C. Rubio Rosell - ROBERTO BOLAÑO: EL NOVELISTA SALVAJE

En diciembre de 1998, el escritor de origen chileno Roberto Bolaño (1953) ganó el Premio Herralde de Novela con una historia que abarcaba 10 años de la historia literaria del México moderno. Se titulaba Los detectives salvajes y era, decía su autor, “una novela mexicana en todo rigor”.

Con motivo de ese premio, Bolaño presentó en Madrid la novela galardonada y en esa ocasión me dijo, sentados en una mesa del Café Hispano, donde el editor Jorge Herralde solía celebrar su premio con un espléndido cóctel nocturno, que esta obra rendía homenaje “a un trozo de la literatura mexicana, específicamente a un movimiento literario vanguardista, el de los infrarrealistas, nacido en 1974 y que en la novela se califica como realismo visceral, fundado por los poetas Mario Santiago, Bruno Montaner, Márgara Rosas, Darío Galicia y yo, personajes todos que tienen sus heterónimos en la novela”, agregó, fumando un cigarrillo (todavía se podía fumar en los bares) al que de tanto en tanto daba profundas caladas.

Este movimiento, me contó Bolaño, quien había vivido diez años en México, se situó en una franja que el autor definió como “anarquizante”, en la que sus partidarios estaban en contra de todo y de todos los grupos literarios mexicanos.

“Había muy pocos autores a los que respetábamos, y uno de ellos —subrayó enfático— era Efraín Huerta, cuya línea política no compartíamos, pero lo respetábamos y queríamos”.

"Los detectives salvajes, me dijo el escritor la noche en que premiarion su novela, es una narración que se puede leer en varias claves"

La década que Bolaño había vivido en México le había dado una pertenencia al país, porque se sentía, aseguró, muy mexicano. “Yo me formé en México”, declaró en aquella charla que tuvimos en Madrid. “Me fui de Chile a los 15 años, en 1968, porque mi familia decidió emigrar a México. La razón fue simple locura, extravagancia del plan de ese invierno. El chileno tiene una veta de extravagancia muy fuerte, y a mi familia le dio por ahí. Mi madre adoraba México y nos fuimos toda la familia allí, en la época de Frei, sin rollo político de por medio. Luego, en 1973, antes del golpe, yo volví a Chile sólo para participar en la Unión Popular. Estuve tres meses y ocurrió el golpe militar de Pinochet. Fueron unos meses bestiales y en enero de 1974 volví a México, donde me quedé hasta el 77. Y en enero de ese año me vine a España, donde vivo desde entonces”.

Lector de poesía y poeta, Bolaño tenía publicadas hasta ese momento las novelas Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce (1984), La pista de hielo (1993), La senda de los elefantes (1994), La literatura nazi en América Latina (1996), Estrella distante (1996) y Llamadas telefónicas (1997).

Los detectives salvajes, me dijo el escritor la noche en que premiarion su novela, es una narración que se puede leer en varias claves: “Por un lado es una novela policiaca, por otro una novela río y también de aprendizaje. Yo espero que se pueda leer de muchas maneras, porque me costó muchísimo crear esa estructura. La composición fue corta, un año y medio, pero la maduración fue larguísima, casi 20 años”.

—Hay un concepto muy importante en la novela, el llamado “realismo visceral”. ¿Qué significa este término?

—Es una forma de nombrar a un movimiento vanguardista que nació en México en 1974, los infrarrealistas. Yo fui uno de los dos fundadores, junto con Mario Santiago, y formaron parte de la primera camada Bruno Montaner, Márgara Rosa, Darío Galicia y los hermanos Méndez, Ramón y Cuahutémoc. Mario era de los más grandes poetas mexicanos del siglo y, desgraciadamente, murió el año pasado de forma terrible: lo atropelló un coche que se dio a la fuga.

—Hay noticias en México de algunos actos públicos de los infrarrealistas, como cierta vez en que cuestionaron a Octavio Paz y le boicotearon una lectura pública.

