Fernando Mires - SOBRE LAS ELECCIONES PRESIDENCIALES EN CHILE

 


Antes de cualquiera interpretación será siempre conveniente señalar los hechos. Me refiero a los que no se puede discutir porque los hechos hechos son. Y el primero de todos los hechos es que en la llamada primera vuelta de las elecciones presidenciales chilenas quedó definido -matemática y políticamente-  el triunfo electoral del republicano José Antonio Kast. Su segundo lugar (23,9%) en contra de la transitoria primera, Janette Jara (26,9%) anuncia con creces el primer lugar que le corresponderá en el balotaje cuando las tres derechas unidas, jamás serán vencidas, voten en un solo bloque por Kast.

El balotaje de diciembre será solo un ritual. A partir de ahí podremos detectar un segundo hecho inamovible, a saber, que en el conjunto de las tres derechas, la derecha dura (otros dicen extrema) vale decir, la derecha-derecha, ha desplazado a la centro-derecha y por lo mismo ya tiene en sus manos el bastón de la hegemonía, del mismo modo como en el país vecino, Argentina, la derecha de Milei logró la hegemonía por sobre la derecha de Bullrich y Macri. Así podemos ver nítidamente que lo ocurrido en las elecciones de Chile no solo obedece a la dinámica de un proceso local sino, además, continental, e incluso occidental.

La derecha republicana de Kast se encuentra en sintonía con las derechas de países como Argentina, Perú, Ecuador, El Salvador, Honduras, e incluso con la de la oposición venezelona cuya líder gira en la órbita de la nueva derecha norteamericana liderada por Trump. El gobierno de Trump será sin duda el epicentro de un conjunto creciente de satélites latinoamericanos ejerciendo esta vez no un imperialismo económico sino político. En cierto modo podemos hablar ya de un trumpismo latinoamericano, uno cuya expansión está lejos de terminar. Pues bien, dentro de ese fenómeno hay que incluir el triunfo de la derecha dura en Chile, ahora representada por Kast. Una derecha que reclama para sí la tradición “portaliana” referente a un estado fuerte e impersonal, pero modernizada con una economía ultraliberal. La derecha que conduce Johannes Kaiser (13,9%), quien salió cuarto, agrega a la de Kast un carácter plebeyo de modo que un trumpismo chileno perfecto se daría en la sociedad Kast- Kaiser, la que ya está consumada. Sumando la votación de ambos, basta para elegir presidente a Kast. No sé si vale la pena mencionar que tanto Kast como Kaiser y Matthei (quinta, con un 12,5%) descienden de alemanes, al igual que Trump. Prefiero creer que esa es una simple casualidad.

Ahora, si vemos como crece en Europa la ultra derecha, en países como Hungría, Polonia, Italia, Eslovaquia, Serbia, y probablemente mañana en Francia, España e incluso Inglaterra, es posible concluir en que lo ocurrido en Chile dista de ser excepcional. El triunfo que consagrará a Kast como presidente en la segunda vuelta será solo la expresión chilena de un fenómeno occidental, a saber: el auge de las nuevas derechas a las que hemos llamado nacional-populistas (otros con cierta exageración las llaman fascistas). El éxito de Kast no ha hecho más que poner a la hora el reloj chileno de acuerdo con el horario occidental; de eso no cabe ya ninguna duda. Es un hecho. Eso no quiere decir, sin embargo, que las elecciones en Chile ya estaban determinadas antes de que hubieran tenido lugar.

En la historia, es nuestra opinión, no hay nada determinado. Para que suceda un hecho tiene que haber algunas condiciones objetivas. Pero las condiciones no son más que eso: condiciones, no determinaciones. Condiciones que bien pueden ser revertidas en el transcurso del juego político, en ese que se da en el día a día, a través de personajes existentes y reales. Quiero decir, sobre condiciones dadas, si el triunfo inapelable de Kast pudo imponerse con cierta facilidad fue, entre otras cosas, porque sus adversarios de izquierda y de derecha no estuvieron a la altura de las circunstancias de modo que permitieron su ascenso hacia posiciones que las primeras encuestan no predecían. Estas daban como segura a la candidata Evelyn Matthei de la agrupación piñerista llamada Chile Vamos.

