Mario Vargas Llosa - LA CRISIS RUSA



Desde que Vladimir Putin inició el ataque a Ucrania, en febrero de 2022, hace dieciséis meses, la situación crítica del ejército ruso está en evidencia. Ahora ha estallado la rebelión de los mercenarios del grupo Wagner, en gran parte, al parecer, presos comunes y políticos que pasaron a formar parte de este conglomerado en filas libres y, bajo la conducción de Yevgueni Prigozhin, jugaron un papel importante en la toma de Bajmut, en Ucrania, y en otras campañas en las que han asistido a las fuerzas regulares del ejército ruso. El grupo Wagner tuvo un enfrentamiento con el ministro de Defensa, el general Serguéi Shoigú, lo que produjo una grave crisis en la relación de los mercenarios con el gobierno de Putin. Los mercenarios, estacionados la mayor parte en una base rusa en Ucrania, se desplazaron a la ciudad de Rostov, en Rusia, donde tomaron el Estado Mayor del ejército y luego amenazaron con avanzar hasta Moscú, pero, al parecer, fueron disuadidos por el líder de Bielorrusia, Aleksandr Lukashenko. Cuando estaban a unos 200 kilómetros de la capital rusa y todo hacía pensar que tendría lugar un gran enfrentamiento con el ejército, súbitamente dieron marcha atrás. Desde entonces, una precaria paz se ha instalado en el país, y, últimamente, Putin ha prometido respetar a quienes se han instalado en Bielorrusia o integrarse a las fuerzas armadas rusas mediante contratos que su gobierno respetará.

Rusia ha avanzado muy poco en la ocupación de Ucrania. Y por una razón muy simple: los rusos no quieren pelear y se diría que tienen mucha razón. ¿Qué se le ha perdido a Rusia en ese país extranjero que Putin quiere ocupar? Es verdad que, en el pasado, Ucrania fue parte de Rusia. Pero con este criterio el mundo entero estaría reclamando los viejos límites y habría guerras por doquier. La historia de las naciones ha sido una constante modificación de fronteras entre países por razones de fuerza. Lo increíble es la pasividad de la población rusa: a pesar de que hay señales de que los rusos no están comprometidos con una guerra que no sienten como suya, son muy pocas las voces críticas con la decisión de Putin de invadir y ocupar Ucrania. Los soldados, sí, se han negado a pelear y por eso los rusos se han topado con una realidad inesperada, es decir que sus supuestos enemigos, los ucranios, les oponen una resistencia leonina. Esto ha sorprendido al mundo entero y, desde luego, una parte importante del éxito de la resistencia ucrania se debe al apoyo de la OTAN a Ucrania, que ha sido sistemático y espectacular.

La rebelión de los mercenarios ha sido un síntoma de la crisis que vive el régimen de Putin y de las graves dificultades que atraviesa la invasión de Ucrania. Aunque momentáneamente apaciguada, da la impresión de que la rebelión, u otra parecida por parte de sectores militares descontentos, podría revivir. El hecho de que por lo menos un general, Serguéi Surovikin, haya sido arrestado por su complicidad con las huestes de Prigozhin indica que dentro del ejército regular hay disidentes de alto nivel. La organización Wagner es la única que hasta ahora pelea y toma lugares que pertenecen a los ucranios. Sin ellos, la invasión se le complicará a Rusia todavía más. Putin ha propuesto a los mercenarios integrarse a las filas del ejército y recibir un sueldo y vacaciones como soldados. Hasta que escribo este artículo, los soldados de la legión Wagner todavía no se han pronunciado. Y se espera que den una respuesta, en la que seguramente habrá versiones distintas e incómodas.

En todo caso, el que sale muy perjudicado de esta crisis es el propio Putin, quien hasta ahora gobernaba Rusia con mano de hierro y creía que la invasión de Ucrania sería un simple paseo de las tropas rusas. Esta crisis se ha resuelto provisionalmente, pero es obvio que lo ocurrido tendrá consecuencias para el presidente ruso porque se ha quebrado su imagen de invencibilidad (lo cual explica en cierta forma las purgas que ha iniciado entre los militares). No es imposible que la presión del ejército lo obligue a dejar el cargo y hundirse en la oscuridad, como otros líderes. Porque es la jerarquía militar quien ha salido ganando en esta situación, por lo menos en el corto plazo, a tal punto que el ministro de Defensa, que hizo su reaparición en la filas del ejército luego de unos días de ausencia, ha quedado como un “héroe”. Él es el verdadero triunfador de esta pequeña crisis, que parece haberlo afirmado en su estricto control de las fuerzas armadas.

Se saben tan pocas cosas de la Rusia de Putin que apenas a tientas se puede advertir lo que allí ocurre. En todo caso, lo que tenía que ocurrir ha ocurrido. Y quien se ha debilitado y sale malherido es el presidente de Rusia. Putin ha visto su enorme poder contestado por un ejército de mercenarios, de manera que su idea de que la invasión de Ucrania iba a fortalecer su poder, no sólo en Rusia sino ante el resto del mundo, ha sido desmentida por la realidad. Está atrapado en un laberinto sin salida. Hay quienes creen que Ucrania será objeto de la perdición de Putin, o, al menos, de un debilitamiento de su poder. No es fácil advertir la oposición que existe en Rusia de la población civil, pero los indicios son que la mayor parte de la gente no está entusiasmada con la idea de conquistar Ucrania, y hay síntomas de una oposición que, por rala que sea, se ha manifestado de tanto en tanto.

Pero volvamos a lo esencial. En Rusia no hay libertad y la gente tiene dificultades para expresarse y manifestarse. Los mercenarios han actuado de una manera insólita, devolviendo a la población civil una actitud crítica, gracias a su desafío abierto al ministro de Defensa, encargado de conducir la guerra. Si estos mercenarios hubieran triunfado, pobre Ucrania. Pero da la impresión de que, así como han avanzado, están dispuestos a retroceder y tal vez, a aceptar la propuesta de Putin de integrarse al ejército.

Es la primera vez, desde que Putin ocupa el poder, hace cerca de un cuarto de siglo, que lo desafían abiertamente y que lo amenazan con lo que hubiera sido una guerra civil. Es posible que los mercenarios no representen demasiado rigor, pero, al menos, ellos han ocupado muchos pueblos en la Ucrania que codicia Putin, a diferencia de un ejército en el que la mayor de las características eran la pasividad y la indiferencia. Ellos, mediante su falta de entusiasmo, han sido los más lúcidos, porque no tenía sentido perder la vida, o quedar inválidos, por una causa obviamente perdida. ¿Escuchará el amo de Rusia estas advertencias? Por su discurso, da la impresión de que Vladimir Putin sigue en sus trece. Pero todo ha cambiado desde que el batallón de mercenarios se levantó en armas y amenazó a la federación. El millonario que ha formado esa legión y que responde al nombre de Yevgeny Prigozhin es una figura de tránsito que probablemente desaparezca en las fosas de las que proceden buena parte de sus mercenarios. Pero la semilla está allí, sembrada de una manera que los profetas nunca pudieron imaginar, a través de una conspiración que tiene por autores, sobre todo, a habitantes de las cárceles que vendieron su arrogancia en busca de unas migas de libertad, de la que ahora se aprovechan. Ojalá Rusia aprenda la lección y, con Putin a la cabeza o quien lo reemplace, emprenda de una vez las negociaciones que reclama el mundo entero y devuelva a los ucranios el derecho de disfrutar de su país.

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Este artículo se publicó originalmente en El País.