Las recientes elecciones parlamentarias argentinas, contrariando a las encuestas, dieron un triunfo sólido al gobierno de Milei dejándolo en condiciones de imponer su programa de gobierno sin tropiezos institucionales o políticos.
El deseo populista
Definitivamente Javier Milei no solo es o ha llegado a ser un gobernante. También, al igual que sus antecesores peronistas, es un caudillo de masas. En cortas palabras, un nuevo líder populista. Uno que ha conquistado tanto fervor que ni siquiera necesita, como sí hicieron sus predecesores, subvertir la legalidad ni la institucionalidad. Lo tiene todo a su favor, como sólo lo tuvo Perón en Argentina o, durante un tiempo, Chávez en Venezuela.
Ha habido muchos gobernantes populistas en América Latina pero con seguridad los historiadores podrían estar de acuerdo en que quienes más han concitado apoyo popular han sido tres: Perón (y Eva), Chávez y Milei. Los tres mosqueteros del populismo subcontinental, podríamos llamarlos. Por lo menos, son los populistas más completos de acuerdo a las diversas definiciones de populismo que cursan en libros e institutos politológicos.
No vamos a aburrir a nadie aquí esbozando una nueva teoría sobre el populismo. Solamente limitémonos a nombrar algunos de sus rasgos inconfundibles. El primero de ellos, el más obvio, es que se trata de movimientos de masas. Pero no todos los movimientos de masas son populistas, aunque no hay populismo sin movimiento de masas, sean estas callejeras o digitales.
Un movimiento de masas alcanza el rango de populista cuando es articulado en torno a un líder, carismático, dicen algunos, mesiánico dicen otros. Un líder que no solo es un dirigente sino un mito, vale decir, una representación que articula a diversas demandas sociales y, por lo mismo -en ese punto estoy siguiendo al inolvidable Ernesto Laclau – a ninguna en especial. No hay populismo sin líder populista, hemos repetido en diversas ocasiones.
El populismo implica la personalización del poder. La persona, y no un programa; la persona y no las leyes; la persona y no un partido, identifican a un movimiento de masas como populista. En ese sentido, la relación masa-líder es, en primera línea, emocional. El líder, dicho en tono freudiano, pasa a ser la representación de un Superyo colectivo y, por lo mismo, presupone una relación libidinosa entre su persona y la masa. El líder es amado por su pueblo. O también: la masa se constituye como pueblo, amando al líder. Desaparece ese amor, desaparece el líder.
Perón y Eva fueron y todavía son amados. Chávez fue amado y hoy Milei comienza a ser amado. El líder, visto así, es el oscuro objeto del deseo de las masas, deseo no siempre posible de descifrar pues siempre se manifiesta con signos torcidos. Quiero decir, no la politología o la sociología pueden descifrar los signos del lenguaje populista, también una ciencia que todavía no existe a la que, en más de una ocasión, hemos llamado “psicopolítica”. Algo que comprendieron muy bien Laclau y Žižek al recurrir ambos a Lacan y a sus proposiciones sobre los significantes vacíos.
Ahora bien, el deseo populista viene de seres que no están enlazados entre sí y que, para estarlo, deben identificarse unos a otros compartiendo el mismo objeto del deseo. Yo soy de Boca, yo soy de River, yo soy de Milei, es una incorparación del ser en un objeto determinado que me hace idéntico a otros. El amor populista es y será siempre un deseo del otro y, cuando es nosótrico, del deseo de los otros.
El deseo de ser parte tuya o el deseo de ser parte de vosotros, corresponde al vagabundeo del ser que quiere ser solo cuando encuentra su objeto de ser. Yo soy peronista, yo soy chavista, yo soy mileísta, quiere decir, yo soy de muchos en el amor compartido a uno, nuestro objeto común que nos identifica frente a los que no son como nosotros: los enemigos. Esa es la razón tal vez por la cual el fenómeno populista aparece allí donde hay sociedades desintegradas, y esto quiere decir, cuando miles, a veces millones de individuos, poseen muy pocos lazos sociales, institucionales y políticos que los unan entre sí.
