María Bonita
Intérprete: Agustín Lara. Autor: Agustín Lara
Acuérdate de Acapulco/ de aquellas noches, /María Bonita, María del alma/ Acuérdate que en la playa /con tus manitas, las estrellitas/ las enjuagabas/ Tu cuerpo del mar, juguete/ nave al garete/ Venían las olas/ lo columpiaban/ y cuando yo te miraba/ lo digo con sentimiento/ mi pensamiento me traicionaba/ Te dije muchas palabras/ de esas bonitas con que se arrullan/ los corazones/ pidiendo que me quisieras/ que convirtieras en realidades/ mis ilusiones/ La luna que nos miraba / ya hacía ratito/ se hizo un poquito desentendida/ y cuando la vi escondida/ me arrodillé a besarte/ y así entregarte toda mi vida/ Amores habrás tenido muchos amores/ María Bonita, María del alma/ pero ninguno tan bueno ni tan honrado/ como el que hiciste que en mi brotara/ Lo traigo lleno de flores/ como una ofrenda/ para dejarla bajo tus plantas/ recíbelo emocionada/ y júrame que no mientes/ porque te sientes idolatrada.
Nota: Esta historia me la contó mi amiga adivina Diotima de Cuba, y tal como me la contó, yo la cuento.
Acuérdate de Acapulco/ de aquellas noches, /María Bonita, María del alma/ Acuérdate que en la playa /con tus manitas, las estrellitas/ las enjuagabas/ Tu cuerpo del mar, juguete/ nave al garete/ Venían las olas/ lo columpiaban/ y cuando yo te miraba/ lo digo con sentimiento/ mi pensamiento me traicionaba/ Te dije muchas palabras/ de esas bonitas con que se arrullan/ los corazones/ pidiendo que me quisieras/ que convirtieras en realidades/ mis ilusiones/ La luna que nos miraba / ya hacía ratito/ se hizo un poquito desentendida/ y cuando la vi escondida/ me arrodillé a besarte/ y así entregarte toda mi vida/ Amores habrás tenido muchos amores/ María Bonita, María del alma/ pero ninguno tan bueno ni tan honrado/ como el que hiciste que en mi brotara/ Lo traigo lleno de flores/ como una ofrenda/ para dejarla bajo tus plantas/ recíbelo emocionada/ y júrame que no mientes/ porque te sientes idolatrada.
Nota: Esta historia me la contó mi amiga adivina Diotima de Cuba, y tal como me la contó, yo la cuento.
La negra Antonia, mi querida amiga, sí, la misma Toña la Negra, me pidió que la acompañara a México. Yo le contesté que a mi nadie me había invitado a las bodas que iban a tener lugar entre “el flaquito de oro”, que así llamaban en México a Agustín Lara, y la mujer más linda del continente, María Félix. La Toña me dijo que entre tanta gente nadie se iba a dar cuenta quién estaba invitada o no, y que por último ella me podía hacer pasar como su niña de compañía. Yo en esos tiempos era muy jovencita, Fer. Al fin la Toña logró convencerme. Fue cuando me dijo que iba a haber tantos gringos que a mí me iban a sobrar manos para ver las suertes. Y así no más fue, negro. Me instalé en un rinconcito y hasta los artistas más famosos de jolibud se vieron la suerte conmigo. No, no te voy a contar la de cosas que vi en las manos de tanta gente famosa, porque ese es secreto profesional, pero de haber pecados, los había. Ahí fue cuando me di cuenta que hay ricos que tienen una suerte más perra que los más pobres de los pobres. Todos los diarios del mundo Fer, los presentaron como la pareja ideal. Qué Elizabé Tailor con Richar Barton, qué Daiana con el príncipe Carlos, qué el Cha Cha Cha con la Soraya, nada mi negro, esa fiesta se las comió a todas. Echaron la casa por la ventana y después echaron las ventanas por la casa, nunca vi tanto derroche en mi vida, Fer.