Para decirlo bien claro, una candidatura como la de Kast solo podía emerger en el marco de una aguda polarización. Pues bien, esa polarización vino desde el lado izquierdo primero, y con ello la izquierda quemó todas sus naves para pasar con ciertas posibilidades de éxito a la segunda vuelta.

En la política suele aparecer ese efecto que en la física llamamos de acción y reacción. Dice más o menos así: el crecimiento de un polo tiende a generar un polo contrario. En el caso chileno el polo de extrema izquierda precedió al polo de extrema derecha, no recién sino desde hace algún tiempo atrás. Dicho de modo más preciso, el polo de derecha chileno no apareció con la llegada al gobierno de izquierda-izquierda encabezada por Boric el año 2020, sino con el llamado estallido social que tuvo lugar antes, el octubre 2019, cuyos desmanes refundacionales pusieron en alerta a las derechas, sobre todo a la derecha recalcitrante dirigida por Kast, hecho que le permitió crecer a expensas de la derecha-centro que representaba el difunto presidente Piñera.

Las elecciones del 2020 como las del 2025 fueron elecciones polarizadas. Polarización que continuó cuando llegó el momento de votar por la Constitución de izquierda en contra de la llamada Constitución de Pinochet (en verdad, dada las reformas a las cuales había sido sometida, se trataba más bien de una Constitución que bien podríamos llamar de Lagos-Bachelet). No olvidemos que en medio del estallido, sectores extremos del Frente Amplio, así como el Partido Comunista, llamaron a crear una Asamblea Constituyente cuyo objetivo explícito era derrocar al presidente Piñera, cometiendo no un error sino una aberración política y constitucional a la vez.

La verdad, intentar derrocar a un gobierno legítimamente elegido solo puede pasar en la cabeza de mentes afiebradas. La polarización de la izquierda solo podía producir una polarización de la derecha. No obstante, esa polarización se vio atenuada por dos razones. La primera fue que Gabriel Boric mostró apostura política y cambió de ruta a tiempo, comenzando a gobernar con pautas continuistas con respecto a los gobiernos de la Concertación. El hecho mismo de que Boric revelara que visitaba una vez a la semana al ex presidente Lagos, da muestras de ese cambio. Las declaraciones en materia de política internacional, entre estas aquellas donde Boric acusaba a las tiranías de “izquierda” de Venezuela, Nicaragua y Cuba, chocaban con las manifestadas por diversos sectores del Frente Amplio y del Partido Comunista.

La segunda polarización, inevitable pero a la vez absolutamente innecesaria, tuvo lugar cuando la izquierda unida eligió en primarias a la militante del Partido Comunista, Jeannette Jara. En ese momento no pocos pensamos que la izquierda, superficialmente unida, se había puesto de acuerdo para servirle la cena a Kast. En efecto, a partir del momento en que fue elegida Jara, las opciones de Kast comenzaron a crecer rápidamente por sobre las de Matthei. Si el partido comunista pretendía ir al gobierno, solo podía impedirlo un anticomunista, y en esos momentos, antes de que comenzara a tomar forma la candidatura de Kaiser, el más anticomunista de todos era, sin dudas, José Antonio Kast.

Desde que apareció el nombre Jara, gran parte de la la ciudadanía dejó de preocuparse de los logros o de los no logros del gobierno Boric, tampoco del programa de cada candidatura, un poco menos del tema central de la derecha: eliminar la criminalidad a lo Bukele. La preocupación central pasó a ser el “peligro comunista”. Eso permite afirmar y reafirmar: si bien existían a nivel internacional las condiciones para que también en Chile llegara un presidente de derecha, esas condiciones -al realizar esas primarias en donde fue elegida Jeannette Jara- fueron potenciadas por la propia izquierda unida.

