El llamado “Sur Global” luce atrapado entre las redes de la narrativa rusa. Así parece apuntar el penoso debate sobre la invasión a Ucrania en la cumbre CELAC-EU y el análisis del reciente estudio del PEW Research Center sobre las percepciones globales de Rusia.
Según el estudio, realizado en 24 países, el 82% de los encuestados manifiesta tener una visión negativa de Rusia, salvo en el “Sur Global”, donde la tendencia es contrastante.
Tienen una percepción favorable sobre Rusia: India: 57%, Indonesia: 42%, Nigeria: 42%, Kenya: 40%, México: 34%, Sudáfrica 28%, Brasil: 18%, Argentina: 17%.
Una perspectiva que parecen compartir sus gobiernos, a juzgar por algunas intervenciones y el regateo en torno a los términos de la declaración final de la cumbre CELAC-UE donde, para evitar el desastre de concluir sin una declaración política luego de semanas de penosas negociaciones, se consideró un “triunfo” diluir una “condena firme” por una “preocupación” sobre la agresión a Ucrania.
Después de ocho años de estancamiento, la cumbre CELAC-UE buscaba reactivar la relación entre Europa y América Latina y el Caribe para construir independencia estratégica en beneficio de ambas regiones, en el marco de la reconfiguración geopolítica en marcha.
Sin embargo, a pesar de comunes identidades históricas y culturales, el regateo en torno a la calificación de la invasión a Ucrania resucitó los fantasmas del colonialismo que ensombrecen la relación.
En el marco de la guerra fría, dominado por una narrativa ideológica que dividía al mundo en comunismo versus liberalismo, parecía más fácil nuclear a una coalición de países en torno a los procesos de Contadora, Esquipulas o la lucha por los derechos humanos, que bajo la actual narrativa estadounidense que divide al mundo entre democracia y autoritarismo.
Si echamos un vistazo a la Cumbre por la Democracia que Biden convocó en marzo, es evidente que la mayoría de los países no condenan a Rusia: India, Sudáfrica, Brasil, Pakistán, Nigeria, solo para nombrar algunos.
En este sentido, la narrativa democracia-autoritarismo que impulsa la administración Biden puede encontrar eco en Occidente, pero fuera de él parece centrarse más en cuestiones de soberanía, intereses nacionales y políticas identitarias.
Este aspecto es relevante ya que, a diferencia de la narrativa de la Guerra Fría, que dividía al mundo en dos polos ideológicos opuestos: liberalismo versus comunismo; el autoritarismo no es una ideología per se, sino más bien una forma de ejercer el poder, algo que está normalizado en muchos de los países que conforman el denominado 'Sur Global'.
Esta percepción se ve reforzada por el hecho de que, hasta hace poco, Ucrania —y los países del Este en general— en lugar de fomentar la empatía de los países del Sur Global a través de la similitud de sus experiencias enfrentando potencias imperiales, han delegado esta tarea a los aparatos políticos de Estados Unidos y Occidente para que defiendan sus causas frente a hindúes, brasileños o sudafricanos.
Esta cesión del control narrativo repercute en que la alienación frente a la invasión a Ucrania obedezca, más que a la falta de empatía por su lucha de resistencia, a la oposición a sus aliados— aquellos que en su pasado colonial los oprimieron.
A este sentimiento también contribuyen las invasiones ilegales que estos aliados han promovido en el pasado reciente, así como el uso de sanciones económicas como instrumentos de política exterior. Estas últimas, igualmente ilegales e ilegítimas, son utilizadas a discreción por las potencias más fuertes para castigar a los países más débiles. A pesar de su demostrada ineficiencia para provocar cambios políticos, como argumenta el New York Times, su impacto sobre las poblaciones es devastador.
Por ello, el mensaje no contrastado de Boric, 'hay que oponerse a la invasión a Ucrania porque mañana nos puede pasar a cualquiera de nosotros', aunque moralmente correcto, encuentra poco eco. No basta con un mensaje principista cuando aquellos que solicitan solidaridad mundial con Ucrania son los mismos que han intervenido para mantener el bloqueo a Cuba durante décadas o que comparten responsabilidad en la tragedia del pueblo venezolano. Los países advierten, efectivamente, que tal como sostiene Boric, “mañana nos puede pasar a nosotros también”.
En este contexto, Rusia ha sabido maniobrar estratégicamente. La nación euroasiática se presenta ante el Sur Global como una fuerza anti-colonial, progresista y anti-imperialista, en contraposición a la hegemonía de las naciones occidentales y a toda forma de intervencionismo.
Para respaldar esta narrativa, se valen de las contribuciones históricas de la URSS a las guerras de independencia de estos países durante la Guerra Fría. A partir de este legado histórico-cultural, logran configurar una imagen de fuerza liberadora, a pesar de que la Rusia que surgió tras la disolución de la URSS tiene intereses opuestos a los de la antigua superpotencia. Esta imagen es reforzada por un sólido aparato de propaganda, generosamente financiado y desplegado durante años en dichos países, que les permite crear y recrear sistemáticamente su mensaje de acuerdo con su agenda estratégica. Prigoschin, entre otros operadores, era uno de los ejecutores de esta estrategia en el marco de la concepción de confrontación asimétrica que desde hace décadas adelanta Rusia contra Occidente.
Apenas comenzamos a percatarnos de que muchos gobiernos y las opiniones públicas del llamado "Sur Global" no comparten automáticamente una solidaridad con Ucrania ni una condena a Rusia; esto se debe en gran medida a que es la primera vez que la narrativa de la Guerra Fría es reemplazada por la narrativa de la decolonización.
En el interregno que atravesamos, marcado también por el ascenso de poderes intermedios como India o Turquía en el juego geopolítico, la narrativa ucraniana enfrenta el desafío de conquistar estos espacios del 'Sur Global' como parte de su esfuerzo de resistencia.
Esta es una tarea que Ucrania no puede delegar, sino que debe emprenderla por sí misma, posiblemente en conjunto con los países de Europa del Este, tal como lo reconoció el primer ministro de Letonia, Krišjānis Kariņš. Se necesita desarrollar la narrativa global que enmarque el fin de la Guerra Fría, no solo como el final de las narrativas ideológicas, sino también como un proceso de decolonización en sí mismo: el proceso de liberación del este europeo de la bota soviética.
Recordemos que el principal cronista de los procesos colonizadores africanos, el polaco Ryszard Kapuściński, pudo entender estos procesos a profundidad gracias a que provenía él mismo de una cultura colonizada.
Construir esta nueva narrativa, en el marco de la reconfiguración geopolítica en marcha, es parte vital de la conquista por “independencia estratégica”.