"Mi literatura parte de una base autobiográfica, siempre, no sólo Los detectives salvajes, sino todas. Incluso en La literatura nazi en América Latina, que aparentemente es algo que no tiene nada que ver conmigo"

—El infrarrealismo era antipaciano, sí, pero también antiizquierda neostalinista, esa izquierda dirigida. Nosotros nos situábamos en una especie de franja anarquizante, en contra de todo. Porque no sólo estuvimos en contra de Paz, sino de la Espiga Amotinada. Respetábamos en cambio a Efraín Huerta y fuimos muy amigos suyos. El infrarrealismo era la versión mexicana del Dadá, con la gran suerte de que contábamos con dos poetas extraordinarios: Mario Santiago y Darío Galicia.

—¿Es importante la poesía en su trayectoria literaria?

—Sobre todo como lector. Para mí, el poeta más grande de la lengua castellana vivo, el faro de los infrarrealistas, era Nicanor Parra.

—¿Qué pasó con el infrarrealismo?

—El infrarrealismo murió hace tiempo. En 1979 me separé de este movimiento, aunque siguió algunos años más.

—¿Qué referencia tiene la división que establece en su novela entre poetas maricones y maricas?

—Eso de alguna manera está relacionado con algo que hacía Darío Galicia, que en la novela se llama Ernesto San Epifanio, y quien fundó el primer partido comunista homosexual mexicano, que fue una bofetada en la cara de todos, y luego fundó la primera comuna comunista homosexual mexicana. Y a Darío lo querían matar. Pero él era el que hacía esas divisiones.

—¿Hay una clara línea autobiográfica en su narrativa?

"El conocimiento te lo da la vida, los libros, miles de cosas, pero no el tener autoconciencia de que estás comprometido socialmente con aquello con lo que escribes"

—Muchísimo. Mi literatura parte de una base autobiográfica, siempre, no sólo Los detectives salvajes, sino todas. Incluso en La literatura nazi en América Latina, que aparentemente es algo que no tiene nada que ver conmigo, hay mucha autobiografía. Creo que la literatura de cualquier escritor es autobiografía. Cuando Flaubert dice “Madame Bovary soy yo”, ya está dicho todo. Nada puede despegarse de la realidad, porque si no es la locura. Todo es realidad y todo es cultura. De mí se ha dicho que escribo muy apegado a la literatura y eso no es cierto, yo escribo muy apegado a la cultura, y para mí la cultura es todo; tanto la mejor biblioteca italiana como un gigoló muriéndose de un navajazo en una calle.

—¿Cómo entiende el compromiso social de la literatura y del escritor?

—A mí el compromiso social de la literatura siempre me ha producido escalofríos. Yo no creo en ello. Si acaso hay un compromiso social de la persona; el escritor o la escritora, como ser humano, tiene en determinado momento que decir y poner las cosas sobre la mesa; hay momentos en que tienes que ser o valiente o cobarde, y hasta allí llega el compromiso social humano. Pero la literatura no tiene compromiso con nadie, más que con la literatura misma.

—¿Dónde emerge entonces el conocimiento que tiene el escritor de todo el entorno sociopolítico?

—El conocimiento te lo da la vida, los libros, miles de cosas, pero no el tener autoconciencia de que estás comprometido socialmente con aquello con lo que escribes. En la literatura no hay compromiso social.

—¿Cree que el ambiente literario sigue siendo de élites en América Latina?

—En América Latina hay un problema bestial: es pobre y tiene una sociedad súper jerarquizada. Por ejemplo, si yo tuviera 20 años nuevamente y viviera en Chile, casi no podría comprar libros, porque son carísimos.

—Tiene varias novelas y es un autor ya reconocido por la crítica y por un público minoritario. ¿Cree que el premio será un empujón?

"Estoy planeando una novela absolutamente española, un monólogo de un español en donde no hay ningún latinoamericano y ninguna palabra de su argot"

—No lo sé. Yo creo que una persona que sepa leer toma cualquier libro mío y lo puede leer. Tal vez peque de optimista, pero yo creo que se puede entretener. Pero no me preocupan las grandes ventas, yo vivo de la literatura y con lo que gano me va modestamente bien. Si tuviera más dinero, que en eso se traduciría el empujón, seguiría viviendo igual. Tengo 20 años de entrenamiento de vivir espartanamente. Tal vez lo único que cambiaría sería que a mi hijo le compraría más juguetes. Tal como estoy, me siento bien, pero debo decir que me encantaría que se vendieran muchos libros míos.

