Fernando Mires – EL ENCUENTRO DE ALASKA NO FUE UN FRACASO PARA TRUMP

 


 

Aunque las empresas noticiosas mundiales –así hay que llamar a la prensa internacional– intentaron presentar el encuentro que tuvo lugar entre Putin y Trump (en Anchoraje, Alaska, el 21 de agosto de 2025) como un gran “acontecimiento histórico”, estuvo lejos de serlo. Pero tampoco fue un fracaso como hoy esos mismos medios divulgan. Decir que Trump fracasó frenta a Putin en Alaska significa creer que Trump perseguía la paz entre Rusia y Ucrania. Y de eso Trump está muy lejos. Por lo demás, Trump había intentado bajar el perfil del evento. El mismo ya sabía que iba a ser solo un intercambio de saludos y apenas algo más. Lo que sí quedó demostrado es que de una paz no estamos cerca. Por supuesto, Putin y Trump conocían el resultado de antemano.

Hay que ser muy ingenuo para creer que en encuentros como estos los resultados no son conocidos con mucha anterioridad por sus convocantes. Cada encuentro entre representantes de dos potencias mundiales está, en efecto, precedido por múltiples conversaciones entre los interlocutores y sus equipos especializados. Comités de especialistas acuerdan los puntos, los tonos, hasta las vestimentas de los principales actores. Los dos mandatarios reunidos en Alaska solo tenían que viajar y sacarse fotos y, si es que había algo que firmar, firmar. En esta ocasión no había nada que firmar. Probablemente Putin y Trump viajaron sin sus lapiceros a Alaska,

El encuentro Putin-Trump no fue más que un ritual. Simbólico, como son todos los rituales. Seguramente las negociaciones previas al encuentro no fueron al parecer tan amistosas como sí lo fue el encuentro mismo. Recordemos que hace apenas un par de semanas, Putin y Trump se amenazaban atómicamente en las redes, haciendo teatro, puro teatro. De acuerdo con esos saludos no podían surgir ni acuerdos ni desacuerdos. No había, en fin, nada que acordar ni desacordar. Lo importante, y eso lo tenemos ahora claro, era encontrarse, mostrando al mundo que ambos gobiernos ya no estaban, como en los tiempos de Biden, des-encontrados. El de Alaska fue un acto de reconciliación cuyo símbolo fue la alfombra roja para que la pisara su majestad, el dictador ruso.

Putin y Trump intentaron demostrar al mundo que conversaban, aunque fuera sobre el clima o contándose chistes y chascarros. Lo importante era mostrar que conversaban. Conversaban significaba decir: “nosotros no estamos en guerra”. O lo que es mejor: “Si nosotros no somos amigos (ni aliados) tampoco somos enemigos”. Declaración tácita altamente importante, la que al serlo, no notaron, como suele ocurrir, los comentaristas especializados quienes se apresuraron a calificar el show como un triunfo aplastante de Putin sobre Trump. Un triunfo que, si lo hubo, también estaba acordado entre ambos gobernantes.

“Esta (la de Ucrania) no es nuestra guerra” había dicho JD Vance en repetidas ocasiones. Esa frase la ha reforzado Trump en Alaska. Con su presencia, quiso decir Trump, yo no soy un enemigo, soy solo un intermediario, y punto. Así lo entendió también Putin. Una paz solo puede ser firmada entre gobernantes de países en guerra, no por terceros. Si no hay guerra entre ellos, quienes conversan no pueden firmar ninguna paz. Para Putin, por lo tanto, ese encuentro era muy importante. Con el intercambio de amabilidades ambos mandatarios intentaron, indudablemente, demostrar al mundo que, en ningún caso Putin está aislado, como afirma la mayoría de los gobernantes europeos. Por el contrario: Putin buscaba dejar en claro que, si bien China es su mejor aliado militar, Estados Unidos podría llegar a ser un excelente socio comercial.

