Lo que no vio fue la dureza
de la piedra que quedó ahí
tirada en el camino
sobre siglos mientras él, sin volver iba
atravesando incluso a la piedra
en toda su dureza,
hasta llegar donde habitan unos
y se van los otros,
los que nunca fueron los nuestros,
los que nunca fueron los suyos
y sin embargo conoció en esta vida
sin saberlo, en esta vida que -no solo- ha sido la suya
y de tantos otros más que nunca volvieron
o si volvieron, fueron transformados
en otras cosas no libradas a su suerte,
acaso en esas piedras de su ser,
acaso en esas las que son: las piedras de su vida.