La prensa del último fin de semana -columnistas, entrevistas, cartas al editor y editoriales- resulta implacable: estaríamos ante la bancarrota del gobierno de Apruebo Dignidad y la ruina del Presidente Boric. A propósito del cambio de opiniones del oficialismo, partiendo por su vértice superior, se plantean diagnósticos dramáticos (quiebre moral); hay reacciones escépticas (sus promesas son palabras al viento); surgen dudas razonables (¿oportunismo? ¿ambigüedad? ¿confusión? ¿ambivalencia?); se pide un test de autenticidad (¿mera conveniencia o cambio de fondo?); se pregunta hasta cuándo (¿cuántos giros más?), o se formulan encrucijadas existenciales (¿convicción o abdicación, traición?).
El espacio de la deliberación pública se vuelve tóxico. En vez de razonar en público impera una lógica tuitera: golpear al otro, sembrar sospechas, descalificar, cancelar, circular argumentos fake (y no sólo falsas noticias), competir por el pulgar arriba (likes, me gusta), mostrarse intransigente e impresionar.
Mi lectura de la situación diverge de este remolino de cuestionamientos y recelos. En particular, disiento de la exigencia al Presidente de emprender el camino a Canossa (¿ante quien debería postrarse?). Se recordará que en el invierno de 1077, Enrique IV, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, luego de deponer al Papa Gregorio VII y de que este contraatacara excomulgándolo, salió a su encuentro para reconciliarse con él. Pasó tres días a las puertas del castillo de Matilde de Canossa, hasta que el Santo Padre finalmente admitió al real penitente y le dio la absolución. Este episodio suele ser recordado como la humillación de Canossa.
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Puesto en perspectiva, asistimos a la transformación que experimenta el bloque de izquierdas que hace un año accedió al gobierno, integrado originalmente por una nueva generación de izquierda radicalizada (FA) y la antigua izquierda comunista radicalizada ella también (PC). Llega al poder con un discurso y un programa de ruptura con el reformismo (socialdemócrata-concertacionista-liberal) e imbuido de espíritu octubrista forjado a la sombra del estallido social y las protestas masivas del 18-O.
Suele olvidarse que ese origen marcó a fuego (literalmente) el imaginario político de este bloque de izquierdas, su diagnóstico antisistémico (el «modelo» neoliberal) y su perspectiva utópica fuertemente influida por las corrientes ideológicas «emancipatorias» del feminismo, ecologismo, de-colonialismo, identidades disidentes de todo tipo, solidarismo socialista, anti globalismo y anarco-democratismo comunitario.
Su expresión más acabada se produjo al interior de la Convención Constitucional que, inspirada en esas corrientes, sistematiza el espíritu octubrista en un proyecto refundacional y maximalista que quedó expuesto en la Carta Fundamental. Dicho proyecto debía justificar al bloque de Gobierno ante la historia.
En efecto, no se repara lo suficiente que allí -en ese texto, en esos días previos al plebiscito de septiembre 2022, con el compromiso activo asumido por el Presidente Boric y sus principales ministros- se manifestaba la naciente cultura política de ese bloque. Su síntesis ideológica, sus diversas vertientes, su carácter posmoderno, postilustrado, rupturista, romántico, identitario, juvenil y a la vez anacrónico; una revolución paradigmática operada desde el seno mismo de una democracia (neo)liberal.
Un triunfo del Apruebo en el plebiscito del 4-S habría alterado la historia ....