Nelly Arenas - CRISTIANISMO TRUMPIANO


Desde que accedió por primera vez al poder, Trump puso marcado acento religioso a su gestión. En esta segunda ronda  no ha hecho más que magnificarlo.

A cinco meses de iniciar su gobierno, el presidente estableció una comisión de libertad religiosa argumentando que “estamos devolviendo la religión a nuestro país” poniendo en cuestión la separación entre iglesia y Estado consagrada constitucionalmente en los Estados Unidos a través de la Primera Enmienda. En esta, como se sabe,  se prohíbe expresamente al congreso establecer una religión oficial. “Dicen que hay separación entre la iglesia y el Estado… Yo dije: muy bien, olvidémonos de eso por una vez” afirmó Trump en un evento para celebrar el Día Nacional de la Oración. Esa afirmación, aparentemente descuidada, en realidad forma parte del cuestionamiento que las distintas iglesias que le apoyan hacen de ese cardinal principio constitucional.  

La Casa Blanca se ha convertido en el epicentro de este regreso obsesivo a la religión, promovido por el mandatario y sus acólitos.  La Oficina de la Fe,  instalada allí, se creó  bajo la argumentación del presidente de que “la fe es más poderosa que el gobierno, y nada es más poderoso que Dios”. Consecuente con este discurso, a menudo le hemos visto en su despacho rodeado  de una corte de rezanderos  posando cada uno sus manos sobre su cuerpo. Mientras tanto,  cierran los ojos y se extasían en el rito, como si de la veneración de un  gran totem, se tratara. De ese llamativo departamento, el presidente ha encargado a Paula White-Cain, telepredicadora,   quien ha sido por largo tiempo su “pastora personal”. Fue ella  quien  logró convencer a la derecha cristiana de apostar al candidato Trump como alguien que  trabajaría desde la presidencia en el proyecto que Dios reserva para los Estados Unidos.  White es una  fanática religiosa; mantiene cerca de su escritorio un recipiente lleno de copas de comunión preenvasadas con el fin de comulgar diariamente en su despacho. La pastora, además, sabe combinar los negocios con la fe a través de lo que se conoce en la iglesia evangélica  como el  Evangelio de la prosperidad. A partir de esta doctrina, White   promete bendiciones financieras a cambio de fe y de donaciones. Siete bendiciones de pascua, por ejemplo,  se ofrecen a los fieles  al precio de mil dólares. 

 El culto religioso a la persona del presidente ha llegado a tal grado  de exaltación que  Paula White   ha sido capaz de afirmar que “decirle no al presidente Trump, sería decirle no a Dios”. 

¿De dónde provienen estos poderosos vínculos de Trump con líderes religiosos, en particular con los evangélicos?  Según Gina Montaner,  en 2016, buena parte de los evangélicos que decidieron apoyar al “descarriado” Trump, lo hicieron a cambio de que este impulsara su agenda cristiana. Dicha agenda  tenía como prioridad abrogar la ley  federal de derecho al aborto, entendido por los ultraconservadores como el “holocausto del siglo”. Después de casi cincuenta años de vigencia, la ley fue abolida  en el 2022.  Tal cosa fue posible una vez que Trump moviera sus fichas en la Corte Suprema a fin de colocar magistrados conservadores  favorables a la revocatoria. De este modo complació al poderoso lobby cristiano que, a cambio, movilizaría a sus fieles para que sufragaran por el magnate newyorkino.   

Conforme a  Montaner, el ataque al Capitolio en enero de 2021 instigado por Trump, fue interpretado por los cristianos como una escena bíblica: las fuerzas del bien representadas en el trumpismo contra las fuerzas del mal,  encarnadas en el Partido Demócrata.   De igual forma, los dos atentados que sufrió Trump de los cuales salió ileso,  fueron percibidos como señales divinas de que su misión en este mundo era liberar a los Estados Unidos de la “plaga demócrata”.  De modo que su segundo triunfo en 2024, fue descifrado por los líderes religiosos como una profecía cumplida. Su victoria, en palabras del  predicador Lance Wallnau, forma parte  del Plan de Dios que inaugura una nueva era de “dominio cristiano”, indica Montaner. Dominionismo llaman a este movimiento quienes lo han analizado.  Esta nueva época es asumida por las diferentes iglesias,  como una respuesta al alejamiento de Dios por parte de la sociedad estadounidense  desde la década de los sesenta. Es en esa década en la cual, recordémoslo, las minorías excluidas como las mujeres, los homosexuales, los negros comienzan a ganar voz en el espacio público en la lucha por sus derechos. Según Philippe González, sociólogo dedicado al estudio de las religiones,   en especial del  evangelismo, la ultraderecha cristiana, ha sabido imponer en el Partido Republicano la idea de que el derecho de ese grupo a practicar su religión se ha visto amenazado por las reivindicaciones de igualdad de otros sectores de la sociedad. En palabras de González, al situarse tal derecho en clave de absoluto, sobre lo cual no se puede transigir, la libertad religiosa se “reífica”, pero solo en beneficio de un segmento de la sociedad: el de los cristianos fundamentalistas. Es en este contexto como puede entenderse mejor la batalla que   el gobierno de Trump y los religiosos que le acompañan, han librado encarnecidamente contra el wokismo, el movimiento social que valora las reivindicaciones de los grupos sociales relegados. El antiwokismo, en donde quiera que se exprese, tiene la intención de cuestionar la voluntad de inclusión y su exigencia de respeto e igualdad. El antiwokismo   constituye así un marco de combate estratégico para el proyecto conservador de las nuevas derechas cuya reiteración  ha logrado que se instale, incluso, en buena parte del mainstream liberal,  como advierte Daniel Innerarity. 

