La rebelión ciudadana crea terremotos y Netanyahu tiene miedo. Por lo tanto, debe haber rebelión ciudadana.
Rogel Alper, enero 12, 2023, Haaretz
Traducción, Oded Balaban balaban@research.haifa.ac.il
Benjamin Netanyahu es un hombre erudito. Se puede suponer que sabe lo que dicen los grandes filósofos políticos de hoy sobre la rebelión ciudadana. La ven como una herramienta legítima en la caja de herramientas disponible en los regímenes democráticos y liberales, para los ciudadanos que buscan lograr un cambio en la política de gobierno. Casos famosos de rebelión ciudadana: Rosa Parks negándose a sentarse en la parte trasera de los transportes públicos, huelgas de sentada en protesta por la guerra de Vietnam, manifestantes de "la ocupación de Wall Street" (2010-11 en New York), de colonos que obligaron a las fuerzas de seguridad a evacuarlos de Gush Katif por decisión del gobierno porque se negaron a hacerlo por sí mismos.
Según el filósofo alemán Jürgen Habermas, probablemente el filósofo más importante de hoy en día, la sociedad civil es un componente clave de una democracia madura. El motivo de la rebelión es siempre político y la acción es siempre pública, no violenta y de conciencia moral. Ella infringe la ley para lograr un cambio en la política del gobierno. Cabe recalcar: la rebelión ciudadana nunca cuestiona la legitimidad del gobierno. Tampoco cuestiona su derecho, como gobierno, a promulgar leyes y tomar decisiones que den forma a la realidad. Se dirige contra una política específica, o una ley particular. Y tiene razón en asumir las consecuencias de infringir la ley. Esta no es una rebelión contra el gobierno.
¿Qué sería de la historia del siglo pasado sin la marcha de la sal liderada por Mahatma Gandhi, la lucha de Mandela contra el apartheid, la negativa de Muhammad Ali a alistarse en la guerra de Vietnam, la protesta "Pussy Riot" contra Putin y la iglesia, Edward Snowden, y estos días - las mujeres que quemaron el hiyab en las calles de Irán.
Al tuitear una respuesta a la tormenta política, Netanyahu creó una simetría entre los llamados a arrestar a los líderes de la oposición y entre los llamados a “los ciudadanos a participar en disturbios civiles”. Según el primer ministro, ambas cosas están prohibidas en un país democrático. Es una distorsión. Cuando Martin Luther King llamó a los ciudadanos a participar de acciones de rebelión ciudadana, estaba actuando dentro de los marcos de la democracia estadounidense.
La rebelión civil siempre funciona en nombre de la justicia y, como atestiguan todos los ejemplos anteriores, en realidad fortalece la democracia. Rosa Parks no debilitó la democracia. Las sufragistas británicas de principios del siglo XX atacaron propiedades, quemaron edificios públicos y trataron de irrumpir en el Parlamento. Por supuesto, fortalecieron la democracia británica, en nombre de la justicia. La rebelión ciudadana crea terremotos. Por eso Netanyahu le tiene mucho miedo. Por lo tanto, debe darse aquí una rebelión civil.
Netanyahu mintió cuando creó una simetría entre la prohibición de arrestar a los líderes de la oposición y la prohibición de apodar a ministros de un “gobierno judío” como nazis o partidarios del Tercer Reich. La primera es una acción ilegal en una democracia. Además, es parte esencial de una dictadura. La segunda está amparada por la libertad de expresión, que es la esencia de la democracia. Benjamin Netanyahu avergüenza a su padre, a la educación liberal que recibió en EE.UU., al legado de Begin y Jabotinsky, y se debería avergonzar de sí mismo. Él se ha convertido —en sus distorsiones, en su simplismo, en sus flagrantes contradicciones de intereses— en un insulto a la intelectualidad.