El populismo, luego, puede ser considerado como un intento del ser nosótrico para encontrar su integración, siempre simbólica, en un ente unificador y significador. La desintegración puede ser crónica o estructural. O puede ser el resultado de una transición de un modo de ser social a otro (de la sociedad feudal a la sociedad industrial, o de la sociedad industrial a la no-sociedad digital, por ejemplo). Explicable entonces por qué diversos autores, antes de que apareciera Trump en los Estados Unidos, consideraba al populismo como un fenómeno predominantemente latinoamericano, expresión de sociedades económica y políticamente desintegradas. Hoy esos mismos autores están en la obligación de revisarse. El populismo ha aparecido en sociedades económicas rentables de Europa y, lo que nadie había pronosticado, en los propios Estados Unidos. Quiere decir, el populismo no tiene que ver con mayor riqueza o pobreza, sino con mayor o menor desintegración. Esta es precisamente la diferencia que se da en América Latina entre los populismos de ayer y los populismos de hoy.
Del populismo continental al populismo global
Los anteriores populismos, aparecidos sobre todo durante la era de la industrialización, eran, se quiera o no, nacionales y nacionalistas. Los populismos de hoy en América Latina, desde Chávez (un poco menos) a Milei (mucho más), pertenecen a un contexto al que llamamos sin titubear, global. Por cierto, los populismos de hoy también son nacionales y nacionalistas, pero el que impera es un paradójico nacionalismo internacional. Recordemos, a guisa de ejemplo, la premura con que saltó Trump a colaborar con Milei en las recientes elecciones parlamentarias argentinas. Trump, como por instinto, reconoció en Milei a un miembro de su familia, de una gran familia con muchos hijos y nietos que comienza a expandirse durante el siglo XXl en diversos países del espacio occidental.
Nunca el llamado internacionalismo proletario de los comunistas alcanzó la interconexión internacional que han alcanzado los regímenes nacional populistas de nuestro tiempo. Pues bien, esa es la principal característica que une al argentino Milei con el venezolano Chávez. El populismo del siglo XXl es anti global, pero a la vez, un producto neto de la globalización. Ambos, aunque sus fanáticos seguidores protesten indignados, han aparecido en un contexto marcado por la desintegración social y política de sus respectivos países. Ambos son igualmente extremistas: el “expropiése” de Chávez es equivalente al "privatícese" de Milei. Lo que era el Estado para Chávez, es el mercado para Milei. Uno se decía de izquierda, el otro se dice de derecha. Pero, desde el punto de vista político, el fenómeno es similar. Chavismo y mileísmo son símbolos de sociedades fragmentadas y sus líderes son mitos vivientes encargados de conducir a sus pueblos hacia la tierra prometida, llámese esta comunismo o liberalismo total. La gran diferencia es que el populismo de Chávez solo tenía ramificaciones latinoamericanas a diferencia del de Milei, que se ramifica a nivel global y continental al mismo tiempo. Chávez, visto así, era mucho menos original que Milei.
“El socialismo del siglo XXl”, en la versión de Heinz Dietrich asimilada por Chávez, buscaba revivir y reivindicar la idea del socialismo después que esta se había apagado en Europa. Muchos vieron en la empresa continental de Chávez el renacimiento del antiguo proyecto socialista. Solo pocos comprendimos desde un comienzo que ese socialismo del siglo XXl era el último estertor de un proyecto histórico moribundo. Hoy no existe -ante el desespero de quienes hicieron del anticomunismo una profesión de fe- ningún país socialista en el mundo. La gran contradicción que atraviesa el globo es esencialmente política, y es la que se da entre los gobiernos autocráticos y los democráticos de la tierra. Lo que sí no ha cambiado, es la persistencia del populismo, ya no solo continental, sino también global.
Podríamos afirmar entonces que mientras el de Chávez fue el último populismo continental, el de Milei es el primer populismo global de América Latina. Chávez impulsó y a la vez fue parte de una internacional populista latinoamericana a través del ALBA, formada por países como la Bolivia de Evo, la Nicaragua de Ortega, la Cuba de los hermanos Castro, el Ecuador de Correa, la Honduras de Zelaya, la Argentina de Cristina. Hoy de eso no queda casi nada.
Bolivia volvió a la democracia liberal; Nicaragua se convirtió en una satrapía matrimonial; Ecuador pertenece ya a la órbita trumpista; Honduras está pronta a elegir un nuevo gobierno liberal; en la ex Venezuela chavista el tirano Maduro enterró los medios democráticos de los que se sirvió Chávez, abandonando con ello su proyecto continental. Y en Argentina, Milei ha pasado a ser la principal figura latinoamericana de un populismo mundial de origen europeo (Polonia, Hungría, Serbia, Eslovaquia, República Checa, Turquía) y, sobre todo, norteamericano. Milei es el director de una sucursal de la empresa Trump en Argentina.
