
Como sabe cualquiera que se haya enterado al menos un poco de las noticias del día, el presidente Donald Trump, el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, y los dirigentes de la OTAN, la Unión Europea, Reino Unido y varios países europeos pasaron el lunes en la Casa Blanca en negociaciones sobre un posible intercambio de tierras y garantías de seguridad que podrían poner fin a la guerra ruso-ucraniana. ¿Pero realmente hicieron eso?
Pensemos en la palabra “negociación”. Todas las guerras acaban con ella, según el dicho popular, pero rara vez el agresor acude a la mesa exigiendo un territorio que en realidad no controla. Normalmente, los beligerantes discuten qué logros militares deben formalizarse y cuáles deben revertirse. Sin embargo, Vladimir Putin ha exigido sistemáticamente más territorio del que su ejército ha podido poner bajo su control en los tres años y medio transcurridos desde que comenzó la invasión rusa a gran escala. Durante la cumbre con Trump en Alaska el viernes, Putin parece haber hecho una pequeña concesión: aún exige más territorio del que ha ocupado, pero no tanto como solía exigir. Pero menos sigue siendo más.
Así que hablemos del “intercambio de tierras”. Esta frase parece referirse a la oferta de Putin de tomar un fragmento de Ucrania a cambio de no amenazar a una extensión aún mayor de Ucrania. Esto no es lo que normalmente consideramos un intercambio. Lo consideramos una extorsión.
Hablemos también de la palabra “tierra” o “territorio”, que los dirigentes reunidos en la Casa Blanca el lunes utilizaron mucho. Zelenski se refirió a un mapa que, al parecer, proporcionó Trump para facilitar la discusión sobre el “territorio”. Trump prometió hacerle llegar una copia.
Pero “territorio” no es un contorno en un mapa. Son ciudades y pueblos donde aún vive gente, incluso cerca de la línea del frente, incluso ahora. Antes de la invasión a gran escala, la población de Kramatorsk y Sloviansk, las dos ciudades ucranianas en territorio que exige Putin, era de 200.000 y 100.000 habitantes, respectivamente. No sabemos cuántas personas viven allí ahora —algunas seguramente huyeron, otras vinieron de los territorios ocupados, otras murieron—, pero el número es casi con toda seguridad de decenas y posiblemente cientos de miles de personas.
Proponer ceder la tierra a Rusia es proponer someter a esos residentes a la ocupación rusa —que en otras ciudades ha implicado ejecuciones sumarias, detenciones y torturas— o desplazarlos por la fuerza. Cualquiera de las dos cosas sería un crimen, uno del que Trump está pidiendo a Zelenski que se convierta en cómplice.
Este tipo de negociación a través de la extorsión no carece de precedentes. En febrero de 1945, los dirigentes de la Unión Soviética, Estados Unidos y Reino Unido se reunieron en Yalta —entonces era una ciudad de la Rusia soviética, más tarde una ciudad de Ucrania, ahora una ciudad de la Crimea ocupada por Rusia— para negociar el final de la Segunda Guerra Mundial. Entre otras cosas, José Stalin quería las islas Kuriles, que se extendían desde la Kamchatka soviética hasta la costa de Japón.
Franklin Roosevelt y Winston Churchill acordaron ceder las Kuriles a los soviéticos. Las islas no eran suyas para darlas —las Kuriles pertenecían a Japón—, pero sí para tomarlas. Seis meses después, los soldados soviéticos, con un importante apoyo del ejército estadounidense, tomaron el control de las islas y deportaron a los residentes japoneses. Los soldados soviéticos habían ido a Alaska a entrenarse para la operación.
Esa operación militar comenzó el 18 de agosto de 1945, exactamente 80 años antes de que Trump se reuniera con Zelenski en la Casa Blanca. Putin, que es un aficionado a la historia y, lo que es más importante, lleva años planteando la idea de una segunda Conferencia de Yalta, sin duda tiene presente la fecha y la similitud histórica.
