Mis compatriotas en el extranjero son ya más de ocho millones, más de la cuarta parte de la población de Venezuela. Los sufrimientos que han vivido para llegar hasta este extremo son inenarrables. Y muchos de ellos suelen advertirlo, cuando observan signos de deterioro en las democracias de sus países de acogida: «los venezolanos venimos del futuro». Por eso, en estas breves líneas quiero referirme, en primer lugar, al modo en que perdimos la libertad y la democracia en mi país, pero sobre todo al modo en el que la vamos a recuperar.
Todos los tiranos requieren dividir a la sociedad. Se levantan sobre la discordia; se hacen fuertes difamando y separando a la gente. Chávez no hizo más que confirmar esa regla, escogiendo a la mitad del país como enemigo interno. Su asamblea constituyente no fue más que un subterfugio para desmontar el orden constitucional, aprovechando la transitoriedad de ese período para echar mano de todos los órganos del poder público. Saqueó las finanzas del Estado, expropió a múltiples actores privados y puso a Venezuela en la órbita de las autocracias más poderosas del planeta. Maduro recogió sus ruinas y profundizó la tragedia, reprimiendo a la población y propiciando el mayor éxodo que ha experimentado cualquier nación que no sea víctima de una guerra o de un desastre natural.
Pero los venezolanos no nos hemos rendido jamás. A pesar de los pesares, nunca hemos dado por perdida la oportunidad (y la necesidad) de recuperar nuestra libertad y nuestra democracia. De cada golpe recibido, de cada fallo, de cada dolor ha emergido un profundo aprendizaje colectivo. No es fácil enfrentar a una autocracia criminal y cleptocrática que, sin escrúpulo alguno, castiga a la gente y saquea los recursos de un petroestado para comprar conciencias por todo el planeta.
Finalmente, después de tantas dificultades, las circunstancias se han alineado para trazar la ruta, levantar la esperanza y reunir las fuerzas que nos permiten ahora enfocar nuestros anhelos y esfuerzos en un único objetivo: la salida pacífica, cívica y democrática de la situación actual hacia un futuro promisorio. Esa ruta es electoral, a pesar de que ninguna elección realizada bajo el régimen de Maduro ha sido ni limpia ni justa. Pero esta vez, a diferencia de las anteriores, hubo un punto de inflexión que lo cambió todo: la elección primaria del 22 de octubre de 2023.
Cuando las distintas fuerzas de la oposición democrática decidimos seleccionar nuestro candidato unitario para enfrentar a Maduro en las presidenciales de 2024, privó la opinión de que el proceso debía ser genuinamente popular, abierto a la gente mediante una elección primaria. Prevaleció también la idea de que no debía permitirse que interviniera el Consejo Nacional Electoral controlado por el régimen, y que era indispensable permitir que votaran los millones de venezolanos que residen hoy en el extranjero.
Fue así como ese 22 de octubre de 2023 se abrió un boquete de luz en la bóveda de mentiras dentro de la cual se ha pretendido mantener aislados a los venezolanos. A pesar del sinfín de obstáculos interpuestos por Maduro y compañía, de la escasez de electricidad y combustible, de la ausencia de medios y publicidad, y de las amenazas dirigidas contra la población, cerca de tres millones de ciudadanos votamos ese día. Por primera vez en más de veinte años, los venezolanos pudimos organizar de modo transparente una elección, abrir todas las urnas y contar a mano cada voto, «papelito por papelito». Ese día, la ciudadanía volvió a recobrar la fe en su propio poder, porque la verdad se impuso a la mentira.
Lo que ha sucedido a partir de entonces no puede ser descrito con palabras. Se engaña quien piensa que esto es un asunto solamente electoral. Es un verdadero movimiento de liberación lo que se ha levantado a lo largo de todo el país, a partir de un sentimiento incontenible que brota desde los sitios más recónditos de nuestra geografía nacional. El clamor de una nación que no quiere seguir dividida, que anhela el retorno de los emigrados y que aspira al reencuentro familiar, que quiere a sus hijos «de vuelta en casa», no ha hecho sino crecer y crecer, hasta convertirse en un río indetenible. Un tsunami de gente que se desborda en sus sentimientos largamente represados, y que abarrota las calles de todo el país para demandar, por la vía electoral, el cambio que tanta falta le hace a Venezuela.
El régimen parece no entender la magnitud del reto que hoy le plantea la gente y ha seguido apostándole a la trampa y a la represión. Mi candidatura fue inconstitucionalmente descartada, al igual que la de Corina Yoris, designada en mi lugar por las fuerzas de la unidad democrática. Seis miembros del Comando Nacional de nuestra campaña, incluida la jefa del mismo, están asilados en la embajada de Argentina en Caracas, mientras otros trece miembros de nuestros equipos han sido apresados y privados de todo acceso a la justicia, al igual que los casi 300 presos políticos que existen hoy en el país. Han cerrado hoteles y posadas por albergarnos en nuestros recorridos, clausurado restaurantes de carretera por vendernos desayuno, retirado licencias a camioneros por transportarnos, detenido a proveedores de equipos de sonido que han aceptado alquilárnoslos. Pero ya esto no les funciona, al contrario, indigna a una sociedad harta de humillaciones y ávida de dignidad.
Contra viento y marea, ahí está Venezuela toda, unida en torno a la candidatura de un hombre honorable como Edmundo González Urrutia. Ahí estamos todos, incluidos los que fueron chavistas que saben que Maduro no tiene nada que ofrecerle al país y que ya están cansados de tanta división estéril y odiosa. El país que Chávez logró dividir se ha vuelto a unir espontáneamente en ese deseo compartido de concordia, de decencia y de futuro. Una sociedad hastiada de la corrupción y del engaño dice ¡basta! y apuesta masivamente por una opción de futuro.
Estamos a tres semanas de un día trascendental. Un día en el que los venezolanos no sólo vamos a votar, sino también a elegir. Sabemos bien las trampas que enfrentaremos antes, durante y después de consumarse la jornada electoral. Por eso la conciencia de la necesidad de votar y de defender cada voto es total entre mis compatriotas. El régimen, como cabía esperar, ha restringido la observación internacional, pero nosotros estamos levantando el más formidable aparato de defensa electoral que se haya conocido en la región. Y puedo asegurar, tras haber recorrido varias veces el país por carretera, que nada ni nadie les impedirá a los venezolanos llegar hasta el final para que sea su voluntad la que prevalezca el próximo 28 de julio. Es la hora de la verdad, de la libertad y la democracia. Es la hora de Venezuela. (ABC, 07.07.2024)