Fernando Mires – MILEI, ENTRE LA AGRESIÓN Y LA TRANSGRESIÓN

 

Los hechos son conocidos. El presidente de Argentina fue invitado por la extrema derecha de España junto a otros políticos extremistas de diversas latitudes, y allí insultó al mandatario español por el solo hecho de no compartir su ideología. La agresión de Milei, está de más decirlo, no obedece a ningún conflicto internacional.

Argentina y España están lejísimo de ser países enemigos. Las relaciones económicas entre ambas naciones son óptimas. Ambos países conviven en el mismo espacio occidental. Más aún: Milei, Sánchez, e incluso Abascal, se han posicionado en tiempos de guerra a favor de Ucrania y en contra de la Rusia de Putin. Pero así y todo Milei, todavía no sabemos exactamente sus razones, violó en menos de un día todas las normas que reglan la diplomacia internacional. Primero, siendo presidente visitante insultó al presidente del país visitado. Segundo: insultó a la esposa de Pedro Sánchez acusándola de delitos que hasta ahora no han sido judicializados, solo políticamente imputados. Tercero: participó activamente en la política interna de un país ajeno apoyando a un partido minoritario de la extrema derecha española.

UN CASO SIN PRECEDENTES

Milei no solo ha faltado a la norma. Ha faltado a la ley y a la constitución del país que visitaba. Sánchez podría querellarse alegando delitos de incitación verbal a la violencia, de difamación y calumnia, daños morales a terceros. Si no fuera presidente, Milei estaría en estos momentos prestando declaraciones ante un tribunal de justicia madrileño. Pero Sánchez no dará ese paso. Como el zorro político que es, tratará de capitalizar a su favor la inesperada ayuda que le presta Milei frente a una opinión pública que ya lo tenía arrinconado. De modo que ni siquiera desde el punto de vista de la conveniencia las agresiones de Milei a Sánchez pueden justificarse.

Para la anécdota quedará el espectáculo de un presidente medio rayado que voló por sobre el Atlántico para hacer el loco en España sin que nadie se lo pidiera. Por ahora lo salva el hecho de que la inflación argentina ha bajado un tanto. Pero no todos los días son primavera y la violación, si no a la ley, a la norma internacional, será recordada cuando llegue el momento del descenso –a todos les viene- de Milei. ¿Por qué me preocupo de este caso entonces? Por dos razones que no tienen solo que ver con Milei.

La primera es que, al no tener precedentes, Milei ha sentado un precedente. El de que cualquier presidente por destartalado que sea, puede permitirse viajar a un país amigo y putear al presidente de la nación, más aún, a su mujer, o a quien sea, y cuando quiera. La segunda razón es todavía más importante. Actualmente vivimos en ese occidente político, al que pertenecen Milei y Sánchez, una muy profunda crisis de la democracia a la que unos llaman liberal, y otros llamamos constitucional.

La democracia, tal como la conocemos, se encuentra cuestionada desde sus adentros por populismos de ultraizquierda y movimientos fascistoides de ultra derecha, como el mismo VOX de Abascal; y desde fuera, por la mayoría de las numerosas dictaduras de la tierra dirigidas por el eje político militar formado por Rusia, China e Irán. Cabe esperar entonces que las democracias occidentales, frente a ese visible peligro, cierren filas de acuerdo a la premisa de que entre democracias no es necesario pasar a la agresión verbal pues todas cuentan con dispositivos políticos que permiten dirimir diferencias de acuerdo a leyes, a normas y formas establecidas, es decir, todo todo eso que violó Milei en un solo día. Hecho que lleva a decir que, si bien un Milei podría aportar algunas soluciones tecno-económicas para su país, también podría, por su falta de templanza, colaborar en el desarrollo de la crisis que viven las democracias occidentales.

No deja de ser destacable que hasta ahora los agravios latinoamericanos a gobiernos españoles siempre habían provenido de esquinas como la Cuba de Fidel, la Venezuela de Chávez, la Nicaragua de Ortega, la Bolivia de Evo Morales, el México de López Obrador e incluso la Colombia de Petro, todos gobiernos, dícense, de izquierda. A esas izquierdas se suma hoy, apoyado por todas las ultraderechas putinistas del mundo, Milei. Los primeros lo hacían en nombre de un pasado pre-colombino ideal que nunca existió. El segundo, Milei, lo hace en nombre de un futuro económicamente libertario que solo existe en su cabeza. “Izquierdas y derechas unidas, jamás serán vencidas” escribió con sorna el poeta chileno Nicanor Parra.

