Título original: El gran momento democrático de Polonia es una buena noticia para toda Europa
Estar en Varsovia la noche del domingo pasado era vivir un insólito momento de alegría política. Los votantes jóvenes hacían cola hasta la madrugada para despedirse de los populistas nacionalistas y xenófobos que han estado arrastrando a su país hacia el pasado; para demostrar que, en contra de todo pronóstico, se pueden ganar hasta unas elecciones poco equitativas, y para virar el rumbo de Polonia hacia un futuro moderno y europeo. Los vecinos les traían bebidas calientes para ayudarlos a soportar el frío (si ya estabas en la cola a las nueve de la noche, cuando cerraban los colegios, se te permitía votar, pero algunas colas eran muy largas). Durante una entrevista concedida alrededor de la una de la madrugada del lunes, un joven de Wroclaw declaró que tenían que aguantar allí porque estas eran las elecciones más importantes desde 1989.
El día de los comicios, me acerqué a un colegio electoral de Varsovia con los mismos viejos amigos a los que acompañé a la histórica votación del 4 de junio de 1989. Encantados, todos fueron eligiendo un nombre de la larga lista de candidatos parlamentarios. Igualmente encantados, se negaron siquiera a coger la papeleta para el referéndum simultáneo que —con preguntas ridículamente sesgadas sobre cosas como un presunto “mecanismo de reubicación forzosa” para inmigrantes ilegales, supuestamente “impuesto por la burocracia europea”—, en realidad no era más que propaganda electoral del partido gobernante Ley y Justicia (PiS en sus siglas en polaco). Pero a mis amigos y a mí las expectativas nos tenían muy nerviosos.
Anna me dijo que, mientras que en 1989 la emoción predominante era la esperanza, ahora era el miedo. A su hija, que solo tenía siete años en 1989, le preocupaba lo que podía hacer el partido gobernante para emponzoñar a los jóvenes y echar a perder la educación de su propia hija, también de siete años. Pero entonces, ya desde las primeras encuestas a pie de urna, nuestra aprensión se convirtió en alivio y después en alegría.
Las elecciones de 1989, a pesar de ser parcialmente libres, abrieron la puerta a la democracia en Polonia. Estas, a pesar de ser poco equitativas en muchos sentidos, del que no es el menor la tosca y falaz propaganda que han venido suministrando todos los medios controlados por el Estado, deberían revertir la deriva hacia el tipo de autoritarismo electoral que practica Viktor Orbán en Hungría.
La participación, con una cifra récord del 74,2%, ha superado en más de un 10% la de 1989. En contra de la tendencia en todo el continente, las primeras estimaciones apuntan a que los menores de 29 años votaron mucho más que los mayores de 60. Parece que los polacos jóvenes han comprendido por fin que se jugaban su futuro. Al margen de lo que pase después, este ha sido un gran momento para la democracia. El pueblo ha hablado y ha dicho que quiere un Gobierno distinto.
Los partidos de la oposición democrática han obtenido una clara mayoría frente al PiS y su posible socio, el desaforado partido Confederación, que amenazaba con recoger una parte importante del voto juvenil.
¿Por qué ha ganado la oposición? Necesitaremos más tiempo para entenderlo del todo, y siempre queda una nube de glorioso misterio en torno a cómo y por qué millones de individuos deciden finalmente votar en un sentido y no en otro. Con todo, se puede apreciar que muchos votantes simplemente se han hartado del Gobierno tosco, falaz, corrupto, mezquino, retrógrado y oscurantista dirigido por Jaroslaw Kaczynski, de 74 años, una especie de encarnación humana de todos los resentimientos.
A algunos les alarmaron las advertencias de la oposición, que decía que el rumbo antieuropeísta del PiS podía acabar en una salida de Polonia de la UE (el peligro más inmediato era que se uniera a Orbán, la Italia de Giorgia Meloni y el populista eslovaco Robert Fico para llevar a la Unión todavía más a la derecha).
