Título original: Liberación de presos políticos nicaragüenses, un día irrepetible
Hay días que no se repiten dos veces. En mi vida, este jueves, 9 de febrero, fue uno de esos días. Poco después de las dos de la tarde en Madrid, mientras escribía páginas de mi nueva novela, recibí dos noticias, la primera: Tiffany Roberts, periodista de Univisión, en un tuit, anunciaba que un avión con 222 presos políticos de la dictadura de Ortega y Murillo volaba de Nicaragua hacia Washington. Nominalmente desterradas, estas personas salían de la cárcel a la libertad. Simultáneamente llegó la segunda: mi hijo Camilo, cuya esposa esperaba el primer bebé de ambos, me anunciaba por WhatsApp: Julián nacerá hoy.
222 vidas detenidas, apresadas, sometidas por casi dos años a crueles e indignas condiciones carcelarias por el solo hecho de manifestarse opositoras a la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo, iban rumbo a otra vida. Un bebé, guardado amorosamente en las entrañas de su madre por nueve meses, abría su camino hacia un mundo ancho y ajeno. La libertad y la alegría llegaban duplicadas para mí.
Desde que en 2021, a las puertas de elecciones generales, el régimen dictatorial que rige Nicaragua, abrió sus garras represoras para eliminar la competencia electoral y declarar una guerra sin cuartel contra quienes osaran oponérsele, los nicaragüenses experimentamos un nivel de represión superlativo. Ya en 2018, más de 300 personas perdieron la vida en las protestas contra esta nueva encarnación de las viejas y sangrientas dictaduras latinoamericanas, pero el zarpazo de 2021 llegó de manera inesperada. En día sucesivos, candidatos electorales, líderes políticos, líderes de la opinión pública, profesionales, defensores de presos políticos, directores de medios, empresarios, fueron detenidos sin explicación. Durante 90 días, plazo que ha sustituido al habeas corpus en mi país. no se supo de ellos más que rumores. Familias, hijos, esposas, merodeaban las cárceles pidiendo información que nadie les brindaba.
Después de mucho preguntar y ambular, pudieron ubicar a sus familiares. Los había de todas las edades. Varios superaban los 70 años. Según las leyes del país, eran valetudinarios, eximidos por la edad de guardar prisión, pero eso no contaba para el régimen Ortega-Murillo. Las “personas de interés” o presos de alto perfil, fueron recluidos en una cárcel recién construida para estancias de corta duración, la cárcel de El Chipote —como se llamaba, paradójicamente, el campamento de Sandino—.
Allí, aislados, en cárceles de dos por dos, unos con la luz siempre encendida, otros en la oscuridad, sin mantas, durmiendo en planchas de cemento, con una dieta de hambre, sin visitas predecibles de sus familiares y prohibidos de recibir material de lectura o escritura, personas sin más culpa que oponerse legalmente al régimen sufrieron por más de 600 días un encarcelamiento cruel. Jueces fieles a la dictadura, en procesos viciados en que los acusados carecían de abogados defensores o tiempo para conocer de qué se les acusaba, fueron condenadas a prisión. Por “menoscabo a la integridad nacional” se les impusieron penas que iban de los 8 a los 13 años de cárcel.
Para quienes los conocíamos y sabíamos de su inocencia, la situación de ellos, sus sufrimientos, los relatos de sus familiares, nos devolvían al tiempo de la dictadura de Somoza en Nicaragua. ¿Tantos habían muerto para que otra dictadura, nacida dentro del mismo sandinismo, repitiera la historia? El inaudito e impune actuar de Ortega y Murillo obtuvo la condena de la comunidad internacional. Cientos de personas solidarias en todo el mundo se movilizaron para denunciar este atropello a los derechos humanos de los nicaragüenses.
No sabemos exactamente qué logró la liberación de los presos el 9 de febrero. Estados Unidos afirma que fue una acción unilateral del régimen; yo pienso que la presión internacional fue efectiva. Es un factor de esperanza saber que la comunidad de naciones puede actuar en concierto para acorralar a quienes tratan de imponer sus injusticias.
Hoy imagino a mis amigas Cristiana Chamorro, Violeta Granera, Dora María Téllez, Ana Margarita Vijil, sin barrotes que las limiten. Imagino a los padres abrazando a sus hijas e hijos, a Vicky Cárdenas y Berta Valle, incansables luchadoras por sus esposos, reuniéndose con ellos. Me emociona y no puedo más que sentir alivio.
Ortega dirá que el país se ha librado de traidores. Dirá que, por eso, les han desprovisto de su nacionalidad y decretado la muerte civil.
Pero, así como mi nieto, Julián, nació el mismo día y conoció la luz, estas personas volverán desde la oscuridad a reencontrarse con sus vidas interrumpidas. En 1975, yo fui condenada en ausencia a varios años de cárcel por la dictadura de Anastasio Somoza. Al derrocamiento de la dictadura, se acabó mi condena injusta. Nuestros presos queridos también verán llegar el fin de su destierro y recuperarán sus derechos. Decreten lo que decreten Ortega y Murillo, son y seguirán siendo nicaragüenses.
Gioconda Belli es novelista y poeta.