La tercera guerra de Nagorno Karabaj ha acabado en menos de 48 horas, con la capitulación de los armenios ante la superioridad militar de Azerbaiyán y la pasividad tanto de Rusia como de la Unión Europea (UE) y Estados Unidos (EEUU). Aunque se trata de un conflicto local de larga data, desde 2020 se ha convertido en el espejo de la rivalidad entre Rusia y Turquía en la región y del declive de la influencia de Moscú en el espacio post soviético ahora acentuado por la guerra en Ucrania y el conflicto entre Rusia y Occidente.
La guerra local y rivalidad regional entre Rusia y Turquía
Los orígenes del conflicto de Nagorno Karabaj se remontan a la decisión de la Unión Soviética de incluir una región poblada por mayoría armenia en la República de Azerbaiyán. A finales de la década de los 80, los armenios comenzaron a exigir la transferencia de Nagorno Karabaj a Armenia, algo que Moscú nunca aceptó. El debilitamiento y el colapso final de la URSS facilitaron el comienzo de la primera guerra de Nagorno Karabaj entre 1988 y 1994, que terminó con una victoria armenia. La segunda guerra estalló en 2020, cuando las fuerzas azeríes recuperaron territorios previamente perdidos en Nagorno Karabaj y sus alrededores. En la primera guerra el papel de Rusia fue clave tanto en términos militares –apoyó decisivamente a Armenia– como en la posterior negociación del alto el fuego. Sin embargo, la segunda guerra puso de relieve el papel de Rusia como pirómano y bombero del conflicto, así como el creciente y decisivo apoyo de Turquía a Azerbaiyán.
En 2020, Bakú y Ereván gastaron el 5,4% y 4,9% de sus respectivos productos interiores brutos en la compra de armamento (el promedio global es del 2,4%). Rusia es el proveedor de armas dominante para ambas partes, (seguido por EEUU para los dos actores y Turquía que abastece sólo a Bakú) y el principal proveedor de fuerzas de mantenimiento de la paz para la región. Moscú tiene una base militar en Armenia, un país miembro de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva dirigida por Rusia, pero Azerbaiyán es un importante mercado para las exportaciones de armas rusas.
En la segunda guerra de Nagorno Karabaj, la victoria azerí se debió principalmente a Turquía que, desde el inicio del conflicto en los años 80, ha apoyado a Azerbaiyán con quien comparte estrechos lazos étnicos, culturales y económicos. Los líderes turcos describen la relación entre Turquía y Azerbaiyán como de “una nación, dos Estados”. Entre 2019 y 2020, Turquía ha vendido a Azerbaiyán una amplia gama de armas, incluidos vehículos aéreos no tripulados, misiles y equipos de guerra electrónica, pero sobre todo los drones TB-2 (Turkish Bayraktar – . Además, Turquía también ofreció a Azerbaiyán un fuerte apoyo político. Erdoğan declaró que Turquía “se mantendría al lado de nuestro amigo y hermano Azerbaiyán” y exigió que Armenia devolviera inmediatamente su “territorio ocupado”.
Sin duda, el fuerte apoyo turco que se visibilizó en 2020 (pero que data de los 90) ha alentado a Bakú a tomar una línea intransigente y se ha resistido a las llamadas a un alto el fuego hechas por la UE y EEUU para que mantenga alguna versión del statu quo previo, lo que causó en gran parte la tercera guerra de Nagorno Karabaj. Según el gobierno de Bakú, la “operación antiterrorista” tiene como objetivo neutralizar los “grupos armados armenios ilegales” involucrados en acciones de sabotaje contra el gobierno y disolver el propio “régimen ilegal. La operación militar fue precedida por un bloqueo azerbaiyano de casi 10 meses de duración, en el que cerraron el Corredor Lachin, a través del cual los armenios de Karabaj habían estado recibiendo alimentos, medicinas y suministros de combustible de Ereván.