El flaco Lara y la María Félix venían saliendo de difíciles amores. La María se había separado de Enrique Álvarez y Lara había terminado por destrozar el corazón de una doncella a quien llamaban La Cortijera. Quién lo iba a decir, Fer. Agustín, con su pinta de tuberculoso y con esa cicatriz de hampón barato, era capaz de conquistar a todas las mujeres que se le ponían por delante. ¿Sabes tú cómo lo hacía? Les dedicaba canciones, boleritos, y él mismo, con el pucho en la mano derecha y con la mano izquierda en el teclado se los cantaba. Ahí no más caían ellas al lado del piano. Pero ninguna le duró mucho tiempo, negro. Y no porque al flaquito le faltaran dotes, que hasta la María que era lengua larga confesó en un periódico que en la cama él era tan bueno como con el piano. Yo creo que el problema era otro, Fer. Agustín no sabía amar a las mujeres, solamente sabía adorarlas. Y eso es rico para las mujeres, a quién coño no le va a gustar que alguien te adore como a una diosa. Pero llega el momento negrito, en que toda mujer pide algo más que adoración, y eso significa que más que adoración, necesitamos amor. ¿Qué cuál es la diferencia? Ay, no te hagas el inocente, que tú no lo eres. Adorar a una mujer significa que una mujer debe escuchar las cosas más lindas que una se imagina ¿Y amarla? Amarla significa que a una la escuchen negro, que a una la escuchen, aunque una hable como bemba. Agustín, como tantos hombres, había aprendido a adorar, pero nunca le enseñaron a amar. El sólo veía a La Mujer en la mujer y uno no quiere ser siempre La Mujer sino también una mujer.
¿Entiendes tú lo que te digo, tú? Y yo sé lo que digo, tú, porque lo que yo vi, lo vi yo. Porque como te contaba, negro, a la boda asistió la gente más famosa. Sí señor. Ahí vi a Pedro Vargas y su esposa, que fueron los padrinos. Además, estaban Cantinflas, Dolores del Río, Renato Leduc, Libertad Lamarque, Carlos Denegri y hasta la Beti Deivis estaba ahí luciendo sus joyas. De pronto, en medio de la cena, se levantó un invitado, y casi me voy de culo, Fer. Era nada menos que mi cuate más amado: Jorge Negrete. Estaba vestido de charro, aunque sin sus pistolones.
Jorge Negrete dio tres pasos hacia delante, dejó su sombrero alón a un lado y levantando una copa grande, brindó por ella, mirándola frente a frente igualito a como la miraban los hombres en la película Doña Bárbara. A mí me pareció, te lo digo yo, que esa mirada atravesó el vestido de novia y siguió de largo, hasta más abajo del corazón donde ya no está La Mujer, sino una simple mujer, que eso es lo que vio Jorge Negrete y sintió la María muy adentro de ella. Yo que soy adivina, sé Fer, que en el alma de Jorge Negrete sonaba en ese momento una canción que no era bolero pero que Pedro Vargas cantaba como un bolero: Sí negro, adivinaste: Ella.
Me cansé de rogarle/ con el llanto en los ojos/ alcé mi copa y brindé por ella/ No podía despreciarme/ Era el último brindis de un bohemio/ por una reina/ Los mariachis callaron/ de mi mano sin fuerzas/ cayó la copa/ sin darme cuenta/ Ella quiso quedarse/ cuando vio mi tristeza/ pero ya estaba escrito/ que aquella noche/ perdiera su amor
Ella, la bella, sostuvo sin pestañar la mirada de Jorge. Fue no más que un minuto Fer, pero pareció un siglo. María, con su gesto clásico de diosa altiva, levantando siempre una ceja, no bajó la vista. Negrete la bajó primero. Había un silencio de cementerios chico, te lo juro. Hasta la Toña me tomó del brazo, asustada. Yo vi al flaco Lara, blanco como una nieve, mientras su cicatriz que le atravesaba la cara como un río en el desierto se había vuelto roja. Alguien tenía que salvar la situación. Yo miré entonces a Cantinflas. Mario Moreno me entendió la mirada de inmediato y levantándose de su asiento dijo que él también quería brindar por los novios. Avanzó caminando como siempre lo hacía, hasta ponerse delante del charro y con su cara pícara dijo a Lara mientras levantaba una copa: “Ojalá no sigas tan flaco, mano. Tu esposa te va a necesitar”. La gente rió. Cantinflas era el único que podía salvar la situación. Pero por un momento y no más. Como tú sabes, tiempo después la María Félix se convirtió en la mujer de Jorge Negrete. Ya estaba escrito; y así tenía que ser.
