22 de mayo de 2025
Europa debe prepararse para un futuro en el que se verá atrapada entre una Rusia imperial y agresiva y unos Estados Unidos en los que ya no se puede confiar. Esto implica responder a la pregunta fundamental que ha planteado este punto de inflexión histórico: ¿Están los europeos dispuestos a hacer lo necesario para transformarse en una potencia viable?
BERLÍN – A estas alturas, es evidente que el regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos ha inaugurado un proceso de reordenamiento histórico. Una de las primeras y mayores víctimas de las iniciativas políticas de Trump es la relación transatlántica, que ha cimentado el orden global desde su surgimiento tras la victoria aliada sobre la Alemania nazi en 1945 (y que se vio reforzada por la victoria de Occidente en la Guerra Fría después de 1989).
Así pues, la actual reorganización (llevada a cabo con poca o ninguna preparación) se producirá en gran medida a expensas del Viejo Continente. Mientras los europeos se enfrentan al regreso de la guerra a sus fronteras con los combates en curso en Ucrania, la nueva administración estadounidense parece anhelar el regreso a América de las tropas estadounidenses estacionadas en Europa. ¿Qué será de nosotros? Esta es una pregunta que los europeos debemos responder por nuestra cuenta.
No se equivoquen: Estados Unidos se está retirando de Europa. Puede que aún no se haya decidido una salida total, pero todo apunta a que así será, y por lo tanto, los europeos deberían actuar como si así fuera.
Además, Estados Unidos no solo se está distanciando, sino que también está renunciando a su papel de potencia garante y mercado líder dentro de un sistema global de libre comercio. Su agresión económica unilateral hacia amigos y socios comerciales ya ha desequilibrado el orden económico global. El proteccionismo ha sustituido al libre comercio, y las pérdidas se acumulan. El mundo se encamina hacia bloques comerciales basados en aranceles que reflejarán los nuevos bloques geopolíticos del siglo XXI.
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Europa Occidental se ha refugiado bajo el paraguas de seguridad estadounidense. Estos países compartían valores que favorecían la democracia y la economía de mercado, valores que fueron adoptados por casi toda Europa tras la Guerra Fría. Pero la inminente retirada de Estados Unidos crea una situación radicalmente diferente para los europeos.
Debemos prepararnos para un futuro en el que estemos atrapados entre una Rusia imperial y agresiva y unos Estados Unidos en los que ya no se puede confiar. Esto implica responder a la pregunta fundamental que ha planteado este punto de inflexión histórico: ¿Estamos dispuestos a hacer lo necesario para convertirnos en una potencia viable por derecho propio?
Si los ciudadanos europeos responden afirmativamente, los mecanismos de la soberanía europea —sus fundamentos militares, políticos, fiscales, económicos, tecnológicos y científicos— deben cobrar protagonismo. Ser soberano significa confiar en la propia fuerza y voluntad política.
Estamos experimentando no solo una convulsión geopolítica, sino también un cambio tecnológico y económico trascendental. La revolución digital y el auge de la IA tendrán consecuencias de gran alcance para todas las economías y sociedades, así como para las relaciones multifacéticas entre ellas.
Ante estas disrupciones, los Estados-nación europeos tradicionales solo podrán mantener el ritmo y prosperar si se unen para expresar una voluntad política compartida. Cada uno por sí solo, incluso el más grande (Alemania), es demasiado pequeño para la tarea.
Las presiones externas que enfrentamos son difíciles de sobreestimar. El presidente ruso, Vladímir Putin, continúa librando una guerra contra Ucrania y amenazando al resto de Europa del Este. La administración Trump solo ha mostrado desprecio por nosotros y, al parecer, está decidida a infligir más sufrimiento económico a Estados Unidos y a sus socios comerciales. Mientras tanto, China avanza a paso firme en su propia búsqueda de inteligencia artificial y armamento militar avanzado.
Todas estas presiones seguirán aumentando en los próximos meses y años. Pero los europeos aún tienen capacidad de acción. Podemos considerar nuestra difícil situación como una oportunidad para reconstruir. El reto no es solo superar las arraigadas fuentes de resistencia interna y externa, sino también preservar nuestras diversas identidades.
No debemos desaprovechar esta oportunidad. Trump y Putin no son los padres fundadores que hubiéramos elegido para este momento, pero son lo que tenemos. Europa debe afirmarse como potencia soberana y avanzar por sí sola. No hay alternativa a menos que los europeos opten por un futuro de servilismo cobarde.
Debemos establecer la disuasión militar, crear las condiciones dinámicas necesarias para la digitalización y la innovación nacionales, establecer un mercado único de capitales y reunir cierta voluntad política compartida y las instituciones necesarias para llevarlo a la práctica, basándonos en valores democráticos comunes. En resumen, debemos unir a Europa como una potencia libre y soberana. De lo contrario, estaremos a merced de actores externos que desearían ver a Europa desintegrarse y caer en un estado de perpetua debilidad y subyugación.