Desde una perspectiva (o prejuicio) racionalista, el actual
Presidente de Estados Unidos
es fácil y razonablemente
catalogable como un imbécil, en el sentido coloquial en el que
se
archiva por defecto a gente que ya no cabe en el casillero de la
insensatez y la
imprudencia (“un loco”). Sin embargo, quien
anota más goles gana el juego. Por eso yo
más bien me inclino
a pensar que el sujeto de marras es como los imbéciles
que subestimamos y terminan ganando campeonatos enteros.
El
imbécil de Stalin ganó a todos sus muy ilustrados camaradas, el
oscurísimo Balaguer
se quedó con el trono de Trujillo, el
insignificante Franco conquistó y domesticó
España, el
fracasado Hitler hizo lo que hizo, el imbécil de Ortega (el “bachi”
le dicen
despectivamente los que pierden el “juego” contra
él) hace lo que quiere con la
“oposición”, y ay, Maduro…el
“busero” no iba a ser tan hábil como su maestro,
no
sobreviviría… ¿recuerdan?
Claro, no hay que ser
imbécil para ganar en política. Hay gente más refinada
(atención:
no digo necesariamente “más ‘buena’”) que
gana.
El secreto es saber usar el poder, y usarlo con audacia. Con audacia
el sujeto de marras
puede tropezar y caerse al vacío; ojalá,
por la dignidad humana, y para evitar el
sufrimiento a millones
de personas, que así sea.
Pero la audacia, acompañada de ese
“saber usar el poder”, que no es intelectual ni es
académico,
que es un “saber hacer” empirista, es letal en manos de un
político. Primero,
porque deja a los “pensadores”,
pensando, mientras él actúa. Segundo, porque hace lo
que los
pensantes no creen que nadie pueda atreverse a hacer. Tercero, porque
da a sus
propios seguidores poco tiempo para reflexionar; y,
como su meta es el poder, es capaz
de hacerse hacia atrás,
hacia la izquierda o hacia la derecha, sin ningún escrúpulo
“de
principios” (basta ver sus alucinantes vaivenes y
zigzagueos en el tema del comercio
internacional).
En
otras palabras, hay poquísimas promesas firmes en su mente, y solo
son firmes en la
medida en que le sirvan para ganar o mantener
poder. Por el momento, la xenofobia es
una. Pero estoy dispuesto
a apostar que ni siquiera esta es “esencial” para él, y el
día
menos pensado podría ser capaz de convertirse en “el
Presidente que negoció una
reforma migratoria”––después,
por supuesto, de entregar a suficientes cristianos a los
leones
para satisfacer la sed de venganza y los miedos del mundo
MAGA.
Habría así cometido el secuestro y la liberación. Los
liberados, como ocurre, le estarían
agradecidos. ¿Le
alcanzaría para una maniobra de esta magnitud su instinto político?
Lo
que podemos afirmar es que no lo limitarán principios, bueno
o malos, y que ha
navegado en medio de tormentas con poco más
radar que su intuición…
Con estos atributos, el Emperador
podría amalgamar a Nerón y Constantino en una sola,
monstruosa
pero efectiva imagen.
Y como no hay, del lado humanista (o, en
lenguaje contemporáneo, “progresista”), una
propuesta que
coherente y organizadamente vaya a la yugular del programa
autoritario
de la derecha Republicana, estamos a merced de dos
imponderables. Uno es el siguiente
paso del Emperador. Otro es
que algo de las instituciones salve algo del barco en medio
de
la tormenta.
Lo peor es que el Emperador puede causar la
tormenta, reducir las instituciones y salvar
el barco él
mismo.
Pero ya no será el mismo barco.