El ataque de Hamás a Israel en el marco de la invasión rusa a Ucrania: la reacción en cadena desatada por la impunidad y la fragilidad del sistema de seguridad mundial
Aunque el conflicto israelí-palestino es de larga data, el ataque de Hamás a Israel no debe ser interpretado como una escalada más en el conflicto, sino que debe ser puesto en el contexto de los apoyos y las nuevas alianzas internacionales que la guerra de Putin ha movilizado. El escenario criminal y el carácter genocida de la invasión rusa a Ucrania ha jugado un rol central como laboratorio de la impunidad; es decir, de cuán lejos se puede llegar sin que las violaciones a las leyes internacionales tengan consecuencias. Putin ha puesto a prueba el sistema de seguridad global y, lamentablemente, ha revelado su fragilidad. Con ello le ha dado luz verde a los gobiernos autoritarios para que sigan pisoteando la democracia y los derechos humanos, tanto al interior como hacia el exterior de sus fronteras territoriales. Una reacción en cadena que podemos rastrear a partir de la ola de golpes de Estado en el cinturón del Sahel en África, la agresión militar de Azerbaiyán contra los armenios de Nagorno-Karabaj y la reactivación del conflicto entre Serbia y Kosovo. De estos, desgraciadamente, aún queda mucho por ver.
En el caso del ataque de Hamás a Israel, no solo es importante tomar nota de la muy probable implicación de Irán, hoy aliado de Rusia, sino también del momento en el que ocurre. La guerra ya declarada por Netanyahu contra Gaza anuncia el fin de las conversaciones iniciadas entre Israel, Arabia Saudita, Turquía y la Autoridad Palestina promovidas por Estados Unidos con el objetivo de alcanzar acuerdos sobre la cuestión territorial. Si es cierto que por los efectos podemos inferir la intención, no queda la menor duda de que este nuevo foco de guerra juega en contra de las posibilidades de Estados Unidos para liderar acuerdos internacionales en favor de la estabilidad política a nivel mundial. Esto es algo que entra perfectamente en la agenda de Putin de desestabilizar políticamente a Occidente e incentivar el caos mediante la pretendida "multipolaridad". La maqueta de este nuevo orden mundial multipolar se está construyendo con órbitas autocráticas, despóticas e, incluso, totalitarias, cuyas dinámicas centrípetas se expanden ahora, a escala mundial, de manera centrífuga.
Para muchos de los que hemos estado estudiando el aspecto híbrido del nuevo paradigma de guerra (ciberataques, poder de influencia, desinformación, compañías privadas de mercenarios, injerencia en elecciones, etc.) no nos cabe la menor duda de que con la agresión rusa a Ucrania entramos a la Tercera Guerra Mundial. No se trata de una interpretación alarmista o catastrofista, sino de una conclusión que se desprende de haber tomado nota de que el modelo de guerra convencional (asimétrica) ha mutado hacia este otro modelo de guerra híbrida cuyos objetivos se logran, no solo mediante la intervención militar, sino sobre todo mediante el caos; una desestabilización política generalizada que desate focos de conflicto por todas partes. La impunidad de la que hasta el momento ha gozado Putin, el descrédito de la ONU (incapaz de aprobar resoluciones que contribuyan a restablecer el derecho internacional) y el estado maltrecho en el que ha quedado el derecho internacional con esta invasión criminal, seguirá envalentonando a los líderes políticos autoritarios para que manejen sus sentimientos de humillación recuperando los territorios que entiendan que les pertenecen, eliminando las poblaciones que entiendan que "no existen" o reteniendo el poder que entiendan que le han "robado". También, promoverá más candidaturas de líderes autocráticos en el mundo que volverán disfuncionales las instituciones democráticas. En Europa, el caso más reciente es el de Eslovaquia. El triunfo de Robert Fico en las legislativas se anuncia preocupante, pues se trata de un aliado de Viktor Orbán en Hungría. En Estados Unidos, la paralización de los trabajos de la Cámara Baja por parte de la minoría republicana radicalizada amenaza con paralizar también la respuesta a estas crisis mundiales desatadas por la guerra.
El caos permanente, así como los múltiples focos de guerra, es una estrategia antipolítica que solo favorece a los más fuertes. La tesis que sostengo es que, en la antipolítica, las ideologías no juegan sino un rol de pantalla. El denominador común de estas nuevas alianzas de la llamada multipolaridad es la destrucción -tanto de las condiciones materiales como simbólicas del lazo social y la comunidad política - en tanto vehículo para asegurar el poder. Un poder que, insisto, no es político, sino personal y antipolítico.
8 de octubre de 2023
Karen Entrialgo es catedrática en el Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad de Puerto Rico en Arecibo y miembro investigadora del Instituto Violencia y Complejidad.