Además del incremento del voto juvenil, en estas elecciones, por primera vez en la historia, han votado más mujeres que hombres. Parece que en parte esto se debe a que han visto cómo un partido reaccionario y patriarcal imponía una de las leyes antiaborto más estrictas de Europa. En el extranjero se han registrado para votar unos 600.000 polacos, aunque su impacto real en el resultado será (injustamente) marginal.
Hay que reconocer el gran papel que ha desempeñado Donald Tusk, líder de la lista opositora más importante, Coalición Cívica, surgida principalmente de la Plataforma Cívica que él mismo fundó a comienzos de la década de 2000. Tengo que confesar que yo recelaba del regreso a la primera línea política de este expresidente del Consejo Europeo, de 66 años. En cierto modo, era como un Tony Blair que volviera a dirigir el Partido Laborista británico; y a Tusk, al igual que a Blair, hay mucha gente que no lo soporta. Pero ha logrado abrirse paso bajo un aluvión de ponzoñosos insultos, que lo acusaban de algo ridículo —ser el candidato de Alemania—, y esta victoria es en gran medida suya.
Llegué a Varsovia directamente desde Estambul, donde mis amigos demócratas y liberales están profundamente deprimidos después de que una oposición unida no lograra derrotar al presidente Recep Tayyip Erdogan en las elecciones celebradas este mismo año. En la primavera del año pasado asistí a la terrible derrota de la oposición unida húngara frente a Orbán. En Polonia, mis amigos y yo también instábamos a la oposición a unirse, algo que no hizo. Sin embargo, puede que, después de todo, el hecho de poder elegir entre tres listas —la Coalición Cívica de Tusk, Tercera Vía (que reúne a dos partidos bastante aceptables para los votantes católicos liberales) e Izquierda— acabara maximizando el voto opositor.
Esto solo acaba de comenzar. Un Kaczynski lleno de resentimiento aún puede guardar algunos sucios ases en la manga. El presidente Andrzej Duda le ofrecerá la primera oportunidad para formar Gobierno, así que quizá pasen unos meses antes de que el poder cambie por fin de manos. Una vez en el Gobierno, una coalición tan diversa puede ser difícil de gestionar (pensemos en Alemania).
Después llegará el enorme desafío de revertir la insidiosa toma del Estado por parte del PiS. Acabo de aprender una nueva palabra polaca: depisyzacja, es decir, “desPiSisación”, análoga a descomunistización. Pero sacar al PiS del Estado polaco será una ardua labor. Conllevará, entre otras cosas, devolver la independencia a la justicia, convertir los medios estatales en organismos de servicio realmente público, deshacer la profunda penetración política del funcionariado y las empresas estatales o reformular los límites de los distritos electorales para que reflejen los cambios demográficos. Todo esto mientras el presidente Duda seguirá teniendo amplia capacidad de veto.
Retomar la financiación de la UE será de ayuda, pero nadie sabe cómo están realmente las finanzas públicas polacas, y en Ucrania continúa la destrucción bélica.
El PiS sigue siendo el partido que más votos ha obtenido. En las grandes ciudades, casi la mitad de las papeletas han ido a parar a formaciones de oposición, y menos de un cuarto al PiS, pero en el campo ha sido justo lo contrario. Plataforma Cívica tiene que demostrar que ha aprendido de los errores cometidos en la década de 2000 y que respeta las preocupaciones de una Polonia más pobre y conservadora, católica, concentrada en pueblos de zonas rurales. Y la oposición necesita evitar la tentación de tomarse sin más la revancha, una tendencia que plasmó espléndidamente Andrzej Wajda en su versión cinematográfica de La venganza, clásica comedia del teatro polaco del siglo XIX, en la que dos hombres que comparten un castillo tratan mutua y furiosamente de desacreditarse.
Pero el mañana traerá su propio afán. Hoy, a primera hora, he notado que los presentadores del canal de televisión TVN, partidario de la oposición, apenas podían contener una sonrisa, y, francamente, yo tampoco. La pesadilla populista polaca está a punto de terminar y toda Europa se beneficiará de ello.
Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford e investigador sénior en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Su último libro es Homelands: A Personal History of Europe. Traducción de Jesús Cuéllar Menezo.