Fernando Mires – MAMDANI, EL ANTI-TRUMP



Hay que decir antes que nada que el obtenido por la oposición en las recientes elecciones, si consideramos algunas líneas constantes que se dan en la política norteamericana, se mantiene dentro de la continuidad histórica. Nueva York y otros estados donde la oposición triunfó es un bastión tradicional del Partido Demócrata. Un resultado para muchos, normal. Pero si consideramos el actual momento político que vive EE UU, puede que ya no sea tan normal. No lo es, porque la de Trump, no es una presidencia normal. ¿Por qué no lo es? Porque Trump, a diferencias de sus predecesores, es un presidente populista -el primero de la historia estadounidense- vale decir, uno que no es apoyado por sectores sociales políticamente estructurados sino más bien por masas enfervorizadas que giran alrededor de una figura mítica, en este caso, el mismo Trump. Bajo esta condición, el populismo cuando llega al gobierno, tiende a mantener durante un largo tiempo una tendencia “in crescendo“, aún en zonas que no le son tradicionalmente favorables. Los grandes populistas de la historia moderna, pensemos en Perón, Chávez, Erdogan, así lo han mostrado .

Esa tendencia del populismo a crecer intermitentemente en la arena electoral no se da al parecer en los días de Trump. Recordemos que poco antes de las elecciones en EE UU los holandeses se sacaron de encima al nacional populista Geert Wilders gracias a la formación de una coalición de centro-izquierda, o si se prefiere, democrática-social, muy parecida a la que permitió el triunfo del carismático Zohran Mamdani en Nueva York. Lo mismo había ocurrido antes en Polonia e incluso en Argentina, donde Milei ya fue una vez derrotado.

Los populistas del siglo 21 van a y vienen sin quedarse para siempre, es una constatación. Podría ocurrir lo mismo en países como Francia, España e incluso en Inglaterra. La política, siempre pendular, se ha vuelto más pendular que antes y eso significa que la crisis de gobernabilidad tiene que ver con motivos que escapan a la “razón populista” (Laclau). No es este, claro está, el momento para profundizar sobre ese tipo de crisis. Limitémonos por ahora solo a constatarla. Lo que sí interesa subrayar, en el caso de las recientes elecciones norteamericanas, sobre todo en las de Nueva York, es que el crecimiento constante del trumpismo ha mostrado límites en un poco tiempo.

No queremos especular, pero si el fenómeno neoyorquino se expresara, aún ganando Trump, en un futuro descenso de la votación trumpista, habría que concluir en que que el trumpismo también puede entrar en crisis. Esperemos. Lo inmediatamente real, lo concreto, lo indesmentible, es que el futuro alcalde de Nueva York no solo ha derrotado a Trump. Además, ha mostrado que, para derrotar a Trump, hay que levantar una política que, por lo menos en el nivel de lo simbólico, sea radicalmente diferente a la que representa el mandatario. Y bien, justamente eso fue lo que logró Mamdani: erigirse como representación antagónica a lo que es o representa ser Trump.

Zohran Mamdani, en eso están de acuerdo la mayoría de los opinadores, es el anti- Trump.

Mamdani ha logrado comunicar al mundo que el trumpismo es políticamente derrotable si sus adversarios logran levantar una política que difiera totalmente de la de Trump. En ese punto la importancia de Mamdani reside en que él, con su exitosa campaña, ha mostrado el camino a un Partido Demócrata que, desde las elecciones que dieron como vencedor a Trump, parecía desmoralizado, sin ideas, sin líderes.

La política, ahí no hay como contradecir a Carl Schmitt, es antagónica. Podríamos decir incluso que la política es el arte del antagonismo no militar, una práctica orientada a destruir al enemigo sin matarlo. Por lo tanto, la política es también el arte de la negación. Sin negación del adversario o enemigo, no hay política.

La afirmación de una política no existe sin previa negación del enemigo político. Ese secreto elemental lo conoce bien Trump. Su éxito deriva del hecho de haberse constituido como un anti-Biden y todo lo que él representaba en el espacio simbólico de la política. En contra del Biden antiputinista, Trump se presentó como un amigo de Putin. En contra del liberalismo político de Biden, Trump opuso el carisma del caudillo único. En contra de la política europea de Biden, opuso una política nacionalista y anti-europea. En contra de la permisibilidad de los demócratas, Trump opuso una política anti-Woke, atacando con furia a todo lo que pareciera condescendencia, sobre todo en el terreno de la sexualidad, por él llamada, “progre”. En contra de la intelectualidad política amparada por Obama y Biden, opuso la figura del “hombre macho” brutal, pero dadivoso. Pues bien, en Nueva York encontró Trump su antípoda, una que en algunos aspectos difiere también de la del Partido Demócrata, un fenómeno nuevo frente al cual Trump no estaba preparado: un joven musulmán nacido en Uganda, un demócrata criado dentro de una familia muy intelectual, un dirigente de masas de palabra fácil, en fin, la negación de lo que es Trump, tanto como persona, tanto como político.

