Fernando Mires – COMUNISMO Y ANTICOMUNISMO EN CHILE

Las primarias hacia las próximas elecciones presidenciales de la izquierda chilena las ganó ampliamente la comunista Jeannette Jara con nada menos que un 60,16%. Mucho más abajo, Carolina Toha (Partido por la Democracia), hasta hace pocas semanas atrás considerada favorita, con un 28,07 %. Gonzalo Winter del Frente Amplio, con un menguado 9,02 y el ecologista Jaime Mulet con un 2,74%. El triunfo de Jara era previsible, aunque no en tan grandes proporciones.

Ese fenómeno llamado Jeannette Jara

Los comentaristas chilenos han dado como razón del triunfo de Jeanette Jara, una crisis de identidad de los partidos de izquierda, una que exceptúa al Partido Comunista. A ello agregan la personalidad atractiva de la candidata. La crisis obedece a un continuo desgaste que, desde hace bastante tiempo, para ser más claros, desde el fin del segundo gobierno Bachelet, viene experimentando la izquierda chilena, hecho demostrable con la desconexión respecto a su clientela social, principalmente con los trabajadores sindicalmente organizados.

La aparición del Frente Amplio fue un resultado orgánico del mencionado desgaste, aunque su principal característica, la de abrigar a diferentes fracciones ideológicas no solo distintas sino antagónicas entre sí, ha prevalecido en la visión del electorado. Un frente que puede servir para hacer oposición pero no para gobernar, es opinión generalizada en Chile. Después de los fracasos experimentados en los “estallidos sociales” que dieron como resultado la mantención de la “Constitución de Pinochet”, el presidente Boric ha gobernado asumiendo una cierta autonomía, con escasa consulta a las bases (si es que las hay) y con ministros que son más bien de su confianza personal, entre los que se cuentan las populares comunistas Camila Vallejos y Jeanette Jara.

Analizando la trayectoria estudiantil, sindical, social y política de Jara, debemos convenir que en algunos puntos es diferente a la de la mayoría de los dirigentes de la izquierda chilena. Combativa ex-dirigente estudiantil, ministra del trabajo con vocación social, buen formato político, Jara sabe llegar a la gente con un lenguaje directo y sincero, rasgos a los que une cierta simpatía no fingida. En breve, una candidata empática.

De orígenes sociales modestos, Jeanette conoció la pobreza desde muy cerca en la popular comuna de Conchalí. Muy joven, viuda a los 21 años, logró salir adelante en su profesión (abogada). Esos son antecedentes que la apartan un tanto de los círculos elitistas de la izquierda chilena. En fin, una excelente candidata. También una persona ideal para oponer a las derechas, sea a la derecha centrista que encabeza Evelyn Matthei o a la derecha extrema que representa el republicano José Antonio Kast. Su único problema, piensan muchos en Chile, es que Jeannette Jara es comunista. Y bien; ese no un problema menor. Sobre todo no lo es para el conjunto de la izquierda.

Como en muchos países, en Chile también impera un fuerte anticomunismo y este puede ser aún más fuerte durante el trayecto de la campaña electoral la que, al parecer, será fiera. Hay desde luego que tomar nota de un hecho indiscutible; y es el siguiente: el triunfo de Jara en las primarias produjo de inmediato un efecto polarizador. En las más recientes encuestas las tendencias de la derecha nacional-populista de Kast están por imponerse a la centro-derecha (Chile Vamos) de Matthei. Los augurios apuntan desde ya a un enfrentamiento bipolar entre comunismo y anticomunismo. 

La postulación de Jara no favorece a Matthei, pero sí a Kast, es la impresión general. Justamente una polarización que no necesita Chile en estos momentos, pensamos muchos. Así lo ha comprendido también parte de la clase política democrática en Chile. Diversas voces demócrata cristianas han decidido dar apoyo a Jara, despolarizando un poco la alternativa comunista. En cierto sentido, si se dan ciertas condiciones, la candidatura de Jara podría ser considerada como un invento del electorado de izquierda en Chile. Algunas de esas condiciones dependen de la actitud de Jara, otras dependen de su propio partido.

No es un misterio para nadie que las polarizaciones tienden a erosionar las plataformas políticas democráticas y, no en pocos casos, suelen anticipar a gobiernos autocráticos e incluso dictatoriales. Pero el suceso -o el daño, dirán algunos- ya está hecho. Por primera vez en la historia política chilena el candidato de la coalición de izquierda será un, en este caso, una, comunista.