Pero el flaco Lara era un hombre orgulloso, qué le vamos a hacer. Cuando no pudo retener más a su María le escribió un bolero que más bien parecía un cuchillo. El bolero lo hizo famoso Pedro Vargas y se llama Se me hizo fácil. Te lo voy a cantar negro, después de todo es gratis.
Se me hizo fácil/ borrar de mi memoria/ a esa mujer a quien/ yo amaba tanto/ Se me hizo fácil/ borrar de mí ese llanto/ ahora la olvido/ cada día más y más/ La abandoné/ porque me fue preciso/ así abandono a la mujer que a mí me ofende/ Voy a buscar un amor que me comprenda/ la otra la olvido/ cada día más y más
El flaquito quiso vengar su honor de la única forma que sabía hacerlo: con un bolero. Lo que nunca supo es que antes de escribir ese bolero de hombre despechado, Lara ya se había vengado ¡y cómo! Porque tú sabes Fer, que como toda mujer estrella, la María Félix quería ser inmortal. Pues bien, él la convirtió en inmortal. María Félix tuvo que pagar, claro está, un alto precio: dejar de ser María Félix para convertirse, y para siempre, en María Bonita. Esa canción que le hizo Lara con tanto amor llegó con el tiempo a ser su maldición. Cuentan que en la misma noche de bodas con Jorge Negrete, los músicos no tuvieron mejor idea que cantarle como serenata, María Bonita. María y Jorge sonreían, pero con una sonrisa que más bien parecía una mueca de odio. Cuando María iba a un restaurante, se acercaban los charros y no importándoles con quien ella estaba, le cantaban María Bonita. Si viajaba a cualquier país, al bajar del avión, una orquesta entonaba la melodía de María Bonita. Dicen que una vez la María gritó: “¡prefiero morir a seguir escuchando esa canción!” Ni eso la salvó, Fer. El día de su muerte, en todas las radios sólo se escuchaba María Bonita. Y mientras su ataúd desfilaba por las calles de México, la gente llorando le cantaba: María Bonita. Y yo estoy segura Fer, que si María Félix llegó al cielo, allí la esperaba un coro de ángeles para cantarle: María Bonita. Y si fue al infierno, los diablos también le cantaron: María Bonita. Como en las tragedias griegas que tú me has contado Fer, ella nunca pudo escapar a su destino. Los dioses jamás la perdonaron. Y como todos los dioses, arrastra ella consigo, el peso de su inmortalidad.
Esa fue su maldición, ¡concho!
¿Entiendes tú lo que te digo, tú? Y yo sé lo que digo, tú, porque lo que yo vi, lo vi yo. Porque como te contaba, negro, a la boda asistió la gente más famosa. Sí señor. Ahí vi a Pedro Vargas y su esposa, que fueron los padrinos. Además, estaban Cantinflas, Dolores del Río, Renato Leduc, Libertad Lamarque, Carlos Denegri y hasta la Beti Deivis estaba ahí luciendo sus joyas. De pronto, en medio de la cena, se levantó un invitado, y casi me voy de culo, Fer. Era nada menos que mi cuate más amado: Jorge Negrete. Estaba vestido de charro, aunque sin sus pistolones.
Jorge Negrete dio tres pasos hacia delante, dejó su sombrero alón a un lado y levantando una copa grande, brindó por ella, mirándola frente a frente igualito a como la miraban los hombres en la película Doña Bárbara. A mí me pareció, te lo digo yo, que esa mirada atravesó el vestido de novia y siguió de largo, hasta más abajo del corazón donde ya no está La Mujer, sino una simple mujer, que eso es lo que vio Jorge Negrete y sintió la María muy adentro de ella. Yo que soy adivina, sé Fer, que en el alma de Jorge Negrete sonaba en ese momento una canción que no era bolero pero que Pedro Vargas cantaba como un bolero: Sí negro, adivinaste: Ella.
