Karen Entrialgo - NARCISISMO Y ECONOMÍA PSÍQUICA

 9no Encuentro Conjunciones Complejas

Instituto de Investigación Violencia y Complejidad

Universidad de Puerto Rico en Río Piedras

Anfiteatro #5 Facultad de Estudios Generales

24 de abril de 2025


Narcisismo y economía psíquica fundamentada en la perversión. 

Una genealogía en clave psicopolítica de la deriva autocrática


Karen Entrialgo

Universidad de Puerto Rico en Arecibo


A Carlos Guevara y a la memoria de Walter Quinteros Salazar


La comunicación desquiciante del último de los aspirantes a autócratas que ha mantenido secuestrada nuestra atención en los últimos meses pide a gritos una visita a los trabajos de la Escuela de Palo Alto. Los discípulos de Gregory Bateson: Paul Watzlawick, Janet Beavin y Don Jackson, habían publicado las conclusiones de 10 años de trabajo en el Mental Research Institute allá para el 1967. En el libro que le dedican al maestro inglés nacionalizado estadounidense - recordemos con nostalgia anticipada cuando las mentes brillantes venían de todas partes del mundo y terminaban nacionalizándose, algo que, gracias al DOGE, no volveremos a presenciar - describen las interacciones básicas de la comunicación humana con especial interés en sus declinaciones patológicas. Como a todos los estudiosos de la lógica, la obra de Lewis Carroll, autor de Alicia en el país de las maravillas y A través del espejo, se revelaba idónea para ilustrar muchas de las perturbaciones que podían producirse en el intercambio comunicacional. Veamos, por ejemplo, esta conversación entre Alicia y Humpty Dumpty.


Luego de varios intentos por encontrar un tema que no generara el enfado del vanidoso huevo antropomórfico, Alicia cree haber encontrado uno al haberle hecho un cumplido por su corbata, la cual resulta ser un regalo de incumpleaños. El ovoide argumenta que mejor que un regalo de cumpleaños es uno de incumpleaños, pues este se puede recibir 364 días al año. Y es ahí cuando vuelve a sentirse con autoridad (ya que no siempre en la conversación había podido esconder sus vulnerabilidades):


Ya ves. ¡Te has cubierto de gloria!

–No sé qué es lo que quiere decir con eso de la «gloria» –observó Alicia.

Humpty Dumpty sonrió despectivamente.

–Pues claro que no…, y no lo sabrás hasta que te lo diga yo. Quiere decir que «ahí te he dado con un argumento que te ha dejado bien aplastada».

–Pero «gloria» no significa «un argumento que deja bien aplastado» –objetó Alicia.

Cuando yo uso una palabra –insistió Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso– quiere decir lo que yo quiero que diga…, ni más ni menos.

–La cuestión –insistió Alicia– es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.

–La cuestión –zanjó Humpty Dumpty– es saber quién es el que manda…, eso es todo.

Cualquier similitud con algo ocurrido en el Despacho Oval en febrero de este año, cuando el presidente de un país en guerra visitó a un huevón para firmar un acuerdo de extorsión, perdón, quise decir de extracción de tierras raras a cambio de garantías de seguridad, tiene que ser pura coincidencia. Después de todo, el huevón en cuestión (y aclaro que así lo llama el traductor de Carroll en la edición de Anaya) buscaba su equilibrio sentado en el muro y este otro huevón no busca sino desequilibrar el mundo. Comparten la vanidad narcisista y caprichosa, así como que todo gire en torno a la posibilidad de estar siempre en el lugar del amo, aunque para uno sea la altura del muro y, para el otro, el despacho, cuya forma coincide con su figura. 

Mucho de lo que ocupaba a los autores de Pragmática de la comunicación humana se revela pertinente para entender el gaslighting que produce la semántica, tan desconcertante como oportunista, de los nuevos autócratas. Pero el hecho de que desde mucho antes se estuviera usando el término para hablar de relaciones tóxicas me indica que debemos detenernos también en su genealogía. Me interesa relacionar los trabajos en torno al mecanismo perverso-narcisista con el psiquismo de líderes autoritarios como Donald Trump, pero tomando en cuenta que ese psiquismo, para llegar al poder y quedarse en él, necesita unas condiciones de posibilidad. De modo que lo que propongo es una genealogía en clave psicopolítica de los populismos y las autocracias contemporáneos. 

