David Grossman - EN LA CUESTA DE AL CASTEL


En la cuesta de Al-Castel, bajo 37 grados de calor, gran oleada humana en estado de elevación espiritual. David Grossman 23 de julio de 2023 

 Traducción de Oded Balaban balaban@research.haifa.ac.il 

 La marcha a Jerusalén, ayer. Ahora el suelo se está cayendo bajo nuestros pies, ahora un gran miedo: Hubo muchos momentos emocionantes en los últimos días y noches, en la marcha hacia Jerusalén. Uno de ellos fue el sábado por la mañana, cuando una enorme oleada humana, que ondeaba miles de banderas azules y blancas, se deslizó lentamente desde la cima de la montaña en el área de Shoresh y se encontró con quienes lo esperaban en el Puente Hamad. Los dos campamentos se mezclaron, se arrojaron botellas de agua, y también rodajas de sandías, paletas heladas y racimos de uvas. Había generosidad y un sentido de buena voluntad y profundo compartir. Hubo un raro entendimiento de que cada uno de nosotros está ‘hecho’ de muchas personas que continúan su marcha juntos hacia el Al-Castel, bajo 37 grados de calor, en estado de exaltación de alma, nada menos. 

El pueblo de Israel conoció divisiones y rupturas. Saduceos y fariseos, jasídicos y mesiánicos y sus opositores, y muchos más. Pero lo que ha estado sucediendo aquí en los últimos meses ya no está enmarcado en este continuo. Aquí se está produciendo un proceso que todavía no hay palabras para describirlo. Por eso da tanto miedo. Es posible que en el futuro resulte ser el comienzo de un proceso que desintegre y tal vez unifique los puntos fosilizados y peligrosos de la sociedad. Pero mientras tanto emergen a la superficie de la existencia israelí sus mentiras y secretos, los históricos insultos, que gradualmente se han ido comprimiendo, su falta de compasión, los actos de mutua injusticia, que se han convertido en una insoportable aspereza, en un sentimiento de mutuo disgusto. 

 Los manifestantes llegan frente a la Knesset, ayer. Qué ingenuo suena hoy el mantra “unidad”; La movida que se está dando nos muestra también los sofisticados mecanismos de autoengaño, de ilusión, de lavado de cerebro, por los que pasamos para evitar, durante 75 años, el estallido de todos ellos. ¡Cómo aprendimos a esconderlos, principalmente de nosotros mismos, a blanquearlos, a domarlos, a domesticarlos, a nosotros! ¡Qué ingenuo suena hoy el mantra “unidad”, con el que nos han bombardeado durante décadas! Qué falsa suena la palabra “cohesión”, cuando un lado casi borra la angustia y el desconsuelo del lado opuesto, sus ambiciones y valores. 

Ahora nos enfrentamos, sin ningún tipo de protección, frente a estas calumnias y mentiras, que de repente irrumpen y se imponen ante nuestra realidad desnuda. Ahora el suelo se está moviendo bajo nuestros pies. Ahora nos rodea un halo de gran temor. He aquí un ejemplo: nunca, hasta hoy, nos lo hemos dicho tan dura y claramente, que por nuestra existencia aquí, que con todos sus defectos es también milagrosa, deseada, única, tengamos que agradecer a unos cientos de pilotos, nada más. Esta comprensión es aterradora. El hecho de esta realidad simple y concreta es aterrador. Y en lugar de ocuparnos exclusivamente de la cuestión de la legitimidad de suspender el voluntarismo del servicio de los pilotos, sería mejor dirigir la mirada hacia otro lado por un momento: hacia un lugar donde admitamos que nuestra fuerza militar, es decir, nuestra existencia, depende en gran medida de esos cientos, y por lo tanto debemos darnos prisa y tratar de llegar a acuerdos de paz con nuestros vecinos-enemigos. Para que no nos desafiemos en una guerra más. 

Ahora resulta que algunos de nosotros sabemos desde hace años, que es el interés mayor de la seguridad israelí. Como un azote de la conciencia, que durante años se extinguió, se hace ahora patente la responsabilidad —mejor dicho, la culpa— de quienes se autoproclamaron promotores de la historia judía y causaron el gran desastre del país —el proyecto de los asentamientos. 

Es mejor que reconozcamos que vale la pena llegar a acuerdos de paz: Esta semana se decidirá el destino de Israel como estado democrático. Los cientos de miles de israelíes que abandonaron sus hogares en condiciones imposibles, lo hicieron para protestar y advertir, pero también para salvarse, aunque sea por poco tiempo, en un ser reformado, en un ambiente benévolo. Esta necesidad no debe tomarse a la ligera. Durante décadas nos la robaron. 

El país se ha convertido en una realidad violenta, ruda, contaminante. El acto de perfidia de Rothman, Levin, Ben Gabir y Netanyahu fue, al final, solo la ‘firma del artista’ en los márgenes de la imagen general. Cuán grande es la sed de estar aunque sea por dos o tres días en otro clima moral, en una realidad clara, al amparo de un fuerte soplo de esperanza. Qué refrescante fue ver esa oleada descendiendo lentamente desde la cima de la montaña, compuesta por cientos de miles de israelíes, miembros de todos los grupos étnicos, de todas las edades, simpatizantes de diferentes partidos, personas que ellos o sus madres y padres fundaron el estado, no-no-y-no aceptarán renunciar al sueño, que si es destruido y falseado no tendrá sentido en sus vidas. Así de simple.