Francisco Larios - LAS FIESTAS PATRIAS Y EL HIMNO QUE CANTAN LOS ESCOLARES





14 de Septiembre, 15 de Septiembre. La segunda es fiesta nacional de Independencia desde México hasta Costa Rica. La primera es fiesta nacional de liberación en Nicaragua. Se celebra por fíat estatal, con asueto para quienes pueden tomarlo sin dejar de recibir salario, mientras niños y adolescentes escolares marchan, haya sol o esté nublado, detrás de bandas de guerra que rompen el viento con tubas, trombones, tambores y bombos, perforado apenas el estruendo por pulsares delicados en las liras. No tardan mucho en infiltrar mis cavilaciones los versos de Juan Gelman:

“Nadie vive en el himno que
cantan los escolares y
la gloria que pasó, ya lejos,
inmóvil.
El Poder abre abismos en
el sonido de cada uno, único.”

El Poder crea la narrativa que lo sostiene, borra la memoria que lo incrimina. La borra, dirá el mismo Gelman en otra ocasión, con su antónimo, que no es el olvido, sino la mentira. A mí se me figura que no puede haber un vacío donde hubo verdad, por lo cual el Poder, al extirparla, necesita rellenar con la mentira el cráter que deja su crimen.

Por eso hoy, cuando el Poder (la Presidencia usurpada y las élites que le disputan el trono, pero se resisten a abolirlo) abre abismos al sonido de la libertad y entona los himnos vacíos donde nadie vive, es momento de enfrentarlos donde más les duele, en el terreno de la verdad. La Patria existe. El ser humano necesita Patria, que es Matria, sea esta la más pequeña provincia o ––soñamos que un día así sea–– el pequeño punto azul que todos compartimos en el vasto universo. La Patria existe, y no se pierde, aunque el país sea usurpado. Y cuando esto ocurre, solo la verdad puede ayudarnos a recuperarlo para todos.

Hablemos entonces de verdades que el Poder de las élites postcoloniales lanzó al abismo. Nos servirá para entender su actual comportamiento, su borrar continuo del rastro de nuestros pies ensangrentados; no hay que olvidar que las actuales élites son descendientes, por herencia de mando, y en muchos casos genealógica, de las que dieron origen a los eventos que se conmemoran en Septiembre. Conocer y divulgar la verdad sobre estos, y sobre ellas, es tarea esencial para destruir el sistema de poder que crea dictaduras, liberar a nuestra tierra Madre, y abolir el cautiverio de sus hijos. Que 14 y 15 de Septiembre no sean, esta vez, y de aquí en adelante, cantos vacíos, sino espacios donde florezca la conciencia y crezcan sus raíces en el humus de la verdad.

Señalaré, con tal intención, algunos hechos, y la aparente continuidad de su espíritu hasta el presente. Expongo esto a la vista de quienes quieran ver. Lo entrego a la razón de quienes quieran enfrentar la verdad con integridad, en el silencio donde mueren las falsas justificaciones.

Empecemos por la proclama de Independencia del 15 de Septiembre de 1821, en Guatemala, sede del gobierno colonial de las provincias del Reino de Guatemala: Chiapas, Guatemala, Comayagua (Honduras), San Salvador (El Salvador), Nicaragua y Costa Rica. Sí: Chiapas, que tras idas y vueltas terminó siendo un estado más de los Estados Unidos Mexicanos. No: Panamá, que fue arrancada a Colombia por una confabulación imperialista liderada por Estados Unidos, para construir bajo el dominio de este el estratégico cruce interoceánico que ha sido una pesadilla para Nicaragua.

Lo que resaltaré de aquella proclama es que constituye un registro de lo que fue, en realidad, una especie de “autogolpe”. Es decir, quedaron en el poder las mismas autoridades, y los mismos clanes y clases, que se desataron a sí mismas del control de la debilitada corona española, sin desatar, por supuesto, a las clases subordinadas a ellas. Estas más bien sufrirían, en adelante, una opresión mayor.

En una sociedad vastamente iletrada, los próceres no tuvieron empacho en dejar testimonio escrito de sus motivaciones y racionalizaciones, que serían puramente anecdóticas si no fueran tan actuales; serían historia antigua si no fuesen política contemporánea:

“Que siendo la independencia del gobierno español la voluntad general del pueblo de Guatemala…el señor jefe político la mande publicar, para prevenir las consecuencias temibles en el caso de que la proclamase de hecho el mismo pueblo.”

Es decir, como ocurre hoy de parte de las élites en conflicto, de las cúpulas que roban la libertad al pueblo, un acto de usurpación, una maniobra cuyo propósito es impedir el ejercicio de la soberanía popular, es disfrazado de gesto glorioso de liberación. Mayor temor al pueblo que amor a la libertad. Poco cambio ha habido en la mentalidad de las élites de la región en estos dos siglos. El sufrimiento de la mayoría de los nicaragüenses lo demuestra. A eso nos enfrentamos. Debemos estar conscientes.

Igual hay que comentar sobre la manipulación religiosa, que a la época ya enfrentaba retos mayúsculos en Europa, pero que entre los criollos que se adueñaban de la finca colonial no encontraba límites, y sin pudor llamaban a que

“se pase oficio a los dignos prelados de las comunidades religiosas para que cooperando a la paz i sosiego, que es la primera necesidad de los pueblos cuando pasan de un gobierno a otro, dispongan que sus individuos exhorten a la fraternidad i concordia…”.

