Aviv Kutz, de 54 años, habitante del kibutz Kfar Aza, es amigo de infancia de un íntimo amigo mío. Aviv y su esposa Livnat, de 49 años, y sus tres hijos, Rotem (19), Yonatan (17) y Yiftach (15) llevan años viviendo en Kfar Aza. Aunque la familia Kutz ya había sufrido en su kibutz muchos ataques de Hamás con cohetes y fuego de mortero, padres e hijos continuaban teniendo esperanza en la paz. Todos los años, la familia Kutz organizaba una fiesta con lanzamiento de cometas, con la que pretendía crear un pequeño espacio de paz en una zona de guerra. Llamativas cometas, algunas con mensajes de paz, se lanzaban al cielo cerca de la verja fronteriza con Gaza. La hermana de Livnat, Adi Levy Salma, que participó en la fiesta en años anteriores, decía que “la idea es volar las cometas cerca de la verja, para demostrarle a Gaza que solo queremos vivir en paz”. La fiesta de las cometas de este año debía tener lugar el sábado 7 de octubre. “Fiesta de las cometas 2023″, decía la invitación, “nos vemos a las cuatro de la tarde en el campo de fútbol para decorar el cielo”. Pocas horas antes del inicio de la fiesta, terroristas de Hamás invadieron y ocuparon el kibutz. Fueron casa por casa, torturando, matando y secuestrando sistemáticamente a decenas de personas. Los cinco miembros de la familia Kutz fueron asesinados.
Uno se queda atónito ante tales atrocidades. ¿Por qué actúan así los seres humanos? ¿Qué esperaba conseguir Hamás? Su objetivo no era ocupar territorio y conservarlo en su poder. No tenía capacidad militar para mantenerse durante mucho tiempo en el kibutz frente al ejército israelí. Tres cosas hay que señalar para comprender los objetivos de Hamás. Primera, centró su ataque en el asesinato y secuestro de civiles, no de soldados. Segunda, los terroristas torturaron y ejecutaron a adultos, niños e incluso bebés de la forma más truculenta que se les pudo imaginar. Tercera, en lugar de intentar ocultar las atrocidades, Hamás se aseguró de que se difundieran, llegando incluso a filmar algunas de ellas para colgar esos espantosos vídeos en las redes sociales.
Esta es la definición misma del terrorismo, y ya habíamos visto cosas así con el ISIS. Al contrario que las operaciones bélicas convencionales, que generalmente pretenden ocupar territorios o reducir las capacidades militares, el terrorismo es una forma de guerra psicológica que aspira a aterrorizar. Al matar a cientos de personas con métodos espantosos y publicitarlo, organizaciones como el ISIS y Hamás tratan de aterrorizar a millones de personas. Además de difundir el terror, Hamás también pretende sembrar el odio en millones de personas del mundo, no solo en israelíes y palestinos.
Hamás no es como la OLP, otra organización palestina, y no debería equipararse al conjunto del pueblo palestino con Hamás. Desde su fundación, Hamás se ha negado tajantemente a reconocer el derecho de Israel a existir, y ha hecho todo lo que ha podido para desbaratar cualquier posibilidad de paz entre israelíes y palestinos, y entre Israel y el mundo árabe. El antecedente inmediato del actual ciclo de violencia reside en los tratados de paz firmados entre Israel y varios Estados del Golfo, y el esperado tratado de paz entre Israel y Arabia Saudí. Se esperaba que este no solo normalizara las relaciones entre Israel y gran parte del mundo árabe, sino que, en cierto modo, también aliviara el sufrimiento de millones de palestinos que viven bajo la ocupación israelí, y que volviera a poner en marcha el proceso de paz entre israelíes y palestinos. Nada puede alarmar más a Hamás que la posibilidad de que haya paz. Por eso lanzó su ataque, y por eso asesinó a la familia Kutz y a más de mil civiles israelíes. Lo que ha cometido Hamás es un crimen contra la humanidad en el más profundo sentido del término. Un crimen contra la humanidad no solo consiste en matar a seres humanos. También pretende destruir nuestra confianza en la humanidad. Cuando se asiste a cosas como la tortura y ejecución de unos padres delante de sus hijos, o al brutal asesinato de los más pequeños, se pierde cualquier confianza en el ser humano. Con lo que también nos arriesgamos a perder nuestra propia humanidad.