Aunque expresamente no forme parte de la agenda moral antiwoke, deberíamos considerar también aquí, la cuestión de los migrantes. Extrapolando el frenesí de las deportaciones a la cuestión religiosa, es posible entender esa acción, como si la presencia migrante constituyera una suerte de pecado que mancha el cuerpo de la nación al cual debe  restituirsele su pureza.  La violencia con la cual las deportaciones se han llevado a cabo contraría, no obstante, el mandato cristiano de amar al prójimo como a sí mismo.  

La agenda conservadora en Estados Unidos, no es nueva. En la segunda mitad del siglo XX, se consolidó lo que se conoce como reconstruccionismo cristiano, un proyecto teocrático cuyo propósito es  transformar el gobierno y la cultura de acuerdo con los preceptos bíblicos como respuesta a la modernidad.  Uno de los pilares del reconstruccionismo es el dominionismo, referido ya. Este recoge la verdadera matriz del compromiso de la derecha cristiana con la vida política estadounidense. Entre sus más importantes divulgadores se encuentra Peter Wagner para quien la tarea fundamental, era la conversión de los cristianos en activistas sociales hasta que terminara el dominio de Satanás, como refiere González. Así que, no era suficiente entonces la conversión de los individuos como tales, sino que era el conjunto social el que debía  transformarse.  La idea salvífica tradicional de las almas de manera particular, dando paso a la redención colectiva. Tal propósito exige la imposición de una nueva hegemonía cultural ejercida desde la religión cristiana.

De los antecedentes de esa agenda más cercanos en el tiempo, nos tropezamos con la organización política ultraconservadora, Moral Majority de estirpe cristiana fundamentalista. Fundada en 1979 y disuelta una década más tarde, dicha organización ha estado fuertemente vinculada con los telepredicadores evangélicos y con un sector del Partido Republicano. Tuvo gran influencia en el gobierno federal de los Bush, padre e hijo. Se   refundó en el 2004 y está en la base de movimientos posteriores como el Tea Party. 

El reconstruccionismo cristiano se conecta con el nacionalismo cristiano, otra de las corrientes ideológicas que han tomado gran auge en este tiempo. Desde su llegada a la Casa Blanca, Trump ha reforzado su asociación con el nacionalismo cristiano blanco, brindándole  un acceso sin precedentes al gobierno federal, llama la atención  Antonella Marty. Ambos movimientos coinciden en la idea de que la ley bíblica debería ser la base constitutiva de la sociedad. Hay diferencias, sin embargo.  Mientras que el primero es una corriente teológica amplia, el nacionalismo cristiano es un movimiento político cultural cuya aspiración es que la nación sea explícitamente cristiana  subordinando a ello su identidad y su cultura.  Hoy podemos decir que la administración Trump asume su visión del mundo y la gestión de su gobierno, desde esa perspectiva.  Esto, por supuesto, implica riesgos importantes   para la sociedad. Entre otros, el de que las instituciones públicas dejen de manejarse con total independencia de la religión; es decir, dejen de ser seculares.

El proceso de secularización en Estados Unidos tuvo su apogeo  en las décadas de los cincuenta y sesenta.  Muestra vital del mismo fue el relevante discurso que, ante una audiencia de pastores evangélicos y miembros de la iglesia bautista, pronunciara en 1960 John F. Kenneddy. En ese discurso, Kennedy, de confesión católica, siendo  candidato a la presidencia, afirmó su autonomía con respecto al Vaticano, asegurando que no recibiría órdenes de Roma. La estricta separación entre iglesia y Estado promovida y apoyada por los bautistas, se convirtió en el blanco de los ataques del Partido Republicano con el arribo de la Moral Majority. De modo que lo que se observa hoy día forma parte, como indica González, de un desmantelamiento de la tradición liberal y secular del Estado heredada de los años cincuenta. 

El reconstruccionismo y el nacionalismo cristiano empalman sus intereses en la figura de Donald Trump quien, junto con el vicepresidente J.D Vance, se perciben como instrumentos para hacer posible el reino de Dios en los Estados Unidos contra el dominio de Satanás. Con ello, la política se transforma en un terreno de guerra entre el poder divino y el poder diabólico.   De esta manera, el espacio de la política, el cual se nutre del diálogo entre distintos, entra en dificultades. Según González, Estados Unidos se encuentra a las puertas del establecimiento de una teocracia. Con esta  idea  coinciden  muchos de quienes han investigado el fenómeno Trump en su conexión con el elemento religioso.   


Bibliografía 

González Philippe (2025) “Transformar Washington en una teocracia: Trump y las raíces de la guerra cristiana en Estados Unidos” Entrevista realizada por Louis Fraysse en El Grand Continent disponible en www.legrandcontinent.eu 

Marty, Antonella (2025) “Dios, Patria y Poder” Nueva Sociedad, marzo. Disponible en www.nuso.org  

Montaner Gina (2024) “El Nuevo Mesías” Noticias de El Salvador disponible en www.elsalvador.com    

Innerarity Daniel “Contra el wokismo”  El País,  febrero 2025.