1 Primero que todo, por la estridencia de la comunicación pública y el modo altamente partisano con que se discuten los principales asuntos de la agenda: inseguridad y crimen organizado, resultados educacionales a propósito de la PAES, crisis en la atención de salud, reforma de la previsión, el affaire fundaciones y sus responsables, los indultados del 18-O, el estancamiento de la economía, el comportamiento y las decisiones presidenciales.
En efecto, cada uno de estos asuntos es abordado polarizadamente. Es decir, orientado en direcciones contrapuestas, con un explícito ánimo de no entendimiento, buscando extremar las controversias, destacando los tonos más agudos (vituperios en el caso de las redes sociales), exagerando los aspectos negativos y descalificando las opiniones contrarias.
De manera tal que un segundo rasgo que caracteriza al momento presente de la gobernabilidad del país es el predominio de las mentalidades y las lógicas de suma cero. Esto es, lo que gana uno -digamos así, el gobierno o la oposición- necesariamente debe traducirse en una pérdida para el otro, o sea, la oposición o el gobierno. No hay posibilidades de agregar ni de converger; tampoco hay objetivos compartidos ni un bien común.
En tercer lugar, entonces, en este ambiente de polarización y de suma cero, prima un clima desastroso, donde todo parece ser calamitoso, funesto, ruinoso, catastrófico, desgraciado, nefasto, adverso, lamentable, malo, pésimo, infausto e infeliz. Creo no exagerar al decir que esta es la atmósfera que respiramos, el ritmo al que nos movemos, la música de fondo que escuchamos cotidianamente.
Para confirmarlo, basta leer los titulares de la prensa o escuchar los matinales de la TV, o bien seguir las reflexiones de los columnistas en los media, o revisar los resultados que arrojan los sondeos de opinión respecto al estado de ánimo del país y sus expectativas de futuro.
Lo cual conecta, en cuarto lugar, con una negativa proyección y pronóstico meteorológico. El horizonte se ve oscuro y tormentoso; los problemas se arrastran indefinidamente (Isapres, destino de las cotizaciones previsionales, mal funcionamiento de los SLEP, nuestro “momento constitucional’, etc.); existe un grado enervante de desconfianza inter-élites; las instituciones políticas despiertan escasísima adhesión y la legitimidad de la democracia decae por una falta generalizada de efectividad.
De hecho, quinto, el futuro estratégico del país desaparece de la conversación social y política, con la sola excepción del acuerdo marco para echar andar la colaboración estatal / privada en la industria del litio. En lo demás, reina sin contrapesos el futuro táctico: la próxima elección de alcaldes y gobernadores y parlamentarios, ¿un cambio de gabinete a la vuelta de vacaciones?, la próxima acusación constitucional en carpeta. Ahí nos quedamos: prendados de los ciclos cortos, a la defensiva, concentrados sobre lo inmediato; sin capacidad ya de concebirnos como una comunidad imaginada.
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