Putin no está aislado en absoluto. Tiene a su lado a una potencia nuclear, China, y conversa amablemente con el mandatario de la otra potencia nuclear, los Estados Unidos, a la vez que cultiva amistosas relaciones con todos los países económica y/o militarmente más fuertes del planeta, entre ellos India, Sudáfrica y Brasil. Con Irán, e incluso con Israel, también Putin mantiene excelentes relaciones. Con esto quiere decir, Putin, además: nuestro problema es con Ucrania y, por lo mismo, con la mayoría de los gobiernos europeos, pero sobre todo lo es con el eje económico militar formado, bajo el calor de la guerra a Ucrania, entre Alemania, Francia e Inglaterra. Ese trío, puede que haya dicho Putin a Trump, es el verdadero peligro para la paz mundial. Es posible que Trump esté de acuerdo con Putin en ese punto.

Lo que separa a Trump de Putin es Europa, y por cierto, para el primero, a través de una victoria en Ucrania, intenta derrotar, no a Ucrania – lo ha repetido muchas veces– sino a Occidente. Bajo el término Occidente, eso hay que tenerlo claro, Putin entiende Europa Occidental, y muy poco más. Su proyecto histórico, también lo ha repetido, es reconstruir el antiguo imperio ruso, y eso solo puede hacerlo no solo en contra sino a costa de la integridad de Europa.

Quizás puede ser exagerado decirlo pero después del encuentro no podemos sino pensar que, aún sin lapiceros en mano, Putin y Trump suscribieron un acuerdo mediante el cual los Estados Unidos se comprometen a no inmiscuirse directamente en la guerra de Rusia a Ucrania y a mantener las mejores relaciones diplomáticas, políticas y -sobre todo– comerciales con Rusia.

En otros términos: Para Trump la contradicción geoestratégica central estatuida por Biden, la de democracias contra dictaduras, ya no existe más. Los Estados Unidos de Trump solo persiguen sus propios intereses y, para el efecto, están dispuestos a aliarse con democracias o dictaduras siempre que estas acepten la supremacía económica norteamericana. En ese sentido – punto en el que tiene razón Anne Applebaum en su más reciente artículo – la política internacional de Trump se parece más a la de Xi Jimping que a la de Biden. En un mundo dividido en tres imperios mundiales y una serie de imperios regionales, Trump quiere que los Estados Unidos continúen manteniendo la hegemonía, sobre todo en los planos económicos y militares. A partir de esa concepción trumpista del mundo, el enemigo (para Trump, competidor) no es Rusia sino China.

Rusia es, por cierto, el aliado más estrecho de China. Por eso mismo Trump, de acuerdo a su visión economicista de la vida, no quiere tener como enemigo a Rusia y, si se da el caso, estaría dispuesto a ceder toda Ucrania a Rusia si es que Rusia se comprometiera a no inmiscuirse en la rivalidad de los Estados Unidos con China. Europa, bajo estas condiciones, es para Trump un obstáculo. No obstante, aunque parezca paradoja, Trump necesita por el momento de ese obstáculo. Por una parte, Europa, de acuerdo a los intereses económicos norteamericanos (que son los que en primera línea cuentan para Trump) está muy lejos de ser un socio despreciable. Por otra parte, si Europa logra alinearse en torno al eje político militar formado por Alemania, Francia e Inglaterra sin requerir de la ayuda militar de los Estados Unidos, Trump podría hacer un negocio redondo.

Mantenerse en la OTAN sin grandes desprendimientos económicos puede ser una carta que, frente a sus enemigos chinos, podría mostrar ocasionalmente Trump para demostrar que los Estados Unidos no están aislados en el mundo. Europa y la OTAN le sirven todavía a Trump. Más todavía si después de la llegada al gobierno del canciller alemán Friedrich Merz, el eje central militar de Europa busca erigirse como potencia militar a nivel regional. Así pareció entenderlo Trump cuando, para muchos inesperadamente, aseguró a los gobiernos europeos que su encuentro con Putin no tendría ningún carácter resolutivo y que, en consecuencia, no estaba en su proyecto trazar lineas geográficas para ceder sin consentimiento europeo territorios ucranianos a Rusia. Es por eso que, después de la reunión con Putin, Trump se apresuró a comunicar sus resultados a los gobiernos europeos. En otras palabras, Europa sigue siendo una carta de Trump y de eso son conscientes los gobernantes del trío estratégico europeo.