Los Estados Unidos de Trump han llegado a ser la nueva Roma (o si se prefiere, la nueva Meca) de un populismo de connotaciones globales. Así nos explicamos el enorme apoyo que recibió Milei desde Washington en las elecciones parlamentarias del 2025. Para el gobierno norteamericano, Argentina es vista como una especie de virreinato trumpista en América del Sur. Por eso Trump auesta muy fuerte a favor de Milei. Ya es absurdo negarlo: el trumpismo es el eje del primer movimiento populista global de la historia de la misma manera que en el pasado reciente Rusia fue el eje del llamado movimiento comunista mundial. En América Latina, el trumpismo, además de Argentina, ha conquistado a El Salvador de Bukele, al Ecuador de Noboa, patrocina a Bolsonaro en Brasil y a Kast quién, con muchísima probabilidad, será el próximo presidente de Chile. El trumpismo es el populismo del siglo XXl. En ese sentido China puede desplazar a los EE UU como potencia económica. Lo que no puede hacer Xi de China, pese a haber creado asociaciones mundiales tercermundistas como los BRICS o el ficticio Sur Global, es convertirla en una potencia política mundial. Pues bien, a esa nueva constelación internacional trumpista pertenece la Argentina de Milei. Es inútil negarlo.
¿Populismos de derecha o de izquierda?
Chávez intentó hacer de Venezuela la capital latinoamericana del populismo "de izquierda”. Fracasó. Puede que Milei convierta a Argentina en la capital latinoamericana del populismo “de derecha”. No sabemos si también fracasará. El proyecto está recién comenzando. Chávez no tenía frente a sí a ningún modelo que seguir (la empobrecida Cuba era más bien un contra-modelo). Milei, argentino y global al mismo tiempo, tiene como modelo al imperialismo más poderoso del planeta. Eso, por supuesto, no niega su vernáculo argentinismo que sigue, además, a un modelo interno, y aunque a los mileístas parezca un escándalo escucharlo hay que decirlo: ese modelo es el propio peronismo. Milei ha tomado para sí mucho más del peronismo de lo que toman de Perón los peronistas de hoy.
¿Qué es lo que ha tomado Milei del peronismo? Algo muy simple y común a todo movimiento populista: la comunicación directa entre líder y pueblo. Una comunicación que no pasa por las instituciones sino por la empatía que se da entre un líder situado por sobre y más allá de las instituciones con la masa aclamatoria que lo sigue. Eso es también lo que une a Milei con Chávez y con todos los gobiernos populistas de la modernidad. Milei lo ha entendido perfectamente. La política populista de masas no precisa de partidos, programas, mucho menos de teorías e ideologías.
Como ocurre con Trump, Milei puede usar fragmentos ideológicos de cualquiera ideología, declararse libertario un día y al otro día autoritario, por ejemplo. Lo importante es que “pegue”. También como Trump (eso también lo entendió Chávez) Milei practica la política del espectáculo de la que él se considera el principal actor. Y lo hace mejor que su mentor, Trump, quien cuando baila moviendo los codos frente a su público parece más bien un oso paralítico. Al igual que Chávez, Milei es un personaje histriónico y le gusta serlo. Y, como a Chávez, le gusta cantar en público. Chávez cantaba rancheras. Milei, post-moderno al fin, es un (buen) cantante de música pop. También como a Chávez, a Milei le gusta hacerse el chistoso; y a veces lo es. Lo importante es: nunca abandonar a las pantallas, siempre estar bajo los focos y, antes que nada, salir cada día con una nueva ocurrencia que mantenga la atención del público. Al igual que Trump.
Milei está recién comenzando. No sabemos si seguirá el recetario de Chávez y de Trump a fin de convertirse de presidente de gobierno en presidente de un régimen. De uno que comienza por limitar la libertad de información: apoderarse de la prensa en el caso de Chávez o de las redes que ya es el caso de Milei gracias a su amigo Musk. Tampoco sabemos si construirá un poder judicial sometido a su dictamen, como hicieron Perón, Chávez y hoy Trump. Menos sabemos si usará al ejército como instrumento de violencia en contra de la población civil, como hizo Chávez o como ya lo está haciendo Trump, capturando a extranjeros supuestamente ilegales para enviarlos a las siniestras cárceles de El Salvador. Todo está por verse. Puede que no sea así exactamente. Chávez demolió a los sindicatos obreros; Trump está usando su poder en contra de las universidades y en contra de los estados controlados por la oposición.
