En lugar de marcar el comienzo de la "paz perpetua" que los europeos habían anticipado, el final de la Guerra Fría dio lugar a un mundo multipolar marcado por la creciente rivalidad entre Estados Unidos y China. Para sobrevivir y afirmar su influencia en el escenario global, los países europeos deben reforzar sus capacidades de disuasión militar.
BERLÍN – La invasión de Ucrania por el presidente ruso Vladimir Putin ha sumido a Europa de nuevo en los capítulos más oscuros de su historia. Una vez más, el continente se enfrenta al espectro de su aflicción más terrible: una guerra de conquista a gran escala.
Después de décadas de relativa paz y estabilidad, la perspectiva de que las fronteras europeas sean redibujadas por la fuerza y los estados soberanos sean aniquilados de repente se ha vuelto palpable. Dado que Rusia ha elegido la agresión en lugar de la colaboración pacífica, es cada vez más evidente que los ucranianos están luchando por la libertad de Europa, así como por la suya propia.
La historia tiene una manera de corregir malentendidos y delirios. Después de la caída del Muro de Berlín en 1989, anunciando el final de la Guerra Fría, un nuevo sentido de optimismo animó a Europa. La Puerta de Brandenburgo se reabrió, el Ejército Rojo se retiró de los países del Pacto de Varsovia y la Unión Soviética se desintegró. El "fin de la historia" estaba cerca, y la visión utópica de Immanuel Kant de "paz perpetua" parecía estar al alcance.
Los europeos, especialmente los alemanes, animados por la euforia posterior a la reunificación, se aferraron a esta ilusión hasta hace muy poco. Por desgracia, las cosas resultaron diferentes. En lugar de lograr una paz perpetua, el colapso del orden bipolar de la Guerra Fría dio lugar a un mundo multipolar dominado por varias potencias continentales y subcontinentales y marcado por la creciente rivalidad entre las dos superpotencias del siglo XXI: Estados Unidos y China.
Desde que llegó al poder en 1999, Putin ha tratado de revertir el resultado de la Guerra Fría y restaurar el estatus de Rusia como superpotencia, principalmente a través de medios militares. Con este fin, la Rusia de Putin ha dado la espalda al consenso europeo posterior a 1989 e intentó volver a las normas de una época pasada.
El realineamiento geopolítico en las últimas dos décadas ha coincidido con la revolución digital. Mientras que Estados Unidos y China encabezan un cambio tecnológico radical, Europa se queda muy atrás. Dadas sus vulnerabilidades geopolíticas, económicas y de seguridad, las perspectivas para Europa ya parecían sombrías antes de enfrentar la renovada amenaza de guerra en su territorio.
Dada la amenaza planteada por las ambiciones expansionistas de Rusia, los países europeos deben trabajar hacia una mayor unidad política y militar. Sin embargo, a pesar de las lecciones de dos guerras mundiales y una guerra fría de decenios, la verdadera unificación europea y la soberanía compartida siguen siendo difíciles de alcanzar, debido a la diversidad lingüística y cultural del continente. A medida que la agresión militar de Putin continúa en Ucrania, la atracción de la identidad nacional en Europa evidentemente supera el temor a las amenazas externas, ya sea de Rusia o del renovado aislacionismo estadounidense y la mayor rivalidad con China si Donald Trump regresa a la Casa Blanca después de las elecciones presidenciales del próximo año.
Sin embargo, hasta que no logre una verdadera unificación, Europa no podrá recuperar su condición de gran potencia en el mundo multipolar del siglo XXI. En un panorama global dominado por superpotencias, Europa corre el riesgo de seguir dependiendo de su alianza con los Estados Unidos, posicionándose como un socio menor subordinado en lugar de una entidad genuinamente soberana.
Pero la pregunta sigue siendo: ¿Europa sigue teniendo la confianza necesaria para desempeñar un papel destacado en la escena mundial? Para estar a la altura de las circunstancias, los países europeos deben superar obstáculos significativos y reforzar sus capacidades políticas y militares. La guerra de Putin en Ucrania marca un momento decisivo para el orden global siempre cambiante de este siglo y para la posición de Europa dentro de él.
Dados los riesgos planteados por otra presidencia de Trump y el cambio de enfoque geopolítico de Estados Unidos hacia el Pacífico, los responsables políticos europeos deben tomar medidas para garantizar la supervivencia de Europa, incluso si Estados Unidos ya no puede o no está dispuesto a servir como escudo del continente. De lo contrario, los europeos podrían encontrarse viviendo perpetuamente bajo la amenaza de la agresión rusa, doblegándose a todos los caprichos del Kremlin.
Para mitigar este riesgo, el objetivo principal de Europa debería ser reforzar sus capacidades de disuasión militar en tierra, mar y aire. Dada la experiencia de Ucrania, esta tarea debe tener prioridad sobre la consolidación de las finanzas públicas o la introducción de nuevos programas sociales. Las medidas internas, por muy deseables que sean, tendrían que esperar.
La seguridad es solo uno de los tres desafíos estructurales monumentales a los que se enfrenta Europa actualmente. Además del resurgimiento de las tensiones geopolíticas y el regreso de la guerra al continente, Europa debe adaptarse al cambio acelerado hacia la inteligencia artificial y la transición a la energía limpia. Abordar estos desafíos requiere medidas audaces y transformadoras que remodelen fundamentalmente nuestro mundo.
Europa, con su heterogeneidad interna, a menudo no ha querido o no ha podido participar en políticas de poder. Pero este momento ofrece una oportunidad inesperada e incomparable para desempeñar un papel global influyente. El particularismo nacional es un lujo que Europa ya no puede permitirse. (Project Syndicate)