Comunistas y republicanos

En Chile, ya es inevitable, la correlación de fuerzas se alineará en torno al tema del comunismo. Dilema que puede favorecer más a Kast que a Jara. El republicano intentará seguramente formar, en la segunda vuelta, una especie de “frente popular de derechas” en contra del “comunismo” (a lo Milei), de ahí su reticencia a construir una coalición con la derecha centrista de Matthei antes de la primera vuelta. No olvidemos que Kast, pese a sus buenos modales, pertenece a la misma corriente nacional- populista de Milei y Bolsonaro, es decir, de Trump. Una corriente autoritaria (neofascista dicen los comunistas) que no solo se opone al comunismo -que mundialmente casi no existe- sino al liberalismo político.

Chile continuará así una tradición a la que podríamos llamar surrealista. La contradicción comunismo- anticomunismo, en efecto, podría haber sido la que se dio durante la Guerra Fría, de la cual ya estamos muy lejos. Ahora esa contradicción es, para decir lo menos, extemporánea. Creo que solo existe en Chile.

Chile parecerá, al menos durante el periodo electoral, un país poblado por los fantasmas del ayer, como sucedió en un cuento de Rulfo. El tema del comunismo y de su hermano, el anticomunismo, será prioritario en un mundo donde hace tiempo desapareció el comunismo como principal amenaza antidemocrática. Para ser más precisos, desde el hundimiento de la URSS y con la transformación de China en un régimen capitalista de Estado. ¿Vive Chile acaso en el pasado? En parte, sí.

Lo cierto es que, desde un punto de vista psicopolítico, la ciudadanía chilena no parece haber superado los dolorosos traumas provocados durante y desde el 1973 cuando Pinochet dio un golpe de estado en contra de lo que él llamaba “comunismo internacional”. Desde entonces hasta ahora la raya que cruza al espectro político chileno sigue siendo la de comunismo- anticomunismo, aunque sea de un modo oculto o inconsciente. Como si el cometido de la acción política fuera vengar o reivindicar el pasado. Un pasado que, como dijo una vez Faulkner, ni siquiera ha pasado. No obstante, esta polarización refleja también, en el formato que se dio en el siglo XX, el dilema del siglo XXI. Y este no es otro que el que se da entre democracia y autocracia.

Ambos partidos, el comunista y el republicano, hay que reiterar, son partes constitutivas del sistema político chileno, sistema que sin duda cumple con las condiciones standard de una democracia en forma. Ambos partidos, aunque llamados “extremistas”, se rigen por las normas constitucionales en rigor. Ambos forman parte de la historia política de Chile. Ambos tienen representantes en el Parlamento.

El Partido Comunista ha participado en distintos gobiernos desde 1938, entre ellos el de Gabriel González Videla, Salvador Allende y Michelle Bachelet. Jamás ha transgredido las leyes y siempre se ha adaptado perfectamente al orden constituido en sus más diversas variantes. Durante el gobierno de la Unidad Popular fue menos extremista que el Partido Socialista. En esencia, salvo el breve periodo que precedió al plebiscito de 1988, cuando, ante la repentina ausencia del guía soviético, asumió una enloquecida alternativa insurreccional, el Partido Comunista ha sido el más conservador de la izquierda chilena. ¿Por qué existe tanto anticomunismo entonces? O formulando la pregunta en otro tono: ¿Cómo es posible que una contradicción superada históricamente siga determinando los destinos políticos de Chile?

Pero si analizamos con cuidado el término anticomunismo veremos que no siempre al referirse a ese concepto las significaciones son las mismas. De hecho no todos los anticomunistas participan del mismo ideario. Eso quiere decir que en Chile no solo hay anticomunismo, sino, dicho en plural, anticomunismos. 

Tres anticomunismos

En la práctica podemos distinguir –no solo en Chile- tres tipos de anticomunismo. A uno lo denominaremos anticomunismo ideológico; al segundo, anticomunismo patológico; y al tercero anticomunismo lógico. Intentemos mostrar las diferencias.

El anticomunismo ideológico proviene de teorías o doctrinas adversas al comunismo, es decir, de la lucha ideológica. No debemos olvidar en ese sentido que el siglo XX estuvo caracterizado por una profunda lucha ideológica entre comunistas y anticomunistas. Esa, la llamada batalla ideológica, librada durante e inmediatamente después de la segunda guerra mundial, parecía ser ganada por las ideologías socialistas y comunistas hasta el punto que, en países como Italia, Francia y Chile, los comunistas no solo fueron el partido de los obreros sino también el de los intelectuales. En Chile, la mayoría de los intelectuales, sobre todo artistas y escritores, ingresaban a las filas comunistas.