Todo líder populista cuando ha alcanzado el poder destruye los bastiones de sus enemigos. Por el momento solo hay indicios peligrosos en el comportamiento de Milei. Como líder populista, Milei no es un amante de las instituciones y más de alguna vez ha defendido el “legado” de las sangrientas dictaduras argentinas, en especial la de Videla. En breve: Milei no es un demócrata, pero todavía no ha actuado en contra de la Constitución y sus instituciones. Chávez también fue de a poco; de pasito a paso.
Milei es un populista redomado y, como tal, lo más probable es que se considere a sí mismo como un figura sobreconstitucional y sobreinstitucional, como Chávez. No ha jurado como Chávez poniendo su mano sobre una “constitución moribunda”. Tampoco habla de la Constitución como “la bicha”. En cierto modo, pese a la ridícula sierra con la que se candidateó, parece ser menos salvaje que su predecesor venezolano. Probablemente no será un nuevo Chávez. Pero los senderos del populismo en el poder son casi los mismos en todas partes; y esos senderos no conducen nunca a la ampliación de la democracia. Casi está de más decirlo.
¿Pero no era Chávez un líder de extrema izquierda y Milei uno de extrema derecha? En este trayecto hay que manejar con cuidado. Pues una cosa son las intenciones de los líderes y otra son sus ideologías. Por cierto, tanto Chávez como Milei recaban para sí una tradición ideológica, pero solo cuando le es útil.
El izquierdismo de Chávez, como el derechismo de Milei, son recursos fragmentados. Ninguno de los dos líderes ha seguido con devoción a una ideología determinada. Solo se aprovecharon de las ideologías vigentes en el mercado político. En ese contexto, todos los líderes populistas son heterodoxos.
Es un error tratar de discutir ideológicamente con los populistas. Chávez descubrió que los pilares sobre los cuales podía erigir su poder popular estaban clavados en la tradición de la izquierda venezolana y en dos partidos principales AD y COPEI. En cierto modo Chávez usó el lenguaje de la izquierda para construir su poder personal. De la misma manera, Milei descubrió que los pilares antiperonistas estaban clavados en la derecha tradicional argentina. Y así como Chávez intentó crear una nueva izquierda, la izquierda del socialismo del siglo 21, Milei aparece hoy como creador de una nueva derecha, arrastrando consigo, al igual que Chávez pero al revés, a la derecha tradicional de su país. Algo similar ya está sucediendo en Chile donde la derecha tradicional que ayer gobernó con Piñera, si es que hay una segunda vuelta electoral, puede llegar a ser un simple vagón de la derecha trumpista del “republicano” Kast.
El fenómeno que lleva a la sumisión de la derecha tradicional (aristocrática, agraria, conservadora, religiosa) con respecto a la derecha plebeya y populista, se da también en algunos países de Europa. Pensemos en la España de hoy, donde el nacional-populismo del VOX de Abascal puede terminar “tragando” al PP de Feijoo. Al fin y al cabo ese es un signo común de los gobiernos populistas: todos buscan la destrucción del centro político. Por eso la derecha tradicional argentina de Macri (PRO) se ha convertido en un simple vagón de la “nueva derecha” (La Libertad Avanza) de Milei. ¿No está ocurriendo lo mismo en los Estados Unidos, un país en donde la derecha republicana a la que nominalmente pertenece Trump, es solo la parte institucional de un movimiento no institucional, el de la “nueva derecha” plebeya, situado más allá del gobierno, el movimiento MAGA?
El nacional populismo de hoy, en todas sus variantes, articula a dos derechas: la derecha tradicional conservadora y la derecha anárquica y plebeya. Por un lado propaga los valores familiaristas y homofóbicos de los conservadores. Por otro lado casi todos sus líderes llevan, e incluso ostentan, una vida sexual disoluta, como Chávez y Milei (y Trump).
Los regímenes populistas, también los encabezados por Chávez ayer o por Milei hoy, nunca son idénticos. Pero todos se parecen entre sí. La ideología no les importa. Lo único que les importa es el poder.