Título original: Engañarse ha sido una mala idea
Occidente inventó el triunfo de la democracia liberal en el año 1990. Vio en un ciclo de democratización la irrefrenable fortaleza de un modo civilizatorio. Vio la Historia en una respiración de la historia. Todas las variables respaldaban la tesis: la civilización occidental era el fin al que se dirigía la historia. Luego de tres oleadas democráticas que parecían una línea recta al sueño de plenitud de los valores de la democracia y los derechos humanos, hoy solo el 14 por ciento de la población mundial vive en una democracia liberal plena.
En 2011 las sucesivas protestas y crisis en países árabes condujeron hacia una convicción: era una «primavera árabe», un proceso de liberalización. Eso nos dijimos: Túnez, Egipto, Yemen, Libia, Siria, en fin, sucesivos países afrontaban protestas de gran tamaño ese año. ¿La causa que señaló Occidente? Portada tras portada de las revistas y periódicos más importantes en el mundo dijeron algo así: las sociedades estallaban buscando democracias liberales. En total, sesenta países estallaron el mismo año, muchos de ellos democracias plenas (España una de ellas). Pero bueno, era mejor creer que el mundo árabe buscaba la democracia. La disrupción no fue comprendida. Cada país buscó sus causas en sí mismo, desatendiendo el hecho cierto de que un tercio de los países estallaban a la vez. En 2019 ocurrió lo mismo. Ahora fueron casi setenta países. Solo habían pasado ocho años entre un momento y otro. No era normal, pero no lo vimos. El caso anterior de protestas masivas y relativamente simultáneas era en 1989 y el anterior, en 1968. Antes los procesos tardaban alrededor de veinte años, ahora ocho. Pero aún danzábamos triunfantes, homenajeando el poder blando.
Mejor fue creer lo conveniente. Hoy los países árabes son menos occidentalistas que hace veinte años. O cuarenta. Hoy Rusia es menos occidentalista que hace treinta años. O que hace cien años. O doscientos. O cuatrocientos.
Occidente se inventó que el marxismo estaba muerto luego de la caída del Muro de Berlín. Claro, cayó la Unión Soviética. Pero el partido político más grande del mundo hoy es marxista. Y la principal potencia que tomará control del mundo próximamente es comunista. ¿Creen en el capitalismo los chinos? Sí, por supuesto, en China creen lo mismo que Marx: que el capitalismo debe desarrollarse hasta sus últimas formas y que, cuando todas sus formas históricamente posibles se hayan desplegado, entonces caerán las formas institucionales y políticas que le han ayudado a sustentarse. O diciéndolo en simple, que entre otras cosas, entrará en crisis política y económica Estados Unidos, mientras el capitalismo crece en proporciones gigantescas.
Occidente anunció el triunfo del liberalismo económico. Y del multilateralismo. Y de una paz basada en el comercio internacional. Todo eso. Hoy estamos en una forma de guerra extraña. Los países en conflicto 'imperial', es decir, que se juegan la hegemonía mundial, luchan a través de terceros y evitan así el escenario ominoso de una guerra mundial. Es un nuevo modo de guerra geopolítica, ni fría ni caliente, más bien elusiva, una configuración extraña donde el representante (el país en guerra) tiene menos poder que el representado (el país que juega sus cartas). Es así como cada país principal usa un representante. Se asumen algunos de los masivos costos económicos, se intenta evitar el coste político. En una nueva evolución del liberalismo político, la guerra mundial puede ser cursada mediante representantes de cada sector, buscando el desgaste, la prueba del otro y evitando los problemas políticos.
El discurso occidental pasa sus peores días en muchísimo tiempo. La convicción intelectual del presunto carácter irrelevante del 'poder duro' (la guerra) y la consiguiente convicción de que el mundo se podría administrar desde el 'poder blando' (la coacción del éxito comercial, la tentación de una sociedad global, la democracia y los derechos humanos) ha resultado groseramente desmentida, al menos de momento. Para colmo, esto no termina aquí. Estados Unidos estuvo convencido de una conclusión que tornó doctrina. La conclusión era que la suma de su potencia tecnológica, universitaria, científica, de la hegemonía cultural mediante Hollywood y su industria de medios; además de su peso político en órganos multilaterales, su control sobre Europa, sus negociaciones con Medio Oriente, su históricamente relevante peso en América Latina, su influencia (mediante Europa) en África; en definitiva, que toda la complejidad de su fortaleza que va desde el dominio del espacio hasta la música de moda eran una sofisticada armadura política, militar y cultural que resultaría tan invencible como inalcanzable.
Un rival tendría que avanzar en muchas dimensiones para vencer. Estados Unidos era multidimensional y cualquier intento de impugnarle sería acompañado de un desgaste inaudito. Pero China fue demoliendo el control norteamericano a punta de producción masiva y comercio. Con dos variables y diseño estratégico centralizado (del tiempo, del espacio). El sencillo recurso ha demostrado una sorprendente capacidad de disolver las estructuras de poder norteamericanas, es decir, ha demostrado que la obra liberal (una sociedad global de comercio) puede chantajear al creador. Y el país imperial de Occidente se enfrenta al descontrol de sus fronteras entre Europa y Asia.
Bajo estrés e incapaces de administrar el escenario, los valores occidentales caen lo mismo o más que la capacidad de control sobre el escenario mundial. Los herederos de Roma no pueden guardar la frontera imperial, los herederos de Cristo no pueden ser cristianos, los creadores del feminismo deben defender el patriarcado islámico, los herederos de la libertad abrazan a China, los judíos quieren expulsar a un pueblo por el desierto, en Alemania la ultraderecha retorna, la izquierda pasa al nacionalismo por doquier y Estados Unidos acusa que el Kremlin opera desinformando en América Latina. El mundo es una ironía.
Hoy Occidente no es el Nuevo Testamento. No es el paso del temor al amor. No es el paso de la desigualdad a la igualdad. Tampoco es el retorno a Grecia. Hoy Occidente es el Viejo Testamento, es la ira, es la guerra, es la ruptura. O peor, es el miedo. Es decir, Occidente no es Occidente. Como todo proyecto, la única alternativa es volver a sí mismo. La tarea no es fácil. Pero esa es la tarea. (31/Ene/2024, ABC)
Alberto Mayol es escritor e investigador del Instituto Universitario Ortega-Marañón.