Intelectuales no comunistas (ni fascistas) como Albert Camus, Raymond Aron, Jacques Maritain, eran en Europa extrema minoría. Pues bien, esa batalla ideológica ganada por los comunistas comenzó a volverse en contra después de la invasión de la URSS a Praga (1968). En América Latina se mantuvo un tiempo más debido la adhesión de muchos intelectuales a la revolución cubana la que a su vez también comenzó a descender cuando los hermanos Castro decidieron convertir a Cuba en una colonia soviética. Hoy, después del fin del comunismo, esa lucha ideológica prácticamente no existe.

Si miramos la escena chilena encontramos poquísimos intelectuales comunistas y aún menos intelectuales anti-comunistas. La lucha ideológica entre comunismo y anticomunismo ha cedido el espacio a otras luchas ideológicas, como son las ecológicas, las de género, las identitarias. Sin ideologías que la sustenten, el anticomunismo ha asumido entre otras formas, las patológicas.

Entendemos por anticomunismo patológico no a pensamientos sistemáticamente constituidos sino a miedos socializados que provienen de cambios rápidos en las esferas de la economía y de las formaciones sociales. Miedos que coinciden con el aparecimiento de partidos y movimientos i- o anti-liberales. Ese miedo social acumulado ha sido muy bien utilizado por nuevas formaciones políticas representadas en Occidente por partidos xenófobos, autoritarios, fascistoides, casi todos seguidores de la autocracia rusa y, a la vez, del emergente trumpismo. 

Estamos hablando de una tendencia global a la que pertenecen gobiernos como el de Orban en Hungría, el de Fico en Eslovaquia, el de Erdogan en Turquía, el de Netanyahu en Israel y, más recientemente, el de Trump en los EE UU, así como de formaciones políticas entre las que sobresalen Agrupación Nacional de le Pen, Alternativa para Alemania de Waidel, Vox de Abascal, MAGA de Trump, todas muy cerca del poder. A esa tendencia global pertenecen por ahora (vendrán más), Milei, Bukele y naturalmente Kast en Chile. Hay, por supuesto, diferencias entre ellos, pero las similitudes son más. Se trata de tendencias polarizantes. Con su sola presencia reactivan polos antagónicos de “izquierda” como el melenchonismo en Francia, Podemos en España, o el vetusto Partido Comunista en Chile, hecho que lleva al consiguiente deterioro del centro democrático. Parte del ideario común de esas tendencias es el que podríamos llamar “ anticomunismo sin comunistas” (recordemos que Trump designó como comunistas a Biden y a Harris) el que en Chile, y eso es más grave, podría ser el de un “anticomunismo con comunistas”. Un miedo que, como todo excesivo miedo es patológico, podría inundar los terrenos de la política chilena. Que ello no suceda dependerá en gran medida de la estrategia que elija la izquierda, sobre todo el Partido Comunista, de cara a las próximas elecciones presidenciales.

Los miedos ideológicos ya casi no existen. Los miedos patológicos que designan como comunistas a cualquier político con vocación social, seguirán prevaleciendo como arma política de los nacional- populistas. Ambos miedos continuarán si siguen manteniéndose las bases de lo que aquí llamamos un anticomunismo lógico. Un anticomunismo que no se basa en ideologías ni en patologías colectivas, sino en hechos reales. También podríamos llamarlo anticomunismo racional, o si se prefiere, anticomunismo político.

Estamos hablando de un anticomunismo no imaginario que proviene de la historia y de la actualidad. Uno que tiene que ver con el pasado soviético avalado por el partido comunista chileno. Una historia de asesinatos, deportaciones, masacres colectivas, campos de concentración. Una historia que no desapareció con la des-estalización en la URSS. Una historia, en fin, que continúa en tiempo presente y, además, suscrita por el partido comunista chileno.

La deuda histórica de los comunistas chilenos

Vamos a decirlo bien claro: el partido comunista chileno no ha intentado separarse, en nombre de un imperialismo que es solo antinorteamericano (ni antiruso, ni antichino) de relaciones internacionales de tipo dictatorial. Nunca hemos escuchado una crítica comunista a las horrorosas dictaduras de Díaz Canel en Cuba, de Ortega en Nicaragua, de Maduro en Venezuela. En esos tres países los derechos de los ciudadanos han sido conculcados, las elecciones han sido robadas descaradamente. Grandes migraciones políticas provienen justamente de los desmanes de esas dictaduras. Con esa actitud, los comunistas chilenos no logran credibilidad cuando critican a Kast su admiración por el pinochetismo. Dictaduras son dictaduras, sean estas de izquierda y de derecha.