A partir del nombramiento de la agradable y simpática Jeannette Jara, la contradicción fundamental de la política chilena pasó a ser la de “comunismo o democracia”. Por supuesto, la defensa de la democracia que durante largo tiempo había estado en las manos de la izquierda socialdemócrata chilena, fue cedida a las manos de Kast y Kaiser, ambos defensores de la sangrienta dictadura del general Pinochet. Los roles se habían invertido y a esa inversión había contribuido el nombramiento de Jara, por mucho que ella insistiera en que ella no iba a llevar a Chile al comunismo e incluso que planteara que iba a renunciar a su partido durante el tiempo de su gobierno. Comunista es comunista, deben haber pensado muchos electores que, tal vez bajo otras condiciones podrían haber votado por algún socialista democrático, pero nunca por una militante del partido comunista. Y con razón.

En una candidatura presidencial cuentan menos los programas sociales y políticos que el aura simbólica e imaginaria que porta cada candidato. Jara es comunista, militante de un partido que menos que un partido ha sido construido como una secta dogmática al estilo de los Testigos de Jehová. En ese sentido podemos distinguir dos tipos de anticomunismo. Uno irracional, que ve comunismo en cualquiera parte, en cualquiera reforma social, en cualquiera defensa de los derechos humanos, en cualquier gobierno inclinado más a la izquierda que a la derecha. Así es el anticomunismo de Trump tan parecido en su país al que llevó a la práctica el senador MacCarthy durante los años cincuenta. Es el anticomunismo de los que necesitan al comunismo aunque este no exista. Es incluso un anticomunismo sin comunismo. En Chile, así como en otros lugares del mundo, existe ese anticomunismo. Sin embargo, hay también otro anticomunismo, y este es un anticomunismo racional.

El comunismo, al igual que el fascismo, amparó a dictaduras totalitarias, y en su historia carga con millones de cadáveres. En el caso chileno, el partido comunista no se ha distanciado jamás de su pasado ideológicamente antidemocrático y de su sumisión a los dictados de la URSS. Aún peor: no se ha distanciado tampoco de dictaduras tan horribles como son las de Maduro en Venezuela o las de Kim Jong Un en Corea del Norte.

Cierto es que el partido comunista chileno tiene raíces populares y obreras. Pero los nazis también las tuvieron y hoy la clase obrera francesa, entre otras, es en su mayoría partidaria de la anti-democracia representada por el lepenismo. Cierto también es que los comunistas españoles como los chilenos fueron víctimas de atroces dictaduras, pero eso no convierte en correcta la política que intentaron imponer. El Partido Comunista chileno recién se plegó al plebiscito que derrotó a Pinochet una semana antes del evento, eso no se olvida. Los comunistas han navegado en contra de la propia política internacional del presidente Boric, llegando al punto de apoyar a Putin en el caso de la invasión a Ucrania. En otras palabras, en la simbología y en el imaginario nacional, los comunistas no representan las tradiciones más democráticas del país.

En medida inferior a los comunistas, diversos sectores del Frente Amplio chileno tampoco se han caracterizado por mantener una estricta vocación democrática. El hecho de que hubieran llegado a Chile como consejeros, personajes políticos de tercera categoría, representantes de un fracasado partido español como es Podemos (Iglesias y Errejón, entre otros), es decir de un partido que ha sido financiado incluso por la dictadura de Venezuela, no es la mejor carta democrática para oponer al pinochetismo que enarbola sin complejos Kast en Chile.

En cierto sentido las elecciones de diciembre en Chile serán fantasmagóricas. Tendrán lugar entre una candidata comunista y un candidato pinochetista. En un mundo donde el comunismo ya no existe y el corrupto general Pinochet está muerto, Kast vencerá. Pero con Kast, más Kaiser y la antigua UDI, no vencerá el pinochetismo, sino una nueva derecha con rasgos populistas (y trumpistas) comandando a las derechas tradicionales. Una nueva derecha, repetimos, equivalente a diversas nuevas derechas aparecidas en diferentes países, incluyendo a los EE UU del movimiento MAGA. Un pinochetismo sin militares, si se quiere, pero sí represivo, enemigo de las libertades sociales y sexuales, autoritario y policial, abierto al fundamentalismo cristiano de derechas, defensor de un modelo de familia más imaginaria que real, antifeminista y patriarcal de acuerdo al legado del ideólogo Jaime Guzmán de quien sus fieles seguidores jamás logran citar una sola frase (caso curioso). A todo eso se sumará la implantación de una política económica asocial, similar a la que prevaleció durante la dictadura, lo que, bajo condiciones civiles, puede ser necesario, como necesario en Argentina era detener a la inflación, o como necesario es en otros países bajar la tasa de criminalidad sin caer en el exhibicionismo sádico de un Bukele.