La pertenencia religiosa al credo islámico de Mamdani era, para los trumpistas, casi una afrenta. Trump, dentro de su conocida xenofobia, había logrado instalar el anti-islamismo a su doctrina de poder. Era sin duda el principal obstáculo que enfrentaba el joven político. Gran mérito de Mamdani fue eludir el supuesto estigma, poniendo el acento no en la religión que él profesa sino en el derecho de practicarla en un país donde la libertad de cultos es tradicional y, sobre todo, constitucional. Mamdani defendió el derecho a ser musulmán pero también el derecho a ser judío, evangélico, católico o ateo en un país que, desde su fundación, ha sido multicultural y multireligioso.

Lo que estaba en peligro en el cuestionamiento a su religión islámica, era la libertad de cultos. No faltaron por cierto quienes acusaron a Mamdani de ser antisemita, desconociendo el hecho de que criticar a un gobierno, judío o no, no es cuestionar a su religión, sobre todo si se tiene en cuenta la enorme cantidad de judíos que se plantean en contra de la cada vez más autocrática dominación de Netanyahu y, por supuesto, a los excesos militares cometidos bajo la dirección del presidente israelí en contra de la población civil palestina. Mamdani no puede ser acusado de antisemita de la misma manera que no puede ser acusado de comunista.

Para Trump, comunista es todo aquel que se opone a su gobierno. En cierto modo Trump ha impuesto entre sus seguidores un dogma: la economía debe ser liberal pero la política debe ser anti-liberal. La oposición al liberalismo económico es clara señal del comunista, del mismo modo como comunista significa ponerse en defensa de las libertades sociales y públicas. Mirado desde ese estrecho prisma, Mamdani encarnaba ante los ojos de Trump al perfecto comunista. La campaña electoral permitió a Mamdani demoler esas acusaciones dejando muy en claro que él es un demócrata social. Sobre esto hay que insistir.

De la breve trayectoria de Mamdani podemos afirmar que él es un demócrata social, pero no es un socialdemócrata, o por lo menos no lo es en el sentido europeo del término.

En sentido europeo ser socialdemócrata significa adherir a la principal tesis de los partidos socialdemócratas, a saber: que para alcanzar el socialismo es necesario llevar a cabo reformas, sin necesidad de tomar el poder, ni mucho menos usar la violencia, poniendo acento en las demandas de los trabajadores asalariados en el marco y en defensa de la democracia social. La meta histórica para los socialdemócratas es la sociedad socialista, por eso los socialdemócratas se definen como socialistas. Pues bien, por lo que conocemos de Mamdani, él no se plantea alcanzar una meta histórica, es decir, no persigue la utopía de una sociedad socialista. Dicho en estos términos: la democracia a la que adhiere Mamdani no es una meta-democracia; no un estadio de la historia que nos espera en algún rincón del futuro, sino en el ahora y en el aquí, poniéndose siempre al lado de los problema reales de las personas reales, no porque encarnen una visión luminosa del futuro, sino porque sufren, en este aquí y en este ahora. El pensamiento político de Mamdani, a juzgar por sus frases de campaña, no se dirige a cambiar la sociedad sino a cambiar las condiciones materiales de seres humanos que viven de modo azaroso en una sociedad próspera. Mamdani, buen americano al fin, no está en contra de la riqueza pero sí está en contra de la pobreza. En ese sentido podríamos decir que su pensamiento político está impregnado (impregnado, no determinado) por el pensamiento religioso. No deja de ser destacable que él, un musulmán, citara en diversas ocasiones frases de Martin Luther King, entre ellas, esta: “Llámalo democrático, o llámalo socialdemocrático. Lo que creo es que debe haber una mejor distribución para todos los hijos de Dios en nuestros países”. Un pensamiento social no doctrinario, pero sí político.

Mamdani fue el candidato de las minorías. Descubrió, tal vez sin darse cuenta, que en un país como los EE UU las minorías, en su conjunto, constituyen una mayoría. Luego, que todas esas minorías son ciudadanos, y la política ciudadana debe ser puesta al servicio, no de una ideología, no de la imagen mítica de una nación imaginaria, sino en el reconocimiento de las demandas de cada minoría. La caridad comienza en la propia casa, podría haber sido un lema del estilo político de Mamdani.