Macron y Starmer estuvieron plenamente de acuerdo con cinco puntos redactados por Merz, previos al encuentro de Alaska. Resumiendo, esos puntos son: 1. Toda discusión sobre territorios debe hacerse con la presencia de Zelenski sentado alrededor de la mesa. 2. Durante las negociaciones deberá tener un alto al fuego, o armisticio. 3. El punto de partida de las negociaciones territoriales no puede ir más allá de la franja Este de Ucrania. 4. Todo acuerdo deberá ser respaldado por robustas garantías de seguridad para Ucrania. 5. Las negociaciones deberán ser parte de una alianza estratégica común acordada entre los Estados Unidos y Europa.

Con todos esos puntos, Trump, aunque solo fuera formalmente, no podía sino estar de acuerdo. A la vez, con ninguno de esos puntos, Putin puede estar de acuerdo.

Aceptar a Zelenski en la mesa de negociaciones no puede ser una realidad para Putin sin una clara victoria de Rusia en Ucrania, la que está lejos todavía de ser lograda. Un alto al fuego, presupone para Putin detener su ofensiva puesto que los territorios ocupados y los muertos ucranianos son cartas de negociación que él busca utilizar. Después de sus incursiones de 2022 en Luhansk, Cherson, Saporischja y Charquiv, Putin no puede mostrar ninguna anexión geográfica considerable. Por lo mismo, solo podría aceptar negociaciones si logra alcanzar su objetivo inmediato, anexar la totalidad de los territorios de Donezk y Luhank. Pero para eso necesita más tiempo y, evidentemente, Trump se lo concederá. No puede hacer otra cosa.

Si Rusia quiere negociar terrenos, primero debe ganarlos, debe pensar con su inteligencia artificial, Trump. Nadie, en efecto, puede negociar lo que no le pertenece. Para lograr ese objetivo, Putin necesitaría penetrar en la ciudad Prokowks, fortaleza ucraniana que Putin intenta demoler desde hace seis meses. Merz, por otro lado, tampoco se engaña. Para cesar la guerra Putin debe demostrar que está en condiciones de apoderarse de toda Ucrania. Y bien; eso es justamente lo que Europa necesita impedir. En caso de que Putin logre ese objetivo en Ucrania, toda Europa está en peligro.

Trump no quedó demasiado desconforme con el encuentro. Al menos en Alaska no tuvo lugar un desencuentro, como algunos ilusos esperaban. En los hechos Trump ha podido retirar a los Estados Unidos de la guerra en Ucrania sin romper relaciones con Europa. Como el buen comerciante que es, ha logrado vender una deserción vergonzosa como una estrategia geopolítica exitosa. Al menos, y eso es lo que interesa demostrar Trump a China, los Estados Unidos, sin ser parte, no están ausentes del conflicto ucraniano y, al igual que el gigante asiático, puede oficiar de mediador en diferentes conflictos mundiales sin poner en juego sus destacamentos militares.

Hubo en el pasado reciente una alianza occidental. De eso, durante Trump, queda muy poco. O nada. El nuevo orden mundial carece de orientes y de occidentes. Solo hay superpotencias, subpotencias y países vasallos. Si Rusia se erige como vencedor de la guerra a Ucrania, contará con el pleno apoyo de Trump. Pero si Europa lograra crecer sobre sus propias sombras y convertirse en una gran potencia militar, también contaría con el apoyo de Trump. El presidente norteamericano solo apuesta a ganador pues el mundo, según su cosmovisión, pertenece a los ganadores y no a los perdedores. Todo lo demás es ideología. Esa es la lógica brutal de Trump. También es la de Putin.