Tres tendencias que vimos articularse en la llamada posmodernidad: despolitización, presentismo y tecnocracia, coinciden con un diagnóstico compartido por innumerables sociólogos, psicólogos y filósofos: el narcisismo como condición de época. A partir del 2008, otras tres tendencias empiezan a configurarse: antipolítica, pasadismo y autocracia. El populismo que las acompaña ha sido descrito por el historiador Timothy Snyder como sadopopulismo. Y aunque todavía no somos muchos, algunos apuntamos al sadismo como la nueva condición de época. El trabajo del psicoanalista francés Charles Melman, fallecido en 2022, había anticipado esta mutación desde el amanecer del milenio. Lo que entonces anunciaba como la nueva economía psíquica fundamentada en la perversión me parece que enlaza perfectamente bien las transiciones que propongo examinar para llegar al mecanismo perverso-narcisista como norma de interacción que abona a la transformación del poder político en poder personal. 

La despolitización es el caldo de cultivo de la antipolítica y coincide con una mutación en el arte de gobernar. Si la política se asociaba a programas de gobierno que resultaban de discusiones en la esfera pública en torno al proyecto social que se deseaba encaminar, con lo cual se propiciaba el acto creativo en la construcción de nuevos imaginarios de sociedad, la despolitización implicó el abandono de esta dimensión discursiva de la realidad que le otorgaba sentido a las decisiones y que requería del sujeto y su subjetividad. En su lugar, se privilegiaron los sistemas de cálculo de riesgo y especulación que otorgan eficacia, pero no así sentido, proyecto ni futuro. Los gobiernos tecnocráticos ya habían hecho de la política un simulacro. Cuando las decisiones reales han sido tomadas por equipos de expertos o algoritmos, el vacío de política es rellenado de habladuría, por lo que cabe decir todo y su contrario. 

Las autocracias contemporáneas no inventaron el parloteo. Heredan el desinflamiento de lo simbólico y lo instrumentalizan a su favor. En ausencia del antiguo campo de la palabra para hacer proyecto, movilizan las emociones más viralizantes, tales como la envidia, el odio y el resentimiento. Tampoco fueron las autocracias las que desactivaron la función ciudadana. La eficacia tecnocrática había logrado disimular la desaparición de la figura del ciudadano reemplazándola con la del consumidor. Otra forma de integración social y otro vehículo de agenciamiento político se tramitó a través del consumo. La figura del consumidor gozó de sus 15 minutos de gloria en lo que François Lyotard llamó la condición posmoderna, hasta que la crisis financiera del 2007 - paroxismo de la lógica del riesgo y la especulación - los puso a todos en fila y los fue llamando, uno por uno, para administrarles su dosis de austeridad. Agotadas las promesas del neoliberalismo económico, la crisis financiera inauguró la economía de la deuda y, con ella, una manera inédita de experimentar la crisis. Herederos de los modernos que habían hecho de la crisis un valor, los posmodernos solían celebrarla con el lema "una crisis, una oportunidad". Pero qué pasa cuando la crisis, concebida como un paréntesis, escribe su signo de apertura pero no el de cierre. Crisis financiera, demográfica, climática, energética, migratoria; en fin, entramos en la crisis permanente. 

