Biden lo entiende muy bien: Netanyahu (una vez más) busca una confrontación con la administración por sus necesidades políticas
En Washington se reconoce que el Primer Ministro espera responsabilizar a Estados Unidos por no haber eliminado al Hamás y arrastrarlo a una guerra regional. Aunque el Presidente ama a Israel, sus palabras demuestran que no cree en la palabra de Netanyahu.
El presidente estadounidense, Joe Biden, tiene una cualidad extraña: habla en serio. Cuando dijo “Vladimir Putin es un criminal de guerra”, lo dijo en serio. Cuando dijo “Estados Unidos defenderá a Taiwán”, lo dijo en serio. Cuando dijo que estaba “comprometido con la seguridad de Israel”, lo decía en serio. Por eso, cuando dice: “No estoy de acuerdo con las palabras de Netanyahu”, lo dice en serio. Cuando dice que “la audiencia global puede darse vuelta” no sólo lo dice en serio, sino que deja claro que causa daño político a Estados Unidos y daño político a él mismo.
Cuando los israelíes intentan comprender el significado de las palabras de Biden, hay una ecuación que debe quedar clara: Biden ama a Israel, pero no ama a Benjamín Netanyahu. Biden cree en Israel, pero no cree en Benjamín Netanyahu. Biden ve a Israel como un aliado de Estados Unidos, pero no ve a Benjamín Netanyahu como un aliado. Quien lo entiende muy bien es el propio Netanyahu, que convertirá las declaraciones de Biden en una prueba de que un presidente americano está intentando provocar su derrocamiento mientras él, con heroísmo supremo, dirige a Israel en tiempos de guerra.
Biden no sólo piensa que “Netanyahu debería cambiar de gobierno”, como lo dijo, sino que está seguro de que hubiera sido mejor si Netanyahu no hubiera sido primer ministro. Y, dicho sea de paso, cuando Biden dice “Lo amo”, el lector israelí debería traducirlo como el equivalente estadounidense de “mi hermano”, o “alma”, etc. se trata de un cariño sin sentido dicho sin ninguna intención o compromiso.
Pero la historia del significado de las declaraciones de Biden sobre Netanyahu no se resume en lo que acaba de decir, que es en sí mismo grave, sino en lo que no dijo. No dijo dos cosas que han calado profundamente en él y en quienes lo rodean desde hace varias semanas: Netanyahu está buscando con fuerza una confrontación con la administración por dos cuestiones: en primer lugar, por la forma y dirección de la gestión de la guerra y por la política de seguridad en Gaza, lo que se llama “el día después”; Y en segundo lugar, Estados Unidos estima que Netanyahu espera y quizás alienta activamente una escalada —a través de los hutíes o de Hezbolá— que arrastrará a Estados Unidos a la guerra.
En ambos casos el motivo es político y de supervivencia. En el primero, Netanyahu espera culpar a Estados Unidos por impedirle una victoria histórica que cambiará la realidad. En el segundo, espera dar forma a una nueva conciencia y narrativa: un fracaso colosal el 7 de octubre que se convirtió en un logro estratégico si Estados Unidos ataca a Irán. Que esto suceda o no no es importante, pero lo que es importante para Netanyahu en este momento es distanciarse del 7 de octubre. Su versión de los hechos será, y ya es, que las FDI y el Shin Bet lo engañaron y le fallaron, pero qué milagro: recobró el sentido y, como líder histórico y épico de la segunda guerra de liberación, tal como la llama, estuvo al borde de un cambio geopolítico tectónico, hasta que Biden lo detuvo.
Las declaraciones en sí son importantes por su carácter público. Cosas similares dijo Biden en eventos internos o políticos de las últimas semanas. Biden no sólo “no está de acuerdo ni con una palabra que dice Netanyahu”, sino que tampoco cree ni en una palabra que dice Netanyahu. Biden está convencido de que Netanyahu enfrenta una confrontación, que es importante para él parecerse a Rambo enfrentando las presiones estadounidenses, esto se debe a que Biden está convencido de que Netanyahu está llevando a cabo una campaña política y tratando de reescribir la historia.
Ayer, por ejemplo, Netanyahu entró en un análisis histórico de las relaciones entre Israel y Estados Unidos. David Ben-Gurion, dijo Netanyahu, fue un gran líder, pero en el momento de la verdad “cedió a la presión estadounidense” (refiriéndose al cumplimiento de Ben-Gurion (con la exigencia del presidente Dwight Eisenhower de retirarse de la península del Sinaí en 1956-1957 después de la Operación Kadesh). Un primer ministro que no puede soportar la presión estadounidense, añadió Netanyahu, “no debería acercarse a la oficina del primer ministro”.
Netanyahu, un héroe mítico a sus propios ojos que vuela como un fénix en el cielo de la historia judía, tuerce y dobla la historia según sus necesidades, como de costumbre. No hay comparación entre 1957 y 2023 en términos de las circunstancias geopolíticas y especialmente las circunstancias de la relación de dependencia de Israel con los EE.UU. En 1957, las relaciones eran frías y distantes. La única similitud es que en la década de 1950 los primeros ministros de Israel no eran invitado a la Casa Blanca, y Netanyahu tampoco desde que formó su gobierno en 2022.
Biden conoce bien la historia. Cuando dice “Conozco a Netanyahu desde hace 51 años” no es una prueba de amor que ha resistido la prueba del tiempo, sino que recuerda que Netanyahu le mintió a Bill Clinton, le mintió a Barack Obama, le mintió a Donald Trump y sí, le mintió a Joe Biden desde que era vicepresidente y visitó Israel en 2010.