La justificación inverosímil de la operación antiterrorista de Bakú sugiere que Azerbaiyán, apoyado por Turquía, ha visto una oportunidad de devolver el territorio que se le regaló durante la época soviética y que los armenios habían recuperado durante la primera guerra de Nagorno Karabaj. Turquía, que ya en 2020 desafió de manera más abierta la influencia rusa en el espacio post soviético (precedido por los Libia y Siria, donde los dos países respaldan a los contendientes opuestos en los conflictos), ha visto una excelente oportunidad para demostrar que Moscú, enfocada en la guerra en Ucrania, ha perdido el estatus del mediador más importante entre armenios y azeríes.
La rivalidad entre Turquía y Rusia data del siglo XVII, cuando ambos países lideraban sus respectivos imperios. Sin embargo, la situación actual en Nagorno Karabaj va más allá de la competición de dos enemigos íntimos. El conflicto tiene el potencial suficiente como para causar inestabilidad en la región, particularmente en Irán, donde viven entre 15 y 19 millones de azeríes, en comparación con los 10 millones que viven en Azerbaiyán. Teherán quiere evitar cualquier posible derrama que alimente las demandas de los azeríes iraníes de autonomía dentro de Irán o de acercamiento con Azerbaiyán. Teherán también está preocupado por la ambición de Bakú de construir un corredor de transporte terrestre en Armenia que conectaría el territorio continental de Azerbaiyán con el enclave sin salida al mar de Najicheván, lo que cortaría el acceso directo de Irán a Ereván. Por lo tanto, aunque oficialmente Irán tiene una posición de neutralidad, se inclina a favor de Armenia. La inclinación de Irán hacia Armenia explica en parte porqué Israel, el archirrival de Irán en la región, respalda a Azerbaiyán, estableciéndose como uno de los proveedores clave de armas a Bakú.
La guerra local y las rivalidades globales
La tercera guerra de Karabaj refleja cómo la participación internacional, y especialmente occidental, en este conflicto, ha fracasado. Tanto Turquía como Rusia han tratado con ahínco de eludir el Grupo Minsk de la OSCE (compuesto por Francia, Rusia y EE.UU.) que se estableció en la década de 1990 “para encontrar una solución pacífica al conflicto de Nagorno Karabaj”.
Desde la invasión rusa de Ucrania, Moscú ha ido perdiendo la credibilidad de una potencia pacífica entre los países del espacio post soviético. Las democracias liberales han intentado contener a Rusia militar, económica y políticamente. Una parte importante de esta contención es debilitar a Rusia en la región y aumentar la influencia del Occidente. La desgracia de Armenia y de los armenios de Nagorno Karabaj, que ahora reclaman una mayor autonomía y el respeto de los derechos humanos, y de las minorías por parte de Bakú, y que desde el comienzo de la invasión rusa de Ucrania han comenzado a estrechar sus lazos con la UE y EEUU, es que se han quedado en medio de un juego entre las grandes potencias, en el cual ninguna de ellas los protege ante el riesgo de una guerra mayor. El vacío del poder dejado por Rusia no ha sido ocupado por ningún actor occidental, por lo que lo más probable es que Turquía tenga cada vez un papel más relevante.
Los líderes políticos europeos y estadounidenses han condenado la beligerancia de Azerbaiyán, pero la UE necesita a este país para continuar con la diversificación de proveedores de los hidrocarburos en el contexto de la guerra en Ucrania. Además, los recientes enfrentamientos constituyen un revés para el esfuerzo liderado por la UE que en enero de 2023 impulsó la denominada Comunidad Política Europea, una iniciativa francesa que busca contribuir a la estabilidad en las zonas fronterizas y que tiene por objetivo declarado “construir la confianza sobre el terreno” y “asegurar un entorno propicio para los esfuerzos de normalización” en Nagorno Karabaj.
La capitulación de los armenios es la prueba de la perdida de la influencia de Rusia en la región, el auge de la “reimperialización” de Turquía, pero, si algo han demostrado los últimos 30 años de este conflicto es que ni la guerra ni la paz son definitivos.
Mira Milosevich-Juaristi es investigadora principal para Rusia, Eurasia y los Balcanes del Real Instituto Elcano, profesora asociada de The Foreign Policy of Russia en School of Global and Public Affairs de IE University.