En el ámbito de las relaciones internacionales, las agendas y acciones de los gobiernos no solo persiguen objetivos pragmáticos. Suelen, además, expresar ciertos principios y valores. En la política doméstica y global, las ideas importan, en tanto configuran agendas para transformar las realidades prexistentes. Ese es el caso de aquella narrativa surglobalista —diferente a la geopolítica del Sur Global— que justifica el distanciamiento, cuando no la hostilidad, respecto a los vínculos con las naciones comúnmente identificadas como Occidente. Recuperamos algunas ideas avanzadas previamente —en formato académico— para abonar a nuestro diálogo político sobre el presente global.
¿Sur Global?
Desde un punto de vista ideológico y normativo, el Sur Global no identifica de modo natural la diversidad de naciones del otrora llamado Tercer Mundo. Se trata de una lectura sobre el desarrollo socioeconómico, el orden político y las relaciones internacionales. Mirada asociada a enfoques intelectuales —marxistas, decoloniales, alterglobalistas, etcétera— y propuestas políticas de ciertas izquierdas. Todas convergen en el cuestionamiento del modelo liberal democrático, a escala social, nacional y global.
Hablar surglobalistamente no alude simplemente a países con fronteras delimitadas. Supone celebrar a sujetos y programas que comparten un repudio al orden geopolítico y geoeconómico del capitalismo. Desde esta lectura, que va cosechando críticas certeras, el Sur Global contrahegemónico se opone a un «globalismo nortecéntrico, imperialista y explotador». Estamos pues ante un enfoque ideológico que confluye con el fortalecimiento de aquella narrativa civilizacional que legitima el desafío de potencias como Rusia, China, Irán o Turquía al orden internacional liberal.
La postura surglobalista degrada el concepto y procesos democráticos y equipara el comportamiento de autocracias y poliarquías bajo el argumento de la «diversidad democrática». Descalifica, tourt court, la aplicación de sanciones a regímenes autoritarios del Sur Global —como los de Vladimir Putin y Nicolás Maduro— responsables de violaciones a los derechos humanos, rechazándolas bajo argumentos de «respeto a la soberanía».
Desde un punto de vista ideológico y normativo, el Sur Global no identifica de modo natural la diversidad de naciones del otrora llamado Tercer Mundo. Se trata de una lectura sobre el desarrollo socioeconómico, el orden político y las relaciones internacionales. Mirada asociada a enfoques intelectuales —marxistas, decoloniales, alterglobalistas, etcétera— y propuestas políticas de ciertas izquierdas. Todas convergen en el cuestionamiento del modelo liberal democrático, a escala social, nacional y global.
Hablar surglobalistamente no alude simplemente a países con fronteras delimitadas. Supone celebrar a sujetos y programas que comparten un repudio al orden geopolítico y geoeconómico del capitalismo. Desde esta lectura, que va cosechando críticas certeras, el Sur Global contrahegemónico se opone a un «globalismo nortecéntrico, imperialista y explotador». Estamos pues ante un enfoque ideológico que confluye con el fortalecimiento de aquella narrativa civilizacional que legitima el desafío de potencias como Rusia, China, Irán o Turquía al orden internacional liberal.
La postura surglobalista degrada el concepto y procesos democráticos y equipara el comportamiento de autocracias y poliarquías bajo el argumento de la «diversidad democrática». Descalifica, tourt court, la aplicación de sanciones a regímenes autoritarios del Sur Global —como los de Vladimir Putin y Nicolás Maduro— responsables de violaciones a los derechos humanos, rechazándolas bajo argumentos de «respeto a la soberanía».
