Hace un año las fuerzas de Vladímir Putin invadieron Ucrania. La mayor parte de la gente esperaba que para las fuerzas rusas aquello fuera un paseo y se desconcertaron ante la hidalga resistencia de los ucranios, que no sólo resistieron el ataque ruso, sino estuvieron a punto de derrotar a los atacantes, los que tuvieron pérdidas gigantescas de las que poco se ha sabido en detalle, pues es obvio que al Kremlin, bajo las órdenes de Putin, no le interesaba propagar la verdad.
Un periódico dice que un equipo de jóvenes ultramodernos restablecieron la comunicación que las fuerzas rusas habían conseguido inutilizar, y que la victoria militar de los ucranios en Kiev debía todo a esta operación. Sea como fuere, el asalto ruso a Kiev se frustró y la batalla cesó con cerca de 100.000 soldados rusos —esta es una cifra aproximada— prisioneros o muertos. Para no hablar de los territorios que los ucranios han logrado recuperar desde el inicio de la guerra. Según el Ministerio de Defensa británico, Rusia no controla más del 18% del territorio de Ucrania reconocido internacionalmente, incluyendo las regiones de Donbás y Crimea que ya estaban bajo poder de Moscú desde hacía unos años.
¿Qué ocurrirá ahora? China ha propuesto un “plan de paz” que incluye un cese el fuego y el fin de las sanciones, en el que nadie cree, empezando por Estados Unidos, y es probable que las acciones militares continúen, y que muchos jóvenes rusos sean sacrificados en números verdaderamente prohibitivos. Es posible que Putin siga enviando a los jóvenes de su país a la muerte o a la prisión —a él qué le puede importar—, pero aquellos jóvenes tienen padres, tíos, madres y abuelos que, sin duda algún día, en algún momento de aquellas matanzas, explotarán. Ese día, en caso de que aquello ocurra, puede ser que Putin vaya a ocupar la celda de castigo que ocupa ahora el líder opositor, Alexéi Navalni, si es que el pueblo tiene todavía los arrestos para sublevarse contra quien ha declarado una guerra equívoca contra él. Es verdad que el pueblo ucranio no está en condiciones de resistir por sí solo esa embestida y que en gran parte se nutre de armamentos de la colaboración occidental, que, dicho sea de paso, se ha mostrado en esta precisa ocasión solidaria y unánime, ayudando al pueblo ucranio a defenderse. Occidente entiende que, al apoyar a Ucrania, se defiende a sí mismo, pero está descontado que el respaldo occidental tiene un límite, que podría estar cerca, de modo que la defensa del Gobierno de Kiev podría tener un final, y este podría estar próximo. Si Putin sigue en el poder, y su fantasía no se disipa luego de la heroica defensa de la minoría acosada, todo podría ocurrir.
El chantaje de la amenaza atómica está siempre allí. ¿Podría recurrir Putin a ese extremo suicida? Se trata claramente de un enfermo y, si no le para la mano el pueblo ruso, puede llegar al extremo de desatar la tercera guerra mundial, en la que perecería buena parte de la humanidad, y en todo caso Rusia desaparecería del mapa. ¿Es posible que el pueblo ruso haya sido sometido a tantas dictaduras que, incluso ante semejantes extremos, acepte ir a su pérdida de manera tan aletargada y servil? Sí, es perfectamente posible. El pueblo ruso, no lo olvidemos, procede de siglos de dictaduras sin precedentes (con breves periodos democráticos, como el que propició Boris Yeltsin en la Federación Rusa por pocos años) sin levantar cabeza. No es imposible que, siguiendo los pasos y dando la razón al jefe, que está medio loco, se resigne a darle la razón y a desaparecer tratando de conquistar Ucrania al precio que sea.
Pero si no ocurre así —y todo hace pensar que esto no ocurrirá—, ¿cuáles son las chances de que el rumbo sea el otro camino? Es decir, que sobrevenga un plan de paz que refleje la realidad de las acciones en el campo de batalla, con la mediación de una China que lleve a Rusia a devolver al Gobierno de Volodímir Zelenski de una manera integral los territorios de los que ahora pretende apoderarse, que son los de Ucrania entera. Esa es la manera de resolver en lo inmediato una guerra insensata, en la que los contrincantes siguen perdiendo personas cada día, hasta que haya un accidente que provoque aquello de que se habla tanto desde que se inició la invasión a inicios de 2022, es decir, su agravamiento y el inicio de una tercera guerra mundial, con armas atómicas incluidas, de las que no se libraría nadie y que retrocedería el mundo a un estado primitivo, con millones de muertos de por medio.
Es posible que la sangre no llegue al río y todo se aplaque en torno a una negociación. Pero ¿y si no ocurre así? La mente de Putin no está en todos sus cabales y es posible que siga insistiendo en lo que, a estas alturas, parece una pura quimera: apoderarse de toda Ucrania. Semejante insensatez está dentro de lo posible, lo que para nada quiere decir lo alcanzable. Putin sabe que corre peligro si sus tropas siguen sufriendo reveses y por eso amenaza con una escalada. El pueblo ucranio ha mostrado hasta ahora una decisión de lucha y defensa de lo propio que no tiene antecedentes en lo inmediato y debería haber convencido al jerarca del Kremlin de que este objetivo —la recuperación de una Ucrania que se le resiste por todos los medios a su alcance— está más allá de sus fuerzas y no cuenta con la complacencia de Occidente que, por una vez, ha sentido el peligro de servir de pies y manos a un dictador, y ha respondido de manera inmediata, prestando armas al país invadido, yendo en esto hasta el extremo mismo de la acción bélica.
Veo a mi alrededor una actitud que parece haber desaparecido la guerra de Ucrania, como si se tratara de un fenómeno pasajero y menor. Mi impresión es que no se trata de ningún modo de un fenómeno transeúnte, y que Vladímir Putin está demasiado empeñado en lo que creyó que sería un paseo de las tropas rusas y que tardará en cesar en este esfuerzo. ¿Qué ocurriría si en este periodo de tiempo, mientras Putin sopesa la capacidad de las tropas rusas en la acción, va escalando sistemáticamente las batallas hasta que la tentación de usar armas atómicas se asome una vez más y esta vez lleguen a usarse? Yo personalmente creo que en ese caso Rusia desaparecerá, hundida por las fuerzas occidentales, pero no estoy seguro de que estas últimas sobrevivirán hasta disfrutar de su victoria. Lo más probable es que el mundo quede mutilado y con muy escasas vías de recuperación.
¿Es posible que se llegue a estas circunstancias? No quiero seguir más allá con estas horrendas perspectivas. Pero es un hecho que, si el mundo en el que existimos se deshace, la restauración será larga y muy difícil, y que al extremo Ucrania y las pretensiones de Putin serán olvidadas, porque la ansiedad del mundo estará concentrada en cómo escapar del horror que se esparce a su alrededor, como si una avalancha de fuego y lava hubiera venido a hundir este pedazo de tierra que ocupamos.
Mejor no llegar a ese punto de extrema penuria y heroísmo. Mucho mejor es que esta guerra acabe por donde comenzó, y que Putin y los pocos rusos que piensan como él, se resignen a abandonar Ucrania a los ucranios, como debe de ser. A partir de entonces, todo mejorará.
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Este artículo se publicó originalmente en El País.