José Domingo Sosa - EL CORTOCIRCITO ENTRE LO NEGATIVO Y LO POSITIVO

 

En la mayoría de los lenguajes, lo positivo suele asociarse con lo bueno, lo correcto, lo racional y lo deseable, mientras que lo negativo se relaciona con lo malo, lo incorrecto, lo irracional y lo rechazado. Esta dicotomía recuerda la clásica oposición entre el bien y el mal, donde lo positivo es celebrado y lo negativo relegado a un plano de rechazo. 

A lo largo de los últimos milenios, la civilización ha progresado gracias al conocimiento filosófico y científico, siempre en busca de mejorar las condiciones de vida. Una forma interesante de explorar este proceso, en el que se eleva lo positivo y se descarta lo negativo, es a través de la historia de la literatura clásica, donde los grandes textos han reflejado esta tensión y, en ocasiones, han desafiado la forma en que entendemos ambos conceptos. 

En la literatura clásica, la narrativa de lo positivo y lo negativo está presente en muchas obras que exploran el contraste entre aspectos luminosos y oscuros de la condición humana, así como el conflicto moral o la lucha interna de los personajes. Como ejemplo, podemos incluir “La divina comedia” de Dante Alighieri, que nos describe un viaje a través de los reinos del Infierno, el Purgatorio y el Paraíso, simbolizando una travesía del alma desde la negatividad absoluta hasta la redención y la iluminación. Dante presenta lo negativo en la desesperación y los tormentos del Infierno, mientras que en el Paraíso muestra la belleza y la verdad como la culminación del viaje espiritual en su manifestación más positiva.

En el Fausto de Johann Wolfgang von Goethe, Fausto representa el deseo positivo de conocimiento y de realización personal, pero su trato con Mefistófeles, que encarna lo negativo, lo lleva a un camino de perdición. A través de este contraste, Goethe explora la dualidad de las aspiraciones humanas: el deseo de la trascendencia frente a la tentación del poder y del hedonismo. 

De manera similar, los contrastes entre el bien y el mal que vemos en la literatura clásica se repiten una y otra vez en obras fundamentales como “El Quijote” de Cervantes, “Crimen y castigo” de Dostoievski y “Moby Dick” de Melville. Estos temas continúan resonando en la literatura moderna del siglo XX, donde se exploran en novelas existencialistas como “El extranjero” de Camus, “La náusea” de Sartre y “El lobo estepario” de Hermann Hesse, y reflejan la eterna lucha entre las fuerzas positivas y negativas en la experiencia humana.

Esta larga tradición del dilema entre el bien y el mal, lo positivo y lo negativo, ha estado siempre impregnada y, hasta cierto punto, determinada por las enseñanzas y los dogmas de las religiones monoteístas, en especial del cristianismo católico y protestante. Max Weber, en su famosa obra "La ética protestante y el espíritu del capitalismo", señala que el protestantismo, en particular el calvinismo, promovió una moral de la autodisciplina, la productividad y el esfuerzo personal como señal de gracia divina. El trabajo se concibe no solo como una obligación social, sino también como un llamado espiritual: el éxito en el trabajo y la acumulación de riquezas se entienden como manifestaciones de la bendición de Dios. La autoexigencia y la ética del esfuerzo continuo se justifican religiosamente, ya que, a través de la labor y la prosperidad, los individuos pueden demostrar su salvación y el favor divino.


En esta visión, el trabajo es una actividad positiva que acerca al individuo a Dios, pero también genera una mentalidad de autoexplotación. La persona, para probar su éxito y su favor divino, se ve atrapada en un ciclo de trabajo constante, lo cual resuena con las observaciones del filósofo Byung-Chul Han sobre la autoexplotación en la sociedad contemporánea.

Mientras que la ética protestante del trabajo ve el esfuerzo continuo como un signo de virtud y salvación, Chul Han lo concibe como una trampa moderna que vacía al individuo, alejándolo de una existencia auténtica y equilibrada. Chul Han argumenta que, a diferencia de las sociedades disciplinarias descritas por Foucault, en las que el poder actuaba mediante la represión externa, en la sociedad actual el poder se manifiesta en forma de “autoimposición interna”. Las personas se explotan a sí mismas en busca del rendimiento, del éxito y de la optimización constantes. En términos de Chul Han, “la positividad infinita” que define nuestra era moderna (el "deber de rendir" y la incapacidad de decir "no") conduce al colapso psíquico mediante fenómenos como el burnout o la depresión.

