1. El mejor de los mundos posibles
Convengamos en que el que viene
no será el mejor de los mundos posibles.
Digamos mejor, no sabemos como es,
ni donde debe estar, o ser,
el mejor de todos los mundos posibles.
Puede ser también, digo, que ese mundo
solo sea una réplica positiva de todo
lo que oscurece tu vida, en tu vida:
una luz diurna en medio de la oscuridad.
Aunque hay también para quienes
el mejor de los mundos posibles
yace en un tiempo ignoto,
más allá del aquí, en un lugar imaginario,
en un país de maravillas sin alicias.
Son pocos los que saben que ese mundo,
el mejor de los mundos posibles,
no existe fuera de ti, sino muy dentro de ti,
latiendo desde tu infancia, o antes aún,
continuando en tu nunca pensado vacío,
en abismos sin fin, en esa nada sin atenuantes
a la que nadie, o pocos, se atreven a mirar
con el lente nublado de sus propios ojos.
2. De lo que somos, eso somos
Lo vivido, lo recordado
lo que no se quiso ir,
lo que quedó, fue el amor, dicen
pero el odio también, dicen
De esas cosas vivo, cuando llega la tarde.
De esas cosas que pudieron ser y no fueron,
me suelo repetir, pues todo está ahí
desordenado: como en un cajón de sastre.
Casi todas esas cosas fueron del tiempo opositor
Del de las naranjas, de las uvas, de las monas.
No suelo recordar grandes debacles,
aunque existen todavía y están ahí.
Y la más grande de todas me espera con sus ojos de loca.
Lo que se fue no vuelve, dicen.
Yo también seré un novuelve, o quizás no,
y sabe dios si me iré a otra luz madre
a una de esas que hacen crecer hijos
de la luz bajo sus sombras sin luz.
De este mundo casi nadie quiere irse, dicen.
Y no porque la vida sea demasiado bella.
Es que de lo que somos, eso somos.