Soledad Morillo - COMPASIÓN EN TERAPIA INTENSIVA


Hubo una vez un país que se desbordó. No por conquista, sino por herida. No por ambición, sino por necesidad. Sus hijos cruzaron mares, desiertos, aeropuertos y silencios. Llevaban la patria en la espalda, la memoria en los bolsillos, y el miedo en la garganta. No buscaban gloria. Buscaban abrigo.

Y en ese éxodo, algunas leyes les ofrecieron sombra. El TPS fue una de ellas. Un respiro legal. Un “no estás solo” escrito en tinta extranjera. Un gesto de humanidad en medio del desarraigo. Pero ahora, ese respiro se ha vuelto suspiro. La Corte Suprema de Estados Unidos ha decidido que puede suspenderse. Y miles de venezolanos quedan flotando en el limbo migratorio. Gente decente, trabajadora, que ha rehecho su vida con dignidad. Gente que no pidió exilio, pero lo abrazó con coraje. 

Un periodista, con su voz clara y su conciencia intacta, dijo lo que muchos callan: que defender al migrante no es traicionar a la patria. Que la patria no es una consigna, sino la gente que la lleva consigo, incluso en el bolsillo roto de una maleta. Y entonces, como suele pasar cuando se toca la fibra, llegaron los insultos. Los patriotas de teclado lo acusaron de antipatria, de traidor, de enemigo. Porque parece que en estos tiempos, pensar distinto es pecado. Y defender al otro es peligroso. 

Hay palabras que duelen más que los silencios. Y hay silencios que gritan más que los insultos. Hemos visto cómo el debate se ha vuelto trinchera, cómo la opinión se transforma en arma, y cómo la diferencia se castiga como si fuera delito. Un periodista alza la voz por los migrantes. Lo hace con respeto, con argumentos, con humanidad. Y lo que recibe no es diálogo, sino escarnio. No es reflexión, sino furia. Como si la compasión fuera debilidad. Como si la empatía fuera traición. ¿En qué momento dejamos de escucharnos? ¿Cuándo fue que la palabra se volvió piedra? ¿Por qué nos cuesta tanto aceptar que el otro también tiene derecho a existir, a opinar, a ser? 

La patria no se defiende con gritos. Se honra con actos. Y uno de esos actos es el respeto. El respeto por quien piensa distinto, por quien sufre lejos, por quien busca refugio en un país que no es el suyo, pero que lo acoge como humano. Pero parece que hemos extraviado el mapa. Que nos hundimos en el lodazal de la rabia, del fanatismo, del desprecio. Que olvidamos que antes que patriotas, somos personas. Que antes que banderas, hay rostros. Que antes que ideologías, hay historias. Y entonces, las preguntas arden como tizones en la garganta: ¿Hemos quedado extraviados en el lodazal de la incapacidad para comportarnos como humanos y no como bestias? ¿En qué momento se volvió amenaza la defensa del vulnerable? ¿Por qué nos cuesta tanto aceptar que el dolor ajeno también nos pertenece? 

La patria no es un mapa. Es la memoria compartida. Es el abrazo que damos a quien se fue, y el respeto que debemos a quien se quedó. Es la posibilidad de disentir sin destruir. De debatir sin aniquilar. Entristece ver que la compasión está en terapia intensiva. Soledadmorillobelloso@gmail.com

PS

Soledad Morillo Belloso

@solmorillob
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15h
Mi WhatsApp ha sido bloqueado hasta nuevo aviso, por una “denuncia” por mi texto “Compasión en terapia intensiva”. Hasta que logre que lo reestablezcan, escribirme a soledadmorillobelloso@gmai