Probablemente Milei cree ser muy original. El problema es que no lo es. Milei es la versión argentina de un fenómeno mundial (razón de más para preocuparse de la política internacional que estiliza el presidente argentino) Se trata de la irrupción del fenómeno político al que hemos llamado nacional-populismo. Me refiero a movimientos populistas que en su composición no difieren de los del pasado reciente, cuya retórica era principalmente de izquierda y hoy es de derecha. En Hungría, Polonia, Francia, Holanda, movimientos y gobiernos extremistas usan una retórica ideológica derivada de las derechas tradicionales pero con tanta o mayor virulencia “revolucionarista” que sus predecesores de izquierda. A esa familia pertenecen el trumpismo norteamericano, el bolsonarismo brasileño, el kastismo chileno, el bukelismo salvadoreño, y no por último, el mileismo argentino. En breve, una contrarrevolución, no en contra de los restos de izquierda sino en contra del mundo democrático.

Como las revoluciones, las contrarrevoluciones “libertaristas” no se preocupan por mantener las formas de la política. El problema es que, sin formas políticas no hay política pues la política, dicho en modo tautológico, es el medio de mantener las contradicciones en un nivel político. No habiendo formas, hay transgresión, ya sea de la constitución, ya sea de las normas que dieron origen a la constitución o que de la constitución derivan. En síntesis: hay una relación no solo semántica entre transgresión y agresión. El caso Milei, un transgresor y un agresor a la vez, lo demuestra muy bien y es por eso mismo que los incidentes de Milei en España nos permite pensar más allá de Milei.

MÁS ALLÁ DE MILEI

Milei, nos guste o no, es un líder político. Más aún, Milei es un líder de masas en una sociedad de masas. De tal modo que para pensar en liderazgos como el que ejerce Milei, hay que mirar las dos caras de la moneda: el líder y los liderados. Ahora, los liderados por Milei conforman en gran medida una masa enardecida, sobre todo en contra de la irresponsabilidad y corrupción del peronismo, también surgido de una masa enardecida en contra de los abusos de un orden oligárquico. Tanto el peronismo como el mileísmo son hijos de “la bronca” histórica argentina.

Milei es un presidente enardecido que articula políticamente el enardecimiento que prima en el modo de ser de su país. Si Milei no fuera un enardecido dejaría, en efecto, de ser un líder. Su performance madrileña fue, desde esa perspectiva, una representación que los mileístas esperaban de Milei. En cierto modo, Milei, al dar forma personal al enardecimiento, lo expresa, pero a la vez lo detiene al integrarlo dentro de la política de alianzas que lo llevó al poder. Perón y Eva hicieron lo mismo. Como después lo hizo Hugo Chávez en Venezuela. Sin esos líderes enardecidos el enardecimiento tomaría otras formas. O se desbordaría más allá de la política, o la agresión se transformaría en regresión mediante la cual la masa se disuelve en la chusma, en las hordas, en bandas de salvajes (al estilo de las que imperan en algunos países de América Central, por ejemplo).

Hannah Arendt, recordemos, vio en el nazismo la disolución de la sociedad de clases en la sociedad de masas. Pero la masa, eso no lo vio Arendt, no es el ultimo escalón pues la sociedad de masas, después de todo y mal que mal, es una sociedad. El último escalón es “la no-sociedad”, es decir la anomia, la desintegración tanto física como moral de lo político y de lo social. Pues bien, ahí encontramos el rol positivo que en estos momentos está cumpliendo Milei: Llevar el enardecimiento de sus masas hasta el borde que separa la agresión de la (auto) destrucción política. Pero no mucho más allá.