Bien podría ser esto un discurso del ayer que trataríamos con condescendiente frialdad académica, si no fuéramos testigos de su continuación, en boca, no solo del régimen fascista Ortega-Murillo, sino de los “opositores” que intentan crear para sí mismos una imagen que oculte su vacío ético y político, su miseria moral y estratégica, invocando a Dios y citando la Biblia a cada paso. Irrespetan, para su beneficio, las creencias profundas de la gente, buscan esconder, unos su fracaso político, otros su insensible egocentrismo y su defensa de intereses ajenos ––más bien, contrarios–– a los de la mayoría del pueblo. En ellos, lo peor del pasado vive entre nosotros.

¿Y qué respuesta dieron las élites de Nicaragua a la declaración de Independencia? Una que también ilustra la pusilánime mezquindad que exhiben hasta la fecha sus herederos. Para decirlo en palabras sencillas e ingenuas, la respuesta fue algo así como: “no fuimos nosotros los de la idea de independizarnos, fueron los de Guatemala; pero ya que lo hicieron, nos independizamos de… Guatemala, y “hasta que se aclaren los nublados del día y pueda obrar esta provincia con arreglo a lo que exigen sus empeños religiosos y verdaderos intereses”, digamos que también somos independientes de España.”

Donde no hubo “nublados” (como no los hay en nuestros tiempos) es en su determinación de ganar y aferrarse al poder por medio de la violencia:

“Que…continúen todas las autoridades continuadas en el libre ejercicio de sus funciones… el gobierno castigará severamente a los perturbadores de la tranquilidad pública y desobedientes a las autoridades.”

El mismo espíritu autoritario y mentalidad de castigo (presente en las cúpulas políticas del hoy nicaragüense, tanto como en el Acta de los Nublados), puede rastrearse hasta el inicio del conflicto que llevó a la Batalla de San Jacinto, el 14 de Septiembre de 1856. En Abril de 1854, habiendo sido electo Director del Estado por la minúscula minoría que gozaba de derechos ciudadanos, Fruto Chamorro se dirigió al Congreso y anunció que sería como un padre bondadoso, que solo usa el “azote” cuando no queda más remedio. Advertidos los hijos díscolos, es decir, los del bando de la élite que había perdido las elecciones, estos abandonaron el país y comenzaron la guerra contra quien pudiera llamarse el fundador del autoritarismo presidencial en el país. “Presidencial”, además, porque Chamorro se hizo designar “Presidente”, cargo para el cual (por no existir) no había sido electo. Poco después, los opositores en rebeldía contrataron a los filibusteros del Sur estadounidense que, bajo el liderazgo de William Walker, acabarían adueñándose del poder. Una vez más, la lucha entre élites arrastraba al país a la desgracia, solo que en esta ocasión el peligro fue tan grave para el resto de los países centroamericanos que estos enviaron fuerzas militares a combatir al usurpador.

De esta historia hay que resaltar varios detalles, por su relevancia para presente y futuro. Uno es que la guerra la inician las cúpulas opresoras, guiadas por sus estrechos intereses particulares, sin sentido alguno de nación, y son los luchadores descalzos, o en caites, los Andrés Castros, quienes ponen el pecho y dan la cara por los intereses mayoritarios. Como los jóvenes a quienes las clases dominantes del país abandonaron en los tranques, dejándolos a merced de los sanguinarios monstruos de El Carmen.

Otro detalle es que la historia que escriben los plumíferos de las élites (poca historiografía académica tenemos) borran persistentemente a los luchadores del pueblo de la narrativa. No es sino reciente la divulgación del papel de los indios flecheros de Matagalpa en la Guerra Nacional, particularmente en la batalla de San Jacinto. El constante revisionismo y metódico borramiento de hechos relevantes es vital para quienes están en la cima de un sistema que no puede legitimarse sin mentira ni mantenerse sin violencia. Esta es la realidad de los últimos 200 años. Ortega-Murillo es el apellido del momento. Los monstruos, y su monstruosidad, son producto del sistema de poder.

El último punto a recalcar es el desenlace del conflicto interno entre las élites semi-feudales nicaragüenses, su paraíso de referencia: el pacto con impunidad, que glorifican como gesto de superioridad moral y hasta de madurez política, y que lleva a treguas reaccionarias, como la que armaron al final de la guerra que ellas mismas iniciaron en 1854: luego de la expulsión de Walker y sus filibusteros, la “república” conservadora a la que se refieren con nostalgia cuando dicen que “Nicaragua volverá a ser república”; una legalidad con escasos ciudadanos, donde el poder, en manos de contadas familias, se decidía por los votos de los herederos postcoloniales en un círculo cerrado; tertulias, verdaderamente, en unas pocas ciudades, con el predominio de Granada, o mejor dicho, de unas cuantas manzanas de Granada. Mientras tanto, la mayoría de la población vivía en condición de servidumbre, prácticamente invisible a los ojos de las élites, quizás sin enterarse siquiera cuando había cambios en la Presidencia.

Nada de esto vive en el himno que cantan los escolares. “El pasado vuelve cuando desaparece”, escribió también Gelman. Conocerlo, entender su continuidad en el tiempo, descubrir los gestos autoritarios en la historia, y las falsedades de las narrativas oficiales es parte del arduo trabajo de la conciencia por liberarse y liberar la patria.