Francisco Larios : Un siglo después: el “izquierdoso” Darío, el Gran Garrote y los colaboracionistas del filibustero
<<Los ciudadanos demócratas queremos democracia, los ciudadanos libertarios queremos libertad, y eso involucra ante todo autogobierno ciudadano, autodeterminación nacional, y respeto para las vidas de la gente. Lo que hacen los políticos embelesados con el poder es precisamente lo opuesto: apuestan en contra de la autodeterminación nacional, se niegan a dispersar el control de la cosa pública y ponerlo en manos de la ciudadanía, y están dispuestos, por codicia, a exponer a sus pueblos a una masacre.>>
¡Qué levadura la del ser humano! —para recordar a Darío— y cómo no recordar, en estos tiempos aciagos, la frase de Marx, a su vez recordando a su maestro: “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa."
Hoy podríamos decir que no son dos, sino tres, las formas de aparición, y habría que decir que no de “los grandes hechos y personajes”, sino de las convulsiones que a través de los milenios dejan una costra pestilente en nuestras huellas. ¿Cuál sería esa tercera? No es gran descubrimiento: es la amalgama de tragedia y farsa; es el gran personaje encarnado por guasones (el guasón mayor al mando del ejército nuclear más poderoso del planeta); es el camino que pareciera trazado por un espíritu maligno hacia la conflagración aniquiladora: una farsa que esconde, tras las gesticulaciones histriónicas de desequilibrados, los cálculos perversos del poder.
En Estados Unidos, se trata de una política destinada a afianzar el autoritarismo al interior del país, y, perdonen si uno es injustificadamente susceptible, a lo mejor asegurarse el control sin condiciones de ciertos recursos estratégicos. Es decir, lo que harían con las “tierras raras” de la minería tecnológica, si no fuera porque aquellas están cobijadas por el poderío chino—aún está por verse si el régimen de Washington se desliza por esa pendiente suicida; ha ocurrido antes, en la historia, que las guerras llegan tropezón a tropezón; quien no crea, que estudie, por ejemplo, la Primera Guerra Mundial.
Con América Latina, el viejo monstruo ha despertado, y cree fácil dar zarpazos. No es inconcebible—amenazan, de hecho— que agredan a Venezuela y Colombia. Dadas las condiciones políticas actuales, lo más probable, si pasan del dicho al hecho, es que lancen misiles o drones contra las poblaciones de estos países.
Y no será, por supuesto, para “llevar la democracia”. Colombia es, a pesar de sus males, una democracia electoral con libertades que hoy en día solo coartan los paramilitares de ciertas élites rurales, quienes crónicamente abaten activistas sociales y humanitarios. “Llevar la democracia” nunca ha sido el propósito de ningún imperialismo. ¿Hay que recordarle eso a los nicaragüenses, que hemos visto dictaduras plantadas por la ocupación? ¿Ya se olvidó en qué quedaron las “alianzas” de Máximo Jerez, Emiliano Chamorro, Adolfo Díaz, José María Moncada y Anastasio Somoza García con las fuerzas del Norte, los del “alma bárbara” en la Oda a Roosevelt?
De todos modos, no será, en este caso, el Querido Líder quien se ocupe (ni preocupe) de dar la falsa excusa. A él no le interesa fingir un objetivo “noble”: simplemente quiere ser percibido por sus seguidores domesticados como el primate más grande.
Entre esos seguidores los hay quienes obedecen al instinto primario del fascismo, el de sentirse parte de un poder que aplasta. El poeta español Jaime Gil de Biedma escribió, sobre el fascismo franquista, versos que inevitablemente tienen un eco contemporáneo:
Media España ocupaba España entera
con la vulgaridad, con el desprecio
total de que es capaz, frente al vencido,
un intratable pueblo de cabreros.
Entre los seguidores del caudillo estadounidense también están oportunistas sin escrúpulos en la oposición venezolana y la “oposición” nicaragüense, cobardes insensibles, fariseos que hablan de civismo, de “salidas cívicas” mientras alientan la agresión militar extranjera.
Pues si —contrario a lo que declaran golpeándose el pecho y rasgándose las vestiduras— creen que la solución a los problemas de Venezuela y de Nicaragua es por la vía militar, ¿por qué no se organizan ellos militarmente en lugar de invitar filibusteros? ¿Por qué hacen coro a los berridos de un régimen que no solo atenta contra la libertad de los estadounidenses, sino que amenaza con desatar, en un ejercicio imperialista puro, la política del Gran Garrote que otrora invocara Teodoro Roosevelt?
Darío, a quien los simplones —esos que hoy hacen imposible la discusión racional de nuestros complejos problemas— descartarían por “izquierdoso”, lo proclamó con aire profético:
Eres los Estados Unidos,
eres el futuro invasor
de la América ingenua que tiene sangre indígena,
que aún reza a Jesucristo y aún habla en español.
Los políticos venezolanos y nicaragüenses que incitan y apoyan a la versión hegeliana-caricaturesca de Roosevelt, la historia repetida como farsa a la que antes aludí —incluyendo a María Corina Machado— serán los encargados de justificar las matanzas y abusos, si se producen agresiones militares contra nuestros países, si toma cuerpo la advertencia dariana (“juntáis al culto de Hércules el culto de Mammón; y alumbrando el camino de la fácil conquista…”)
Porque la bota extranjera es siempre cruel. La bota… ¿no han visto cómo tratan las tropas especiales del gobierno federal a los “sospechosos”, por su piel morena o su acento, del crimen de trabajar para dar de comer a sus familias, y de contribuir con su esfuerzo a la construcción de una gran economía? Si eso hacen a la vista de todos, bajo la constitución que se suponía sacrosanta y que abrigaba a todos, ¿qué no harán en tierras hacia las que tienen un desprecio manifiesto? ¿Nadie recuerda ya lo que pasó en Irak? ¿Vale la pena tanto sufrimiento para que Machado, Maradiaga y una pléyade de políticos anti-orteguistas y anti-maduristas —que no digo demócratas — se adueñen de los tronos que tanto anhelan? ¿Pueden, llegando al poder de ese modo, ser otra cosas que sátrapas de un imperio?
Los ciudadanos demócratas queremos democracia, los ciudadanos libertarios queremos libertad, y eso involucra ante todo autogobierno ciudadano, autodeterminación nacional, y respeto para las vidas de la gente. Lo que hacen los políticos embelesados con el poder es precisamente lo opuesto: apuestan en contra de la autodeterminación nacional, se niegan a dispersar el control de la cosa pública y ponerlo en manos de la ciudadanía, y están dispuestos, por codicia, a exponer a sus pueblos a una masacre.
Contra sus declaraciones beatas (y su fariseísmo) Darío deja la última palabra:
“Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!”