Hacer grande de nuevo a una nación no puede ser posible en una sociedad que no está asociada consigo misma. Si los EE UU quieren alcanzar la grandeza propagada por Trump, esta no puede ser lograda mediante la privación de los derechos sociales a los ciudadanos sino sobre una base que otorgue valoración al capital de todo capital: la persona humana. Ninguna promesa histórica, sea comunista o trumpista, sea social o neo-liberal, puede ser cumplida si no son atendidos los problemas fundamentales de la población. Puede ser la inflación, puede ser la desocupación usada como medio para detener la inflación, pueden ser los sistemas de salud pública, o la movilización colectiva, o los conflictos generacionales, o la delincuencia, las bandas callejeras, las familias mal constituidas, los conflictos entre libertad y tradición. El político no es ni debe ser un nuevo Moisés, sino un asesor de una ciudadanía que vive sus problemas reales tal como ellos son o se presentan. Todo eso lo dijo Mamdami si usar como protección a ninguna ideología, desde la calle, escuchando a la gente existente y real. Y eso no es socialdemocratismo. Eso es democracia social. Y, aunque suene parecido, no es lo mismo.

Hubo un tiempo, digamos, durante toda la Guerra Fría, en que la contradicción fundamental era la que se daba entre comunistas y anticomunistas. Pero desde que cayó el muro de Berlín, el comunismo dejó de existir. China es un país donde impera un sólido pero a la vez tiránico capitalismo de estado que no tiene nada que ver con el ideario comunista, ni siquiera con esa salvajada que fue “el pensamiento de Mao”. De la era comunista quedan en este mundo solo putrefacciones ideológicas como son las que imperan en Corea del Norte, Cuba, Nicaragua, Venezuela, países sometidos a maleantes que se apoderaron de los estados recurriendo a fragmentos ideológicos que no conforman ningún sistema de pensamiento, como sí fue el socialismo del pasado reciente. Los mismos conceptos de izquierda y de derecha ya no aluden a formaciones políticas; más bien son usados como denominaciones regulativas a las que pronto habrá que buscar sustitutos. El concepto de democracia social usado por la candidatura de Mamdani podría ser uno de esos sustitutos. Trump y sus seguidores prefieren, sin embargo, denominarlos comunistas. En el fondo, arrogantes como son, imaginan que las masas solo entienden si se les habla en términos vulgares, o si se les presenta enemigos inexistentes. Trump mismo, un hombre-masa, pasa por alto las imprecisiones del lenguaje; eso se lo deja a las personas que más detesta: a los intelectuales.

La cultura política del trumpismo es profundamente anti-intelectual. Para él y sus seguidores, los intelectuales son capas sociales inútiles alejadas de los problemas verdaderos como son los que ellos creen conocer. Los ataques y las reducciones de presupuesto que han experimentado las instituciones culturales, desde universidades hasta empresas cinematográficas, no son casualidades. Para Trump un intelectual es un comunista. Sus ataques directos a la persona de Mamdani son expresiones de odio no disimulado a la clase intelectual, de donde proviene Mamdani: Un musulmán cuya madre es una renombrada cineasta y su padre un reconocido profesor universitario y que, además, propaga ideas de igualdad social, no puede sino ser visto, desde la óptica del mundo al que pertenece Trump, como un enemigo visceral.

Trump, como algunos de sus ministros, intentan convertir a la vulgaridad en una virtud. Basta darse un paseo por las redes sociales, hoy ocupadas por destacamentos trumpistas. Los insultos, las ofensas sin nombre, la eliminación de seguidores a opinadores democráticos, son operaciones que llevan el sello anticultural del trumpismo. De todo eso se despreocupó Mamdani y, en lugar de trenzarse en querellas inútiles con sus ofensores, fue a las calles a encontrarse con las minorías mayoritarias de su estado. ¿Un ejemplo a seguir? Con toda seguridad.

Puede ser que en un próximo futuro no hablaremos más de comunistas ni de anticomunistas, ni tampoco de izquierdas y de derechas, como hoy ya no hablamos de monárquicos y jacobinos. En la democracia de masas, que es la que conocemos, puede ser también que las futuras divisiones ciudadanas sean menos patológicas que las que hoy usamos para odiarnos entre nosotros. Puede ser, y no por último, que hablaremos de políticos que actúan más de acuerdo al primado de lo económico por sobre lo social y otros de más acuerdo con el primado de lo social por sobre lo económico.

Trump pone lo económico por sobre lo social; Mamdani a lo social por sobre lo económico. Así de simple. Quizás por eso Mamdani podría llegar ser un político precursor en las enormes tareas que esperan a los demócratas de su país e incluso a los de otras naciones. No defender a los socialmente desplazados desde perspectivas ideológicas, sino desde los problemas reales que ellos viven cada día, ese es el imperativo.

Debemos ponernos en guardia frente a los políticos que proclaman la aceptación de un mal menor para evitar un mal mayor.

Si no atendemos en primera línea a los llamados males menores (a veces estos son generaciones completas) nunca podremos atender a los males mayores. Así parece haberlo entendido Zohran Mamdani.

Desconocemos el futuro, pero puede ser que las recientes elecciones de Nueva York hayan sido la presentación de un nuevo comienzo. Ojalá sea así.