La verdad, esa nueva realidad que se avecina en Chile no estaba pre-escrita. Pudo haber ocurrido de otra manera. La responsabilidad de que eso no haya sido así, debe cargarla sobre sus espaldas el conjunto de las izquierdas. Esas izquierdas que decidieron jugárselas todas en la primera vuelta electoral, partiendo de unas absurdas primarias, pasando por alto el hecho objetivo de que, en los países donde hay dos vueltas electorales como en Chile, las primarias están de más, pues la primera vuelta son de facto las primarias. ¿O creían que con Jara las izquierdas iban a ganar por mayoría absoluta en la primera vuelta? Con eso, las izquierdas no solo mostraron inocencia, sino una falta absoluta de realismo político.

En las primarias, todos lo sabemos, no votan los que a veces son mayoría nacional: los indecisos. Solo votan militantes. Así se explica por qué las primarias de la izquierda las hubiera ganado el partido que tenía la mejor organización interna, los comunistas. Las primarias, en efecto, no son democráticas como tantos creen, son partidocráticas. Quien tiene mejor maquinaria, gana; ese es un secreto a voces.

Habría sido interesante ver competir no en primarias, sino en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, a Jannette Jara contra Carolina Tohá. A la ciudadanía se les habría ofrecido una diversidad correspondiente a una izquierda que es muy diversa. Una alternativa al menos que no obligara a nadie a elegir entre una comunista y un pinochetista. La sociedad chilena es más compleja y más rica que esos dos extremos.

Muchos chilenos, he leído, no sabían por quién votar. Como el voto es obligatorio, votaron en blanco o nulo. O por Franco Parisi. Y aquí entramos frente al fenómeno más fenomenal de las elecciones presidenciales del 2025. La alta votación obtenida por el Partido de la Gente de Parisi, sobre todo en el norte del país, llegó casi al 20% por sobre las candidaturas de Kaiser y Mathei.

Suele suceder: en elecciones polarizadas, quedan abandonadas muchas franjas de centro las que suelen ser ocupadas por la abstención o por candidatos ocasionales que no representen a ninguno de los extremos. En ese sentido la consigna central del Partido de la Gente de Parisi fue muy precisa: “Ni facho ni comunacho”. La hábil consigna era un llamado a no dejarse llevar por la polarización.

Ahora bien, la izquierda en su conjunto abandonó más campo que la derecha, cubierta por tres partidos: uno de centro derecha, el de Matthei, otro de derecha dura, el de Kast, y otro de derecha facha, por decirlo de algún modo, el de Kaiser. Eso quiere decir que, siguiendo una lógica elemental, si la izquierda hubiese presentado candidatos más centristas que la comunista Jara, Parisi no habría obtenido tantos votos como los que obtuvo. Quiere decir también que, aún pese a que los partidos existentes abandonaron el centro político, hay todavía un centro en disputa en un país que tradicionalmente ha tendido a orientarse más hacia el centro que hacia los polos. Ese centro, a diferencia de los polos, no es un centro ideológico. Está formado, en su gran mayoría - y aquí hay que hacer notar la intuición del, para muchos, demagogo Parisi- por gente común y corriente que vota, antes que nada, por el candidato que mejor podría solucionar los problemas de “la gente”.

El de Parisi fue un mensaje político. La lucha en el futuro tendrá que darse en dirección hacia el centro. Tal vez ese joven político que ejerció durante un tiempo el oficio de presidente de la república, Gabriel Boric, haya leído ese mensaje que, además, puede ser muy importante para su futuro político. Ese mensaje dice: Para hacer política, más decisivo que ofrecer grandes futuros luminosos, es adentrarse en los temas cotidianos de la gente común, palpar sus problemas, realizar si es necesario el oficio de asistente social, y luego dar a las demandas sociales un formato político. Las grandes ideologías, sean estas de izquierda o derecha, cuentan cada vez menos.