El lunes por la mañana, Rossiyskaya Gazeta, el periódico oficial del gobierno ruso, publicó un video de lo que parecía ser un vehículo blindado de transporte de tropas de fabricación estadounidense que enarbolaba una bandera estadounidense y otra rusa. Según el periódico, el vehículo había sido utilizado por soldados ucranianos, capturado por los rusos, y ahora se utilizaba para atacar Ucrania. No puedo confirmar la autenticidad del video, pero el troleo es real. Los propagandistas rusos le dicen a Ucrania que Estados Unidos es ahora el socio de Rusia en la batalla.
Más de 80 años después de Yalta, no existe ningún tratado de paz entre Japón y Rusia. La Segunda Guerra Mundial nunca terminó oficialmente para estos dos países, porque Japón nunca cedió las islas Kuriles. Todas las guerras pueden acabar en negociaciones, pero no todas las negociaciones acaban con guerras.
El siglo XX ofrece otro ejemplo de extorsión de tierras. En 1938, Adolf Hitler exigió los Sudetes, una parte de Checoslovaquia donde los alemanes constituían un porcentaje significativo de la población. El primer ministro británico, Neville Chamberlain, negoció la entrega del territorio, sin implicar a Checoslovaquia. El objetivo superior de aquellas negociaciones era la seguridad y la paz para el resto de Europa. Sin embargo, menos de un año después de que Checoslovaquia se viera obligada a ceder los Sudetes, Hitler invadió Polonia y comenzó la Segunda Guerra Mundial. Esa fue la última guerra de agresión en el continente europeo hasta que Putin invadió Ucrania.
Hitler afirmó que él también luchaba por la paz, y por eso no tuvo más remedio que anexionarse los Sudetes: “He hecho estos tremendos esfuerzos por la paz, pero no estoy dispuesto a soportar más ataques de Checoslovaquia”. En 2014, cuando Rusia se anexionó Crimea, Putin retomó en la práctica un discurso que Hitler pronunció antes de anexionarse los Sudetes, diciendo que su mano también se vio forzada, y “lo más importante es que queremos que la paz y la armonía reinen en Ucrania”.
Lo que me lleva al tema de las garantías de seguridad. La última vez que Zelenski las mencionó en la Casa Blanca, lo echaron. Esta vez, Trump reconoció que cualquier acuerdo de paz debe incluir garantías de seguridad para Ucrania; durante la reunión del lunes, incluso afirmó que Putin estaba de acuerdo en que dichas garantías eran necesarias. Pero, ¿cuáles podrían ser? Putin ha dicho que Ucrania es un error histórico, que no existe una nación ucraniana ni una lengua ucraniana. ¿Cómo podría alguien garantizar la seguridad de Ucrania frente a un vecino con armas nucleares que piensa que Ucrania no debería existir?
La única respuesta plausible sería el ingreso en la OTAN o su equivalente, un acuerdo que obligaría a la alianza occidental, o a lo que quedara de ella, a defender a Ucrania en toda la medida de sus posibilidades. Putin ha citado sistemáticamente la posibilidad misma de un acuerdo de este tipo como la “causa fundamental” de su guerra contra Ucrania. Es una apuesta segura que Putin rechazará cualquier acuerdo que implique una promesa real de seguridad para Ucrania.
Y eso me lleva al número “seis”, algo que Trump siguió invocando el lunes, cuando afirmó que había resuelto ese número de guerras en sus primeros siete meses de mandato. Los conflictos de cuya resolución se está atribuyendo el mérito parecen ser los de la República Democrática del Congo y Ruanda (pocas pruebas de que se haya acabado); Egipto y Etiopía (ídem); India y Pakistán (hay pruebas de muy poca implicación estadounidense); Kosovo y Serbia (lo mismo); Armenia y Azerbaiyán (ídem, pero las partes acudieron a la Casa Blanca para firmar un acuerdo); Camboya y Tailandia (las conversaciones respaldadas por Estados Unidos desembocaron en un alto al fuego, no necesariamente en el fin del conflicto); Israel e Irán (Trump afirma haber evitado una guerra nuclear lanzando bombas antibúnker). En realidad son siete. Pero al mismo tiempo, ninguna.
Masha Gessen es columnista de Opinión del Times. Ganó un premio George Polk por sus artículos de opinión en 2024. Ha escrito 11 libros, entre ellos The Future Is History: How Totalitarianism Reclaimed Russia, que ganó el National Book Award en 2017.