Por ejemplo, las redes sociales funcionan como espacios donde esta positividad se magnifica: todos queremos mostrar lo mejor de nosotros mismos, compartir éxitos, logros y momentos felices, ganar discusiones y tener siempre la razón. El "like", el "compartir" y la cultura del éxito se convierten en símbolos de esta positividad. Esto lleva a una falsa sensación de satisfacción y a una vida que parece estar siempre en progreso, pero, en realidad, deja a los individuos exhaustos, alienados y vacíos.

Lo negativo, en cambio, se entiende como aquello que introduce distancia, reflexión o límite. Representa la capacidad de decir "no", de imponer límites, de lidiar con el dolor o la contradicción, de denunciar lo malo, hasta de pelearse con el amigo irreverente. Byung-Chul Han argumenta que lo negativo es esencial para la creación de sentido, la crítica y el descanso. En la sociedad actual, esta negatividad ha sido barrida, dando paso a una compulsión por el rendimiento constante, lo cual agota y deshumaniza. En otras palabras, la sociedad contemporánea está atrapada en un exceso de positividad que elimina la negatividad necesaria para una vida equilibrada y significativa. 

La posición de Chul Han confirma, hasta cierto punto, la de los llamados pensadores existencialistas. Desde Kierkegaard hasta Sartre, se enfatizó que el ser humano implica lidiar con una serie de aspectos negativos que no se pueden evitar: la “angustia”, la “soledad”, la “falta de propósito” y la “irresponsabilidad” que conlleva la libertad absoluta de decidir. Esta carga negativa es, según estos pensadores, un aspecto esencial de la condición humana, algo que debemos afrontar para encontrar autenticidad y significado en nuestras vidas. Pero el enfrentamiento no se realiza mediante afirmaciones imposibles que busquen negar su existencia. La solución es aceptar lo negativo como quien asume la realidad y hace de ella lo mejor posible. 

El optimismo perpetuo que se fomenta a través de las redes sociales y otras plataformas tecnológicas impone un ideal de felicidad constante que ignora el profundo malestar existencial que acompaña a la vida. Esta cultura de la “positividad tóxica” nos aliena de nuestra propia experiencia humana al rechazar la vulnerabilidad y el dolor, elementos clave para la reflexión y el crecimiento personal.

El riesgo de este positivismo, como sugiere Byung-Chul Han, es que nos desvincula de la “negatividad necesaria” para comprendernos plenamente a nosotros mismos y a nuestra relación con el mundo. Al negar la ansiedad, el vacío existencial y la soledad inherente a nuestra libertad, nos condenamos a una superficialidad emocional que, a largo plazo, podría desembocar en una crisis de sentido aún mayor. Vivir en una sociedad donde lo negativo es constantemente suprimido, donde todo debe ser inmediatamente gratificante y productivo, nos priva de la profundidad y el desafío que, según los existencialistas, son las claves para una vida verdaderamente significativa. 

La crítica de Byung-Chul Han y la sabiduría existencialista convergen en la advertencia de que ignorar la negatividad inherente a la vida humana no solo es inauténtico, sino que también nos aleja de la posibilidad de crecer como individuos conscientes. El ser humano no puede encontrar el significado en la negación de sus propios conflictos ontológicos, sino que debe aprender a habitar esas zonas de incertidumbre para alcanzar su verdad más profunda.

Este es el cortocircuito al que alude el título de este ensayo: el choque inevitable entre el 'positivo', tan glorificado y esperado, que ahora reconocemos como perjudicial, y el 'negativo', cuya aceptación es crucial si queremos salvarnos de las trampas de la sociedad moderna. Solo al confrontar y abrazar lo negativo, podemos alcanzar una autenticidad que nos aleje de los ideales superficiales del optimismo constante que nos impone el mundo contemporáneo.

José Domingo Sosa, PhD.