La lógica que impone la crisis permanente es la de la sobrevivencia, cuyos únicos planos son el aquí y el ahora. En el contexto de la precariedad económica del 99%, la incertidumbre en torno a todo lo que se sitúe a más de seis meses de distancia facilita la sumersión en la cultura de la inmediatez: una en la que el goce puede librarse a su objeto, pues se ha borrado el horizonte en  el que solían dibujarse las consecuencias. El presentismo se puede experimentar de forma gozosa, como lo mostraba Melman en su libro El hombre sin gravedad: gozar a cualquier precio o de forma angustiosa, como nos muestran las series de epidemias zombis con el tema apocalíptico de la suspención del tiempo entre la vida y la muerte, que amenaza con indistiguir la vida de la muerte. El presentismo también cuenta con una versión pragmática: el survivalismo. Y en lo cotidiano, las plataformas digitales ofrecen la experiencia de lo instantáneo a través del posteo de fotos que son, literalmente, del aquí y el ahora: "mírame, aquí estoy ahora" haciendo X o Y cosa que no importa, pues no se trata tanto de tener la experiencia como de subirla en las redes. Suficientes vectores que harán del narcisismo un comportamiento habitual, e incluso, adaptativo. Pero como observa el sociólogo francés Marc Joly, autor de varios libros sobre la perversión narcisista, la relación entre psicopatología y procesos sociales no es una de exclusión mutua.

En los tres registros que propuse revisar: la dimensión temporal, la dimensión política y la dimensión social/simbólica del campo de la palabra, habría que reconocer que los gobiernos tecnoliberales araron el terreno en el que las autocracias cultivan la desconfianza hacia las instituciones, el conspiracionismo, la posverdad, así como otra faceta de la llamada condición poshistórica. En esta, no se tratará ya del presentismo de corte catastrófico, sino de un pasadismo escatológico al que espero regresar más adelante, ya que, para abordar los atributos de su mesías, la figura del perverso-narcisista se revelará muy atinada. Propongo entonces que pasemos a examinar los decursos de esta categoría que nace en la clínica psicoanalítica, pero que pronto salta al ámbito de lo social y circula por el mundo mediático provocando conversaciones, proveyendo herramientas en la lucha de las mujeres contra la dominación masculina, pero también, generando controversias entre feministas, sociólogos, psicólogos y psicoanalistas.

En el desarrollo de la categoría podemos identificar tres momentos. La noción de peversión narcisista fue concebida por el psiquiatra y psicoanalista francés Paul-Claude Racamier y presentada por primera vez en el Congreso de psicoanalistas de lenguas romanas organizado por la Sociedad Psicoanalítica de París en 1978. Racamier trabajó muchos años en la clínica de la psicosis, pero también desarrolló un interés por las ramificaciones sociales ordinarias de la perversión. En particular, las múltiples variantes a través de las cuales se organiza la negación y lo que ella puede hacerle al otro. Esta perversión no es de carácter sexual ni erótico, sino moral y narcisista. Buscando refugiarse de sus conflictos internos, en particular del duelo, el perverso narcisista opera la destrucción psíquica del otro de quien obtiene validación mediante su manipulación. El segundo momento, uno que contribuye a la difusión de esta noción, es la investigación que realiza la también psiquiatra y psicoanalista francesa Marie-France Hirigoyen. Su libro en 1998, El hostigamiento moral, retoma los planteamientos de Racamier para atender, específicamente, la violencia conyugal más allá de la violencia física y sexual; es decir, la violencia verbal, las presiones psicológicas y el hostigamiento moral. Posteriormente, transfiere sus observaciones al ámbito empresarial y publica en 2001 El malestar en el trabajo. Estas investigaciones jugaron un rol en la legislación francesa respecto a los temas de hostigamiento moral en el trabajo y violencias contra las mujeres. El tercer momento podría ser descrito por algunos como el de su vulgarización mediática, ya que coincide con los relatos de mujeres a través del #Metoo. No obstante, estimo que es más bien el momento en el que encontramos las condiciones óptimas para poner a prueba la categoría y hacer su verificación. 