En breve, los comunistas chilenos llevan todavía atado a sus cuello el tiburón de la Guerra Fría y, lo que es peor, no han intentado ni siquiera liberarse del enorme peso que arrastran, peso que les impide presentarse como defensores de la democracia a la que antes llamaban "burguesa" y hoy "neoliberal". Eso quiere decir que, si bien la comunista Jeanette Jara está muy bien dotada para presentarse como candidata de la democracia en contra del peligro de un post-pinochetismo, su partido no lo está. Definitivamente no lo está. Si alguna vez puede llegar a estarlo, depende del tono que busque imprimir a la campaña presidencial que se avecina.

No podemos pasar por alto, sin embargo que, gracias al nombramiento de Jara como candidata de las izquierdas, han aparecido opiniones, al interior del tradicionalmente hermético partido comunista, relativas a suspender la filiación comunista de la abanderada. El argumento era que Jara pasaría a dirigir un bloque de izquierdas donde los comunistas son solo una parte. La idea, sino absurda, pareció estúpida. Habría sido una muestra de oportunismo de mala clase. La misma Jara la rechazó. Y con razón. Si algo tiene que cambiar ante la nueva coyuntura no es Jara, sino su partido. O mejor, a través del discurso político de Jara, debe cambiar el partido, sobre todo con referencias a sus adhesiones internacionales, sobre las cuales los seguidores de Kast y de la derecha en general machacarán sin pausa ni concesiones. El Partido Comunista chileno se enfrenta así ante una encrucijada de enorme trascendencia histórica.

Se nos dirá que ningún partido gana o pierde elecciones por su política internacional. Lo que pesa en una campaña electoral son otras cosas, mucho más concretas y materiales (salarios, vivienda, alimentación, pensiones, obras públicas, distribución del ingreso, impuestos, etc). Completamente de acuerdo. Pero eso vale para los partidos normales y corrientes. No para el Partido Comunista, que no es ni normal ni corriente. Estamos hablando de un partido que siempre ha definido su política nacional de acuerdo a su internacionalidad. La identidad nacional de los comunistas ha estado y está definida – ese es el punto – por su identidad internacional.

En palabras más simples: si un ciudadano común quiere votar por un candidato comunista, se verá en serios problemas si piensa que ese candidato ha callado sobre crímenes cometidos por una dictadura como, por ejemplo, la de Maduro en Venezuela. De un modo u otro, ese ciudadano se verá obligado a pensar que si en Chile ocurriera algo parecido a Venezuela, no sería para el candidato de sus preferencias, algo muy malo. 

Ser amigo o simplemente no enemigo de Maduro o de Ortega o de Díaz Canel, resta y no suma votos. Por eso todos los candidatos de izquierda en América Latina intentan evadir el tema, o cuando no, se ven obligados a distanciarse de esas brutales dictaduras. Eso, en otras palabras, eso es lo que debe hacer Jeannette Jara, tanto en nombre suyo como en el de su partido, si es que de verdad quieren tener una posibilidad de acceder al gobierno y, de paso, frenar a Kast. Más claro es echarle agua. ¿Lo harán? ¿Estarán dispuesto a pasar de ser de un partido testimonial a un partido político? Si lo hacen, Jeannette Jara y sus comunistas prestarán un enorme servicio a la democracia chilena, a la izquierda chilena, e incluso a su propio partido, el que pasaría a ocupar un lugar en el abandonado espacio de la centro izquierda, para erigirse -aún conservando el nombre– como un auténtico partido nacional. La pelota la tiene en estos momentos el PC.

Nadie está pidiendo lo imposible. Otros han hecho lo que debería hacer Jeanette Jara. El mismo Gabriel Boric -a diferencias de Lula, quien siempre coquetea con asesinos apoyados por la ultraderecha mundial como Putin- se ha presentado como un enemigo de todas las dictaduras. José Mujica tuvo que romper con muchas trabas mentales al deslindarse de diversos dictadores “de izquierda” para llegar a ser uno de los presidentes más democráticos del continente. Hace muchos años, el partido más admirado por Luís Corvalán, el Partido Comunista de Italia, dirigido por Enrico Berlinger, rompió con la URSS para dejar el campo libre a la democracia italiana.

Cierto, el partido Comunista de Chile es una de las entidades más ritualizadas que hemos conocido, sólo comparable a lo que son en el campo religioso los Testigos de Jehová. Pero, como todavía se dice en algunos países, “la necesidad tiene cara de hereje”. No se trata de pedir al Partido Comunista chileno que deje de ser revolucionario (la verdad, nunca lo ha sido demasiado). Solo basta pedirle que no sea el partido conservador, pro-dictaduras y reaccionario que hoy sigue siendo.