Osvaldo Monsalve - El Ángel de Port Vendrés
CRÉANME
¿He de decir que me gustan las frases gloriosas,
que sigo con fervor las normas de las madres superioras
que jamás tengo malos pensamientos,
para que me crean?
¿He de decir que los hombres viejos solo desean la paz en sus almas,
y que nadie ha de preocuparse de la muerte
pues resucitará en una rosa roja o en un pájaro nupcial,
para que me crean?
¿Deberé declarar que no mantengo secretos horribles?
¿que nunca he anhelado que alguien muera de muerte mortal,
para que me crean?
¿He de jurar que no me gustan las rodillas de las ninfas de abril y mayo?
¿Deberé renunciar al rojo del vino?
¿al placer azul de la concha marina y húmeda?
¿al recuerdo del cuchillo ensangrentado?
¿a lo que yo soy o he llegado a ser,
para que me crean?
No, créanme,
soy solo el silencio del santo difunto,
la tierra pobre de luz, el pan duro de cada día,
la flor marchita en el vaso, y el mendigo de cada amanecer.
Créanme por favor. Eso soy. No es mucho.
Pero por el momento, basta.
¿ME PERMITES SOÑAR CONTIGO?
¿Me permites que sueñe contigo?
¿un solo sueño? ¿un sueño y nada más?
Solo un sueño.
Un sueño de arroz, de ojos y de aguas
De piedras y caminos sin andar
de espinas sin sus rosas
Un sueño de ríos y de lagos
de párpados ocultos bajo el mar
de jarros vaciados de sus vinos
de veranos largos y enlutados
y de noches largas sin dormir
¿Me permites soñar,
un solo sueño y nada más?
Un sueño con calles sin farolas,
con tiempos sin lugares,
de hombres y mujeres
que vienen y se van
¿Un solo sueño? ¿Un solo sueño?
¿Un
solo sueño y nada más?
TIEMPO IN-VERSO
El tiempo se vuelca hacia El Atrás con la edad,
el futuro desaparece, o si se quiere: aparece en otro futuro:
en nieblas moradas sin horizontes ningunos;
en pájaros de la noche, en cánticos gregorianos, en gritos sin orden ni paz.
Hacia el trasero del tiempo, como en una comedia musical norteamericana,
vuelven tus días más felices: fueron todos días de amor, deseos y ganas.
La primera mirada, el primer grito nupcial de las palomas sin cabezas,
y el amor caliente, tieso y duro como debe ser el amor cuando entra y sale,
y estalla
también las risas del otoño,
y
también esa carta atroz de la funeraria:
"No dejó ningún verso para usted"