—¿Cuáles son las claves de su pensamiento literario?

—No lo sé. Estoy planeando una novela absolutamente española, un monólogo de un español en donde no hay ningún latinoamericano y ninguna palabra de su argot. Yo creo que el escritor juega con las formas. Y ahora hay una forma que me parece difícil y que me tienta a jugar con ella, que es una novela en donde no haya ninguna acotación al margen, que sólo sea un monólogo, ceñido, de 150 páginas.

—¿Por qué esa idea de jugar con las formas?

—Yo creo que, simple y sencillamente, para no aburrirme. Cada libro intento que sea distinto del anterior. Estoy finalizando un libro de cuentos y estoy en fase de recopilación y documentación de una novela de largo aliento sobre un joven policía mexicano.

—¿Y qué sucede con su poesía?

—Poesía sigo escribiendo, pero no la publico. Cada día se publica menos poesía, lo cual no es un obstáculo para leerla.

—¿Su poesía alimenta su prosa?

—Hay una relación bestial. Yo creo que mi prosa es producto de todo un trabajo poético previo.

—¿Se siente un escritor acomodado, instalado?

—No, yo creo que el escritor debe tender hacia la irresponsabilidad, nunca hacia la respetabilidad. En Los detectives salvajes hay todo un ataque a una serie de escritores españoles, después de haberme cepillado a un montón de escritores mexicanos, en donde ataco ese querer hacer carrera mediante las letras.

—Esos autores no están con nombres y apellidos, ¿no?

—No, tan ingenuo no soy. Son difícil y fácilmente identificables. Con la literatura mexicana pongo muchos nombres que quiero, porque como están tan lejos no van a venir a pegarme.

—¿A qué autores relee?

—A Borges lo leo constantemente, a Cortázar, a Cernuda lo adoro, Auden, Rulfo…

—¿El humor es para usted una manera de lubricar un relato largo, o algo más esencial?

—Se puede ver de las dos formas. Es un vaso de agua que me doy a mí mismo, porque tomarse en serio durante 50 páginas seguidas puede ser atroz. Personalmente, nunca me tomo en serio en el sentido clásico del término.

—¿Ha cortado amarras con el mundo literario chileno?

—En Chile nadie dijo que era chileno, siempre me decían que era español. En España, absolutamente a ningún español se le pasa por la cabeza pensar que soy español. En México, a nadie se le pasó nunca por la cabeza pensar que yo fuera mexicano. Por lo tanto, he llegado a la conclusión de que pertenezco a un país que se llama Extranjilandia, cuyos nativos son los extranjeros. Yo me siento muy chileno, muy español y muy mexicano.

En julio de 1999, Bolaño, quien residía en la pequeña ciudad costera de Blanes, en Cataluña, volvió a conversar brevemente conmigo a propósito del Premio Rómulo Gallegos de Narrativa en Lengua Castellana, que le había sido concedido por Los detectives salvajes. Lo primero que me dijo es que en aquella llamada telefónica que le hice fue que no hay carrera literaria posible. “La carrera literaria”, afirmó, “está perdida de antemano. No se escribe para hacer carrera literaria ni para alcanzar la respetabilidad o un sillón en la Academia. Se escribe porque si no escribes te mueres”.

—¿Qué significa el Premio Rómulo Gallegos que le acaban de otorgar?

—Los premios pueden ser un accidente en mi cotidianidad, pero nunca un hito en mi carrera literaria. Los hitos en las vidas literarias son los libros que uno lee y nunca los propios. Un escritor ante todo es un lector y lo más maravilloso que le puede pasar a un escritor es leer libros buenos, crecer con otros libros, jamás sus propios libros. Yo jamás releo mis libros; los hojeo y, además, con miedo, porque estoy seguro de que voy a encontrar miles de fallas.