No la una, fue la mirada dos, de la mujer
que te hizo recordar el mundo, pensar
lo que no fuiste antes de que fueras, sentir
de pronto que nadie te ilumina y que las palabras
no dichas estaban fuera del programa
de la inteligencia artificial de nuestro tiempo.
Pensaste que no todo fue en vano si alguien
te miraba así, no con amor, sí con algo más profundo:
con el reconocimiento de las auroras moradas,
con la noción difusa de que no venías de la nada,
como una hoja verde escapando de su propio otoño.
Lo cierto
es que gracias al dos de los dos ojos,
la viste aparecer, a lo lejos, titilando,
como una aparecida en la noche de los tiempos.
No fue la una, fue la número dos, supiste,
la que te abrió el paraíso de las bocas sin voces,
el de los espíritus que salen con la piel hacia afuera,
el de esa increíble sensación de no ser uno mismo,
sino todos, cuando la luz de cada tarde,
en cada casa, en cada esquina, en cada vida: se apaga.