Me cansé de rogarle/ con el llanto en los ojos/ alcé mi copa y brindé por ella/ No podía despreciarme/ Era el último brindis de un bohemio/ por una reina/ Los mariachis callaron/ de mi mano sin fuerzas/ cayó la copa/ sin darme cuenta/ Ella quiso quedarse/ cuando vio mi tristeza/ pero ya estaba escrito/ que aquella noche/ perdiera su amor
Ella, la bella, sostuvo sin pestañar la mirada de Jorge. Fue no más que un minuto Fer, pero pareció un siglo. María, con su gesto clásico de diosa altiva, levantando siempre una ceja, no bajó la vista. Negrete la bajó primero. Había un silencio de cementerios chico, te lo juro. Hasta la Toña me tomó del brazo, asustada. Yo vi al flaco Lara, blanco como una nieve, mientras su cicatriz que le atravesaba la cara como un río en el desierto se había vuelto roja. Alguien tenía que salvar la situación. Yo miré entonces a Cantinflas. Mario Moreno me entendió la mirada de inmediato y levantándose de su asiento dijo que él también quería brindar por los novios. Avanzó caminando como siempre lo hacía, hasta ponerse delante del charro y con su cara pícara dijo a Lara mientras levantaba una copa: “Ojalá no sigas tan flaco, mano. Tu esposa te va a necesitar”. La gente rió. Cantinflas era el único que podía salvar la situación. Pero por un momento y no más. Como tú sabes, tiempo después la María Félix se convirtió en la mujer de Jorge Negrete. Ya estaba escrito; y así tenía que ser.
Pero el flaco Lara era un hombre orgulloso, qué le vamos a hacer. Cuando no pudo retener más a su María le escribió un bolero que más bien parecía un cuchillo. El bolero lo hizo famoso Pedro Vargas y se llama Se me hizo fácil. Te lo voy a cantar negro, después de todo es gratis.
Se me hizo fácil/ borrar de mi memoria/ a esa mujer a quien/ yo amaba tanto/ Se me hizo fácil/ borrar de mí ese llanto/ ahora la olvido/ cada día más y más/ La abandoné/ porque me fue preciso/ así abandono a la mujer que a mí me ofende/ Voy a buscar un amor que me comprenda/ la otra la olvido/ cada día más y más
El flaquito quiso vengar su honor de la única forma que sabía hacerlo: con un bolero. Lo que nunca supo es que antes de escribir ese bolero de hombre despechado, Lara ya se había vengado ¡y cómo! Porque tú sabes Fer, que como toda mujer estrella, la María Félix quería ser inmortal. Pues bien, él la convirtió en inmortal. María Félix tuvo que pagar, claro está, un alto precio: dejar de ser María Félix para convertirse, y para siempre, en María Bonita. Esa canción que le hizo Lara con tanto amor llegó con el tiempo a ser su maldición. Cuentan que en la misma noche de bodas con Jorge Negrete, los músicos no tuvieron mejor idea que cantarle como serenata, María Bonita. María y Jorge sonreían, pero con una sonrisa que más bien parecía una mueca de odio. Cuando María iba a un restaurante, se acercaban los charros y no importándoles con quien ella estaba, le cantaban María Bonita. Si viajaba a cualquier país, al bajar del avión, una orquesta entonaba la melodía de María Bonita. Dicen que una vez la María gritó: “¡prefiero morir a seguir escuchando esa canción!” Ni eso la salvó, Fer. El día de su muerte, en todas las radios sólo se escuchaba María Bonita. Y mientras su ataúd desfilaba por las calles de México, la gente llorando le cantaba: María Bonita. Y yo estoy segura Fer, que si María Félix llegó al cielo, allí la esperaba un coro de ángeles para cantarle: María Bonita. Y si fue al infierno, los diablos también le cantaron: María Bonita. Como en las tragedias griegas que tú me has contado Fer, ella nunca pudo escapar a su destino. Los dioses jamás la perdonaron. Y como todos los dioses, arrastra ella consigo, el peso de su inmortalidad.
Esa fue su maldición, ¡concho!
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