Cuando el presidente ruso, Vladimir Putin, lanzó su guerra contra Ucrania hace un año, quería mantener a raya a la OTAN. Pero ha logrado exactamente lo contrario: la OTAN asumirá nuevos miembros y desarrollará una relación de trabajo más estrecha con la Unión Europea, dando mucho más peso geopolítico a la región transatlántica.
El próximo mes, el violento asalto de Rusia contra la vecina Ucrania habrá durado un año. El plan del presidente ruso Vladimir Putin para una rápida "operación militar especial" – una "Blitzkrieg" – ha fracasado, debido a la resistencia inquebrantable de Ucrania, el apoyo unido de Occidente a su defensa y la propia incompetencia de Rusia.
En lugar de una rápida victoria militar que culmine en un cambio de régimen, la "operación especial" de Putin ha descendido a la guerra posicional. Incluso después de un año, nadie puede decir con certeza cuándo y cómo terminará la guerra. Lo más probable es que continúe durante algún tiempo, reclamando muchas más víctimas. Sin embargo, es difícil imaginar un escenario en el que Rusia aún pueda lograr su objetivo principal de eliminar a Ucrania como un estado soberano e independiente.
Mientras la OTAN y sus estados miembros continúen proporcionando apoyo militar y económico a Ucrania, y mientras el pueblo ucraniano mantenga su determinación, Rusia no logrará sus objetivos de guerra. Esta comprensión parece estar amaneciendo lentamente en el Kremlin, que ha intensificado sus ataques contra la infraestructura ucraniana y ha movilizado a cientos de miles de reclutas. Los líderes militares rusos ahora están apostando por una estrategia a largo plazo de desmoralización y agotamiento, confiando en la pura superioridad numérica sobre el ejército ucraniano.
Pero esto equivale a un acto de doble destrucción. Una estrategia de "dominio cuantitativo" requiere