Narrativa surglobalista
El surglobalismo invoca el pasado imperial de las potencias occidentales —las que, a diferencia del Kremlin, no han anexado territorios extranjeros en las últimas décadas— para relativizar la gravedad de eventos como la actual invasión a Ucrania. Bajo los mantras del multilateralismo y de la diversidad civilizacional, la narrativa surglobalista acaba sustentando un soberanismo estatista con tendencia autoritaria. Este niega la soberanía múltiple, gubernamental y popular de las comunidades humanas. Para lo cual impulsa una crítica al orden liberal —cuyos principios e instituciones son fundantes de tradición latinoamericana—. En ese sentido, como señala la investigadora y activista Kavita Krishnan «la defensa de la multipolaridad, sin valores democráticos añadidos, se transforma en una coartada para diversos regímenes despóticos en diferentes partes del mundo».
Hay un debate pendiente. Es sobre la necesidad de que Latinoamérica enfrente los desafíos de su inserción internacional a partir de su legado histórico, sus dinámicas regionales y locales. Pero ello, supone impulsar un orden político nacional y global en el que la defensa de la democracia y la promoción de los derechos humanos sean respetados. Pero en el caso latinoamericano, la narrativa surglobalista asoma detrás de la agenda de varios liderazgos. Igualmente, justifica la ambigüedad calculada de varios gobiernos latinoamericanos ante, por ejemplo, la agresión del Kremlin a Ucrania. Desestimando, además, el impacto no democrático de una cooperación consistente, sostenida y ampliada de varios gobiernos con Rusia.
El mantra surglobalista atenta contra la posibilidad de consolidar una región en la cual la democracia y desarrollo vayan de la mano. Por ende, limita los chances de impactar de modo virtuoso las dinámicas endógenas y exógenas de cada país.
El surglobalismo invoca el pasado imperial de las potencias occidentales —las que, a diferencia del Kremlin, no han anexado territorios extranjeros en las últimas décadas— para relativizar la gravedad de eventos como la actual invasión a Ucrania. Bajo los mantras del multilateralismo y de la diversidad civilizacional, la narrativa surglobalista acaba sustentando un soberanismo estatista con tendencia autoritaria. Este niega la soberanía múltiple, gubernamental y popular de las comunidades humanas. Para lo cual impulsa una crítica al orden liberal —cuyos principios e instituciones son fundantes de tradición latinoamericana—. En ese sentido, como señala la investigadora y activista Kavita Krishnan «la defensa de la multipolaridad, sin valores democráticos añadidos, se transforma en una coartada para diversos regímenes despóticos en diferentes partes del mundo».
Hay un debate pendiente. Es sobre la necesidad de que Latinoamérica enfrente los desafíos de su inserción internacional a partir de su legado histórico, sus dinámicas regionales y locales. Pero ello, supone impulsar un orden político nacional y global en el que la defensa de la democracia y la promoción de los derechos humanos sean respetados. Pero en el caso latinoamericano, la narrativa surglobalista asoma detrás de la agenda de varios liderazgos. Igualmente, justifica la ambigüedad calculada de varios gobiernos latinoamericanos ante, por ejemplo, la agresión del Kremlin a Ucrania. Desestimando, además, el impacto no democrático de una cooperación consistente, sostenida y ampliada de varios gobiernos con Rusia.
El mantra surglobalista atenta contra la posibilidad de consolidar una región en la cual la democracia y desarrollo vayan de la mano. Por ende, limita los chances de impactar de modo virtuoso las dinámicas endógenas y exógenas de cada país.
Autoritarismo y orden liberal
Los regímenes autocráticos que cuestionan y proscriben la incidencia de los actores no gubernamentales y los pequeños países en la política doméstica e internacional son un freno a la aspiración democrática de nuestras sociedades. También los gobiernos populistas. Estos, llegando al poder dentro de reglas de juego democráticas, relativizan en sus narrativas de política exterior el respeto a los principios republicanos y a los derechos humanos. Las narrativas surglobalistas, en temas como la invasión a Ucrania, la reticencia al relanzamiento de los vínculos con la Unión Europea, el reforzamiento de los nexos políticos —no meramente económicos— con China, son un cuestionamiento de los principios e instituciones del orden liberal.