Los crímenes de Hamás no pueden justificarse echándole la culpa al comportamiento pasado de Israel. La suma de dos injusticias no conduce a la justicia. Mucho se puede criticar a Israel por haber sometido durante décadas a millones de palestinos a un régimen de ocupación, y por abandonar en los últimos años cualquier intento serio de alcanzar la paz con el pueblo palestino. Sin embargo, el asesinato de la familia Kutz y las muchas otras atrocidades cometidas por Hamás no pretendían reactivar el proceso de paz, ni probablemente liberen a un solo palestino de la ocupación israelí. Más bien, la guerra iniciada por Hamás causa un inmenso sufrimiento a millones de palestinos. Llevado por su fanatismo religioso, a Hamás parece que no le importa el sufrimiento humano, ni de los israelíes ni de los palestinos. En contra de lo que ocurre en la OLP, una organización laica, parece que lo que más interesa a los líderes y militantes de Hamás son sus fantasías sobre la vida en el otro mundo. Están dispuestos a arrojar este mundo a las llamas, y, de paso, a destruir nuestras almas, para que las suyas supuestamente disfruten de la felicidad eterna en la otra vida.
Debemos ganar esta guerra entre almas. En esta guerra contra Hamás, Israel tiene el deber de defender su territorio y a sus ciudadanos, pero también su humanidad. Nuestra guerra es contra Hamás, no contra el pueblo palestino. Los civiles palestinos se merecen disfrutar de paz y prosperidad en su patria, e incluso en medio del conflicto todas las partes deben respetar sus derechos humanos fundamentales. Esto no solo afecta a Israel; también a Egipto, que comparte frontera con la franja de Gaza, y que ha sellado parcialmente la frontera.
En cuanto a Hamás y sus partidarios, hay que excomulgarlos de la humanidad. No solo Israel, sino el conjunto de la comunidad humana debería considerar absolutamente intolerable el comportamiento de Hamás, al igual que antes lo hizo con el ISIS. Los ciudadanos israelíes no pueden vivir en lugares como Kfar Aza con Hamás al otro lado de la verja, del mismo modo que los de Irak y Siria no podían vivir con el ISIS a la puerta de casa. Decenas de miles de civiles israelíes ya han huido de las zonas fronterizas y no podrán regresar a sus casas hasta que se elimine esa amenaza. En un sentido más profundo, las vidas de todos los seres humanos se verán devaluadas y correrán peligro mientras se permita existir a organizaciones como Hamás y el ISIS.
Los objetivos de la guerra en Gaza deben quedar claros. Al final de la guerra, Hamás debería estar totalmente desarmada y la franja de Gaza quedar desmilitarizada, para que los civiles palestinos puedan vivir dignamente dentro de ella y los israelíes vivir sin miedo junto a la frontera. Hasta que esos objetivos no se alcancen, la lucha para mantener nuestra humanidad será difícil. En este momento, la mayoría de los israelíes es psicológicamente incapaz de empatizar con los palestinos. Nuestro propio dolor nos desborda y ni siquiera queda espacio para reconocer el dolor ajeno. Muchos de los que intentaron mantener esa paz, entre ellos la familia Kutz, están muertos o profundamente traumatizados. La mayoría de los palestinos se encuentra en una situación análoga: están demasiado invadidos por el dolor, no pueden ver el nuestro.
Pero, desde fuera, quienes no están invadidos por el dolor deberían hacer un esfuerzo para empatizar con todos los seres humanos que sufren, en lugar de limitarse a contemplar perezosamente una parte de la terrible realidad. Su labor es contribuir a mantener un espacio para la paz. Os encomendamos ese espacio de paz, porque ahora mismo nosotros no podemos mantenerlo. Cuidadlo bien, por nosotros, para que algún día, cuando el dolor comience a remitir, israelíes y palestinos podamos habitarlo.
Yuval Noah Harari es historiador y autor de Sapiens (Debate). Traducción de Jesús Cuéllar Menezo.