23 de diciembre de 2024
Si bien muchos comentaristas han calificado correctamente los recientes acontecimientos en Siria como una pérdida estratégica para Vladimir Putin, eso no los convierte en una victoria para los ucranianos ni para sus amigos en Europa. La necesidad de un rearme europeo será inevitable después de que el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, asuma el cargo.
BERLÍN – La elección de Donald Trump como el 47º presidente de Estados Unidos indudablemente llenó de esperanza al presidente ruso, Vladimir Putin. Trump ha expresado desde hace tiempo su admiración por Putin y ha dado todas las señales de que pondrá fin a la política del presidente Joe Biden de brindar un apoyo material sustancial a Ucrania (armas, inteligencia y financiación) para su defensa contra la agresión rusa.
Es más, el vicepresidente elegido por Trump, JD Vance, comparte su opinión, al afirmar que “el pueblo estadounidense no tolerará otra guerra interminable, y yo tampoco”. Ahora que los republicanos están ganando el control de ambas cámaras del Congreso y están aplicando recortes draconianos a todo gasto asociado con las prioridades demócratas, pronto se retirará el apoyo estadounidense a Ucrania.
Independientemente de lo que nos digamos, los europeos no podremos compensar la pérdida de la ayuda financiera y militar estadounidense a Ucrania. No tenemos ni la voluntad ni la capacidad para hacerlo. Y aunque muchos han descrito los recientes acontecimientos en Siria como una pérdida para Putin, eso no los convierte en una victoria para los ucranianos y Europa.
Es cierto que Putin ha perdido un aliado clave con la caída de Bashar al-Assad, y otro socio importante, Irán, se ha visto significativamente debilitado en los últimos meses. La victoria de las fuerzas de oposición sirias significa que Irán se verá privado de su puente terrestre directo con el Líbano y el Mediterráneo. Además, los israelíes han erosionado gravemente el “eje de resistencia” de Irán, eliminando a los principales líderes de Hezbollah y Hamas, e incluso destruyendo las principales defensas aéreas internas de Irán.
Tras el derrumbe del régimen de Asad, Rusia está retirando sus fuerzas de sus bases aéreas y navales en la costa mediterránea de Siria, lo que significa que está perdiendo vías esenciales para abastecer a las fuerzas que ha desplegado en varios países africanos. Para un líder que alberga ambiciones de poder global, esto supone un duro revés.
La pérdida estratégica de Putin en el Mediterráneo oriental podría mitigarse sólo en parte con un “acuerdo” con Trump. Por ejemplo, el gobierno estadounidense entrante podría buscar un gran acuerdo en el que Rusia apoye los esfuerzos de Estados Unidos e Israel para cerrar el programa nuclear de Irán a cambio de una victoria parcial en Ucrania que salve las apariencias.
Otra posibilidad es que la llegada de Trump a la Casa Blanca dé luz verde a Israel para lanzar ataques contra las instalaciones nucleares iraníes. ¿Podría el régimen iraní sobrevivir políticamente a un ataque de ese calibre, dadas sus aparentes debilidades?
Este escenario sería catastrófico para los sueños de influencia global de Putin, porque alteraría fundamentalmente el papel de Rusia en Oriente Medio y en el escenario mundial. Se confirmaría la descripción despectiva que hizo el ex presidente estadounidense Barack Obama de Rusia como una “potencia regional”, en lugar de una gran potencia. Rusia seguiría teniendo un socio poderoso en China, pero la propia estimación de China sobre la importancia de su vecino del norte se reduciría significativamente.
Pero otra posibilidad es que Trump simplemente se rinda ante Putin y obligue a los ucranianos a negociar un alto el fuego y a hacer concesiones territoriales sin garantías de seguridad occidentales efectivas. Un resultado tan grotesco alteraría aún más la propia arquitectura de seguridad de Europa. La OTAN seguiría existiendo, pero su relevancia estaría muy en duda mientras Trump esté en el poder. La seguridad europea dependería de ahora en adelante de la seguridad de Ucrania. Su futura prosperidad y estabilidad estarían ligadas a un frágil alto el fuego que no haría nada para contrarrestar la amenaza constante de la guerra híbrida rusa.
En otras palabras, desde la perspectiva europea, la idea de paz de Trump y Vance no será así. Europa seguirá enfrentándose a profundos riesgos para su seguridad y cohesión interna, sólo que ahora los afrontará sola. ¿Qué hará Putin con el respiro que le ofrece la suspensión de las hostilidades? ¿Qué significará para Europa que la situación en Siria se deteriore y produzca otra crisis de refugiados al estilo de la de 2015?
Ante tanta incertidumbre, los europeos no tienen otra opción que realizar inversiones considerables en rearme y seguridad, incluso si esas inversiones se vuelven más difíciles en condiciones de desaceleración del crecimiento y de una nueva guerra comercial.
Es fácil hacer campaña con el mensaje de “Estados Unidos primero” cuando hay océanos y miles de kilómetros de distancia entre uno y las zonas de conflicto de Europa del Este y Oriente Medio, pero los europeos no disfrutamos de ese lujo y ya no tenemos excusas para la complacencia. (Project Syndicate)