Por eso, en lugar de detenerme en las controversias, me puse a leer los hashtags como en una investigación. Por una vez que el trabajo de campo no exige tanto esfuerzo: no había razón para desaprovechar tanta etnografía. Sobre todo que la disposición para contar al pie de la letra los intercambios que resultaban más emblemáticos de una relación sin lugar a dudas tóxica se revelaba de una generosidad insuperable. Así me fui topando con todas y cada una de las formas de descalificación que los discípulos de Bateson habían descrito como patrones en las derivas patológicas de la comunicación: estilo oscuro, manierismos idiomáticos, interpretaciones literales de la metáfora, interpretación metafórica de las expresiones literales, autocontradicciones, incongruencias, cambios de tema, tangencializaciones, oraciones incompletas... Yo sé quién nos viene a la mente, pero no, no estoy hablando de Trump, todavía. 

También encontré mucho humor y levedad por parte de las mujeres; muy capaces, por cierto, de reconocer cómo habían participado de lo que les tocó vivir. Tanto es así que todavía me pregunto si las feministas que hablan del hashtag como uno lleno de ira y venganza; o que se preocupan excesivamente por la suerte que pueda correr la reputación de algún hombre, cuando en realidad no es común que los mencionen por nombre ¿habrán realmente leído los hashtags o simplemente toman de los medios lo que alcanza ese plano; o de los políticos, que hacen fiesta con uno u otro caso para hacer legislación? No sé, no es mi objetivo ahora descifrar eso. Lo que sí me interesó fue el descubrimiento -para todas, creo yo, redactoras o lectoras investigadoras - de que no había nada de anecdótico en esas experiencias sino patrones de comportamientos de hombres que parecían vivir mal las transformaciones en las sensibilidades respecto a ciertas costumbres sociales donde su dominio estaba asegurado y que ahora tenían que arreglárselas para recuperar ese dominio por otros medios. Tanto más que, como resultado de las luchas feministas de la ola anterior, se encontraban ahora bajo todo un sistema de vigilancia. Y digo de la ola feminista anterior, pues me ha parecido que si Metoo recurre a las redes para contar experiencias es porque hace rato que se percataron del entrampamiento que resulta para ellas el que estas se diluciden en las cortes judiciales y ya ni tocan a las puertas de Recursos Humanos. Pero quien no se haya molestado en leer los hashtags estará más presto a condenar el movimiento y confundirlo con el populismo punitivo. Creo que hay que despejar la luz de gas y de paso estudiar cómo se sirve de ella el perverso narcisista para manipular y drenar a sus víctimas.

El perfil que hace Jean-Charles Bouchoux nos puede servir para transitar de las relaciones interpersonales a la situación política actual: 

El perverso narcisista estructuralmente organizado utiliza el vínculo familiar, profesional o amoroso para someter a la víctima. Necesita esta proximidad para ejercer su control y no permitirá que la víctima tome distancia. Es frío interiormente, no conoce la culpa, pero no vacila en culpabilizar a los demás. Sus valores, sus sentimientos y su comportamiento cambian en función de las personas que lo rodean y del contexto. Exteriormente, puede mostrarse amable y simular compasión. Es seductor y se puede mostrar muy servicial si ello le permite alcanzar sus objetivos, a menudo, a expensas de los otros. No toma en cuenta las necesidades y los sentimientos de los demás, excepto para servirse de ellos, manipular a su víctima, aislarla y hacer que se comporte como él quiere. Es egocéntrico y exige del otro la perfección. También es un mentiroso. Generalmente astuto con la palabra, se sirve de la ambigüedad para manipular o posicionarse como la víctima, neutralizando cualquier reproche. Aunque no tiene valores propios, utiliza la moral y los valores del otro para alcanzar su objetivo. Puede elaborar razones aparentemente lógicas para justificar sus pasajes al acto. Suele ser celoso e infiel. No soporta la crítica, pero no para de criticar. Para revalorizarse, se nutre de la imagen de su víctima. Cuanto más la desvaloriza, más fortalecido se siente. En cuanto siente una angustia, esta angustia habita al otro. 

El perverso narcisista seduce a su presa a la manera de Don Juan, pero la conserva y busca destruir su imagen. Se nutre de ella y proyecta sobre ella su propia locura. Controla el sufrimiento y el dolor de su víctima y la mueve a la depresión, a la violencia, a la perversión, a la locura, a la enfermedad o, incluso, en los casos más graves, a la muerte por suicidio o por accidente. 

