gemelas, un visita de un mandatario en otro país (Gorbachov
en la RDA, por ejemplo), cuando no son en sí hechos políticos, inciden en la
generación de hechos políticos. Y bien: sin esos hechos no sería imposible
construir ningún relato histórico. Me refiero por supuesto a la historiografía
moderna.
Ahora, esos hechos no actúan por sí
mismos sino a través de una significación adquirida. Deben ser por lo tanto
significantes. Los hechos significantes, a su vez, o son signos u operan como
signos o si se prefiere, son “marcas que marcan” un corte entre un antes y un
después.
¿Se comprende entonces por qué digo que
los viajes de Obama a Cuba y a Argentina son simbólicos y por lo mismo
políticos? Digamos ahora lo mismo en clave de síntesis: Obama viaja a Cuba y a
Argentina a marcar signos políticos para construir, si no otra historia, un
nuevo capítulo en la historia de las relaciones entre EE UU y América Latina.
En el caso de Cuba parece estar claro.
Sin dignificar a la dictadura de los Castro, Obama intentará normalizar las
relaciones diplomáticas entre ambas naciones obteniendo así una llave que le
permitirá abrir diferentes puertas en los laberintos latinoamericanos. ¿Y en el
caso argentino?
La Argentina de Macri representa en el
texto de la simbología política el polo opuesto a la Cuba de Castro. Pero,
además, la Argentina de Macri, a diferencia de la de los Kirchner, representa
para los EE UU la posibilidad de interaccionar con una nación en condiciones de
ejercer un liderazgo continental, tanto en el espacio económico como en el
político e incluso, en el cultural.
Aquí nos encontramos con una constante
de la política internacional del gobierno de Obama. Esa constante está
caracterizada por el diseño de relaciones hegemónicas a través de la
interlocución con potencias regionales intercontinentales (“naciones pivotes”,
en jerga politológica).
Para poner un ejemplo: EE UU ha
intentado permanentemente encontrar un aliado viable en el espacio islámico.
Arabia Saudita es gran socio comercial pero no puede ser más que eso. Egipto es
un país empobrecido. Solo le quedan entonces dos posibilidades: Turquía e Irán.
Ninguna de ambas naciones pueden ser consideradas aliadas estratégicas pero
por lo menos EE UU intenta establecer con ambas ciertas relaciones de
cooperación. En América Latina puede ocurrir algo parecido.
En el pasado reciente, la
administración Bush apostó por una intensa relación con el Brasil de Lula
(según estadísticas el gobernante al que más veces abrazó Lula fue Bush). No
obstante, Brasil, en el mejor de los casos, solo ha podido ser un mediocre
líder económico. Desde el punto de vista político y cultural, incluyendo el
idiomático, Brasil está lejos de ser la sub-potencia hegemónica que requieren
los EE UU para empatizar con todo un continente. Hoy, después de la ruina en
que han convertido a Brasil las políticas de Dilma Rousseff, mucho menos. No
así la Argentina de Macri.
En palabras más escuetas: Obama viaja a
Argentina en busca de un aliado estratégico de grandes dimensiones a nivel
regional. Ese aliado, bajo determinadas condiciones, si se cumple la intuición
de Obama (textual: “estoy impresionado con los cambios propiciados por el
gobierno Macri”) podría ser Argentina.
Se trata por cierto de una apuesta y como tal comporta riesgos.
Uno de esos riesgos reside en la
oposición a Macri, sobre todo la que lleva a cabo la fracción cristinista del
peronismo (o “peronismo salvaje”, según los macristas). Fue quizás para minimizar esos riesgos que Obama
decidió aterrizar en Buenos Aires llegando desde la Habana. De acuerdo a ese
itinerario hasta el más montonero de los cristinistas quedará neutralizado.
Pero Obama irá más allá. Aparte de
reunirse con las abuelas de la Plaza de Mayo (en Cuba se reunirá con su
equivalente tropical: las Damas de Blanco) y de visitar el Parque de la
Memoria, anunció que, a pedido del presidente Macri (nada menos) hará un esfuerzo por desclasificar
documentos adicionales, incluyendo por primera vez, documentos militares y de
inteligencia que revelarán mucho sobre la historia de “la guerra sucia”
perpetrada por los militares argentinos en contra de miles de ciudadanos.
Gestos simbólicos: dirán algunos. Por supuesto, pero a través de ellos los
argentinos se enterarán como a partir de esos símbolos puede comenzar a tener
lugar “otra historia”.
Obama sabe bailar tango. Y tal
como van las cosas, el próximo presidente de EE UU tendrá que aprender a bailar
tango. Sea quien sea.
Noticia de última hora: me acaban de informar por teléfono que Hillary Clinton también sabe bailar tango.
19.03.2016
19.03.2016