Desde un punto de vista político, las declaraciones de Biden tienen mucho significado: es una indicación de que se ha abierto una brecha real entre Estados Unidos e Israel en actitudes y políticas, y que la paciencia de Washington se está acabando.
El presidente estadounidense, Joe Biden, tiene una cualidad extraña: habla en serio. Cuando dijo “Vladimir Putin es un criminal de guerra”, lo dijo en serio. Cuando dijo “Estados Unidos defenderá a Taiwán”, lo dijo en serio. Cuando dijo que estaba “comprometido con la seguridad de Israel”, lo decía en serio. Por eso, cuando dice: “No estoy de acuerdo con las palabras de Netanyahu”, lo dice en serio. Cuando dice que “la audiencia global puede darse vuelta” no sólo lo dice en serio, sino que deja claro que causa daño político a Estados Unidos y daño político a él mismo.
Cuando los israelíes intentan comprender el significado de las palabras de Biden, hay una ecuación que debe quedar clara: Biden ama a Israel, pero no ama a Benjamín Netanyahu. Biden cree en Israel, pero no cree en Benjamín Netanyahu. Biden ve a Israel como un aliado de Estados Unidos, pero no ve a Benjamín Netanyahu como un aliado. Quien lo entiende muy bien es el propio Netanyahu, que convertirá las declaraciones de Biden en una prueba de que un presidente americano está intentando provocar su derrocamiento mientras él, con heroísmo supremo, dirige a Israel en tiempos de guerra.
Biden no sólo piensa que “Netanyahu debería cambiar de gobierno”, como lo dijo, sino que está seguro de que hubiera sido mejor si Netanyahu no hubiera sido primer ministro. Y, dicho sea de paso, cuando Biden dice “Lo amo”, el lector israelí debería traducirlo como el equivalente estadounidense de “mi hermano”, o “alma”, etc. se trata de un cariño sin sentido dicho sin ninguna intención o compromiso.
Pero la historia del significado de las declaraciones de Biden sobre Netanyahu no se resume en lo que acaba de decir, que es en sí mismo grave, sino en lo que no dijo. No dijo dos cosas que han calado profundamente en él y en quienes lo rodean desde hace varias semanas: Netanyahu está buscando con fuerza una confrontación con la administración por dos cuestiones: en primer lugar, por la forma y dirección de la gestión de la guerra y por la política de seguridad en Gaza, lo que se llama “el día después”; Y en segundo lugar, Estados Unidos estima que Netanyahu espera y quizás alienta activamente una escalada —a través de los hutíes o de Hezbolá— que arrastrará a Estados Unidos a la guerra.
En ambos casos el motivo es político y de supervivencia. En el primero, Netanyahu espera culpar a Estados Unidos por impedirle una victoria histórica que cambiará la realidad. En el segundo, espera dar forma a una nueva conciencia y narrativa: un fracaso colosal el 7 de octubre que se convirtió en un logro estratégico si Estados Unidos ataca a Irán. Que esto suceda o no no es importante, pero lo que es importante para Netanyahu en este momento es distanciarse del 7 de octubre. Su versión de los hechos será, y ya es, que las FDI y el Shin Bet lo engañaron y le fallaron, pero qué milagro: recobró el sentido y, como líder histórico y épico de la segunda guerra de liberación, tal como la llama, estuvo al borde de un cambio geopolítico tectónico, hasta que Biden lo detuvo.
Las declaraciones en sí son importantes por su carácter público. Cosas similares dijo Biden en eventos internos o políticos de las últimas semanas. Biden no sólo “no está de acuerdo ni con una palabra que dice Netanyahu”, sino que tampoco cree ni en una palabra que dice Netanyahu. Biden está convencido de que Netanyahu enfrenta una confrontación, que es importante para él parecerse a Rambo enfrentando las presiones estadounidenses, esto se debe a que Biden está convencido de que Netanyahu está llevando a cabo una campaña política y tratando de reescribir la historia.
Ayer, por ejemplo, Netanyahu entró en un análisis histórico de las relaciones entre Israel y Estados Unidos. David Ben-Gurion, dijo Netanyahu, fue un gran líder, pero en el momento de la verdad “cedió a la presión estadounidense” (refiriéndose al cumplimiento de Ben-Gurion (con la exigencia del presidente Dwight Eisenhower de retirarse de la península del Sinaí en 1956-1957 después de la Operación Kadesh). Un primer ministro que no puede soportar la presión estadounidense, añadió Netanyahu, “no debería acercarse a la oficina del primer ministro”.
Netanyahu, un héroe mítico a sus propios ojos que vuela como un fénix en el cielo de la historia judía, tuerce y dobla la historia según sus necesidades, como de costumbre. No hay comparación entre 1957 y 2023 en términos de las circunstancias geopolíticas y especialmente las circunstancias de la relación de dependencia de Israel con los EE.UU. En 1957, las relaciones eran frías y distantes. La única similitud es que en la década de 1950 los primeros ministros de Israel no eran invitado a la Casa Blanca, y Netanyahu tampoco desde que formó su gobierno en 2022.
Biden conoce bien la historia. Cuando dice “Conozco a Netanyahu desde hace 51 años” no es una prueba de amor que ha resistido la prueba del tiempo, sino que recuerda que Netanyahu le mintió a Bill Clinton, le mintió a Barack Obama, le mintió a Donald Trump y sí, le mintió a Joe Biden desde que era vicepresidente y visitó Israel en 2010.
Desde un punto de vista político, las declaraciones de Biden tienen mucho significado: es una indicación de que se ha abierto una brecha real entre Estados Unidos e Israel en actitudes y políticas, y que la paciencia de Washington se está acabando.
Alon Pinkas 06:00, 13 de diciembre de 2023
Traducción de Oded Balaban balaban@research.haifa.ac.il