Para hablar con un ejemplo. Todos sabemos que el socialismo como posibilidad metahistórica desapareció de la faz de la tierra. El mundo comunista ya no existe y, por tanto, el mundo capitalista tampoco. La globalización, no solo la de los mercados, también la de las ideas, se lo ha tragado todo. El enemigo sólido que teníamos antes es hoy -para decirlo en la ya popular expresión de Sygmunt Bauman- un “enemigo líquido”. Pues bien, personajes como un Trump o un Milei cumplen en medio de la bruma ideológica que dejó detrás de sí el comunismo, una función conservadora: restaurar el orden del discurso de la guerra fría resucitando, aunque sea de modo ficticio, al enemigo comunista. Así, Trump y Milei han restaurado al comunismo, agrandándolo hacia niveles que nunca imaginaron los comunistas. Por eso también, para Trump y Milei, comunistas son todos los que no son como ellos. Así de simple. Desde el punto de vista intelectual, una aberración. Pero desde el punto de vista populista es una aberración que funciona. Basta echar un vistazo a las redes sociales. Allí nos encontraremos con las perturbadas huestes mileístas aplaudiendo la bochornosa actuación de Milei en España como si hubiera sido la suya una gesta heroica en contra de la corrupción “comunista” representada por el gobierno de Sánchez. Ver a Milei insultando a un gobierno español les produce sin duda un placer. Un placer que los lleva, según el título de la obra de Freud, “más allá del principio del placer”. Ese “más allá” es muy importante.

J. Lacan , al que son tan aficcionados los intelectuales argentinos, intentó llevar a Freud hasta donde quería Freud, esto es, a no situarse en la mera función clínica del placer, sino en su “más allá”. Ese “más allá” es el “goce”, según Lacan.

El placer para Lacan (El Seminario 7, El Seminario 14) colinda con el goce pero no conduce al “goce” pues el objetivo del “goce” está más allá de la realidad que vivimos. En cierto modo, el placer detiene al “goce”, lo enmarca, y luego nos protege de su impensable más allá. No obstante, el placer, al detener el camino del “goce” producirá, tarde o temprano, un dis-placer, de modo que para que el placer siga siendo placentero debe entregarnos por lo menos la ilusión de que en verdad caminamos hacia el “goce”. Bien; la vía a ese “goce” que generalmente no viene, es la cuerda floja sobre la que los líderes populistas conducen a sus masas. O intentan de verdad llegar al “goce”, destruyendo por completo la porción de realidad sensorial que habitamos (caso Hitler), o nos mantienen cerca del “goce”, lo merodean incluso, pero sin intentar acceder a su insondable abismo. Pues bien, la agresión de Milei al gobierno de España, también podemos leerla en “lacaniano”.

Milei en España –si lo hizo consciente o inconscientemente, importa poco– llevó a su cuerpo al borde colindante que separa a la agresión de la transgresión. De hecho transgredió formas y normas, pero sin traspasar la barrera lacaniana que se da entre placer y “goce”. Así se explica por qué muy cerca de llegar al punto X del más allá de sí mismo, Milei retrocedió, es decir regredió. ¿Qué hizo Milei? Muy simple: como si fuera un niño mimado, tomó el micrófono y comenzó a cantar. Sí; a cantar frente a sus colegas extremistas de derecha una canción rara donde se presenta a sí mismo como un león que viene a luchar en contra de sus enemigos comunistas. Algo así como diciendo al público: “no os preocupéis chicos, lo que dije no era tan en serio; es que yo soy así: un poquito loco”. Un líder latinoamericano, al fin. Uno más que se ajusta a los pre-juicios que los europeos -sobre todos los de extrema derecha – mantienen sobre los latinoamericanos. Pues, como los fascistas que son, los abascales nos desprecian. Claro, a Milei lo aplauden, pero no como a un líder sino como a un bufón; o como a ese sudaca que vino a alegrarnos la fiesta.

Milei, como todos los líderes de masas, está limitado por la condición humana. Pero hay una diferencia entre las tentaciones agresivas y regresivas constitutivas a nuestro ser ciudadano y las tentaciones que acosan a un líder. A nosotros, simples ciudadanos, las tentaciones que en cada esquina nos llaman, están limitadas por constituciones, leyes, normas a las que mal que mal debemos sujetarnos. El líder, porque es líder, está en cambio menos sujeto a leyes y a normas morales y legales. Hay veces en las que los líderes han logrado situarse por sobre la ley.

En cada líder en fin, habita un ser peligroso. Milei podría ser uno de ellos. Hay que defenderse de los líderes. Algunos, como Milei y Trump, se parecen demasiado a sus masas.