Un segmento de la academia regional tiene gran responsabilidad en los posicionamientos vertidos para abonar a semejante debate. Véanse a modo de ejemplo obras recientes como El tangram de China (2023), la cual invita a la «relativización de la democracia» (p. 129). El incrementalismo dialéctico: un caso de in-novación en Hengqin (China) (2020), la cual utiliza el concepto «democracia pluralista» para definir el régimen chino y contraponerlo a las democracias occidentales (p. 323).
O también, Una mirada desde América Latina, sobre la organización política en la República Popular China (2022), la cual desde el resumen declara que busca «comprender el modelo democrático chino» para luego argumentar que «los derechos humanos en China son los colectivos y no los individuales liberales» (p. 240). Otros autores latinoamericanos arguyen que en China existe otro tipo de democracia diferente a la liberal, que incluso podría implementarse en nuestra región. Igual sucede con otros posicionamientos sobre Rusia, Irán o Cuba, escritos en una pespectiva que cuestiona —sin ánimo de perfeccionamiento— los fundamentos mismos del orden democrático liberal.
Pluralismo
La mirada surglobalista parece olvidarse que solo en democracia es posible cuestionar una decisión del gobierno. Solo en democracia se puede perfeccionar la agenda del Estado y defender los principios del régimen. Y que, en contrapartida, bajo la autocracia, el gobierno, el Estado y el régimen, se fusionan en pocas manos. La contraposición entre el pluralismo de las narrativas que habilita la libertad del pensar académico versus el control vertical e inapelable de los autoritarismos debería estar en el centro de las discusiones sobre el Sur Global y el surglobalismo. En especial, en un contexto internacional tan volátil como en el que nos desenvolvemos hoy.
*Texto publicado originalmente en Diálogo Político
Los regímenes autocráticos que cuestionan y proscriben la incidencia de los actores no gubernamentales y los pequeños países en la política doméstica e internacional son un freno a la aspiración democrática de nuestras sociedades. También los gobiernos populistas. Estos, llegando al poder dentro de reglas de juego democráticas, relativizan en sus narrativas de política exterior el respeto a los principios republicanos y a los derechos humanos. Las narrativas surglobalistas, en temas como la invasión a Ucrania, la reticencia al relanzamiento de los vínculos con la Unión Europea, el reforzamiento de los nexos políticos —no meramente económicos— con China, son un cuestionamiento de los principios e instituciones del orden liberal.
Un segmento de la academia regional tiene gran responsabilidad en los posicionamientos vertidos para abonar a semejante debate. Véanse a modo de ejemplo obras recientes como El tangram de China (2023), la cual invita a la «relativización de la democracia» (p. 129). El incrementalismo dialéctico: un caso de in-novación en Hengqin (China) (2020), la cual utiliza el concepto «democracia pluralista» para definir el régimen chino y contraponerlo a las democracias occidentales (p. 323).
O también, Una mirada desde América Latina, sobre la organización política en la República Popular China (2022), la cual desde el resumen declara que busca «comprender el modelo democrático chino» para luego argumentar que «los derechos humanos en China son los colectivos y no los individuales liberales» (p. 240). Otros autores latinoamericanos arguyen que en China existe otro tipo de democracia diferente a la liberal, que incluso podría implementarse en nuestra región. Igual sucede con otros posicionamientos sobre Rusia, Irán o Cuba, escritos en una pespectiva que cuestiona —sin ánimo de perfeccionamiento— los fundamentos mismos del orden democrático liberal.
Pluralismo
La mirada surglobalista parece olvidarse que solo en democracia es posible cuestionar una decisión del gobierno. Solo en democracia se puede perfeccionar la agenda del Estado y defender los principios del régimen. Y que, en contrapartida, bajo la autocracia, el gobierno, el Estado y el régimen, se fusionan en pocas manos. La contraposición entre el pluralismo de las narrativas que habilita la libertad del pensar académico versus el control vertical e inapelable de los autoritarismos debería estar en el centro de las discusiones sobre el Sur Global y el surglobalismo. En especial, en un contexto internacional tan volátil como en el que nos desenvolvemos hoy.
*Texto publicado originalmente en Diálogo Político