En el contexto de lo se vive hoy, bien podríamos estar  describiendo a Donald Trump y su víctima más reciente: América. Que Trump necesita drenar al país de sus atributos para revalorizarse no cabe la menor duda. Y que cuanto más desvaloriza a la víctima, más fortalecido se siente ha quedado demostrado en su afán por presentar a los Estados Unidos como un país decadente, en ruinas y abusado por el resto del mundo. Al igual que Putin, Trump necesita un estado de guerra permanente para mantener al pueblo bajo su control. Y este estado de guerra no es solo interno, como anunció, sino que ahora es contra una buena parte del mundo, decepcionando a todos los que creyeron que, en política exterior, EE.UU se retiraría de los conflictos internacionales. Pues no, se retira de los organismos internacionales que, bien que mal, comparten preocupaciones por el futuro del planeta y la humanidad, pero entra en conflicto con países aliados que jamás hubiéramos podido imaginar como enemigos a extorsionar, en el caso de Ucrania; a anexar, como con Canadá y Groenlandia; o a ningunearle su soberanía política mediante acuerdos que implican presencia militar, como recientemente quedó plasmado, con un lenguaje sumamente ambigüo, en el memorándum de seguridad bilateral que se firmó con Panamá. 

En cuanto al tema de las negociaciones, gaslighting. En nombre de la paz, todo menos la paz. Para Ucrania, que le cedan los territorios ocupados al aspirante a amo que inició la invasión y que acepten una reducción de su soberanía patrimonial mediante la extorsión de un amo adicional: los Estados Unidos de Trump. Y todo esto sin garantías de seguridad. Para Gaza, más sencillo todavía: una limpieza étnica y la Riviera medio-oriental. Pero si ha habido un gaslighting que ha dejado al mundo entero descerebrado es el de los aranceles. Esta es una de las caras del pasadismo escatológico que, a diferencia del presentismo apocalíptico, no tiene que esperar que llegue la catástrofe, sino que elige llevar a cabo con sus propias manos la destrucción en nombre de un pasado glorioso. Ya vimos cómo el perverso narcisista se le presenta a la víctima en tanto salvación, pero termina aniquilándola psíquicamente. Pues bien, Trump se ha obsesionado con destruir el carácter de una nación que, si bien ha cometido errores, también ha tenido suficientes aciertos para ser contemplada, desde otras latitudes, como un rayo de luz. Con el cierre de USAID y el desmantelamiento de Radio Free Europe/Radio Liberty y Radio Free Asia, América es ahora, como las personas atrapadas en el mecanismo perverso-narcisista, una luz que se apaga.

Trump comparte con Putin lo que los autores de la pragmática de la comunicación humana llamaron el esquizofrenés: un lenguaje que obliga al interlocutor a elegir entre muchos significados posibles que no solo son distintos, sino que incluso pueden resultar incompatibles entre sí. Así se puede negar cualquier aspecto de un mensaje o todos a la vez. Cuando recientemente, con Bukele en el Despacho Oval, el Presidente  habló de encarcelar fuera del país a los home-growns, la prensa le pidió a Trump, como Alicia al huevo, aclaración: "¿qué quiere decir usted con home-growns? ¿ciudadanos americanos?". Pero Trump, en perfecto esquizofrenés (seguramente el único idioma que habla bien) combinó incongruencias, autocontradicciones, tangencializaciones y finalmente, en una hermosa oración incompleta, los obligó a tener que elegir el significado. Cuando un periodista se lanzó a sugerir que se refería a los ciudadanos americanos, el huevón lo acusó de lunático izquierdista radical a quien solo le importan los derechos humanos y no la criminalidad. 

Si no queremos quedar a la merced de Humpty Dumpty, o que nuestro único recurso sea apostar a que caiga porque pierda el equilibrio, debemos seguir estudiando el fenómeno de la comunicación vinculado a las autocracias. Es eso, o quedar seducidos por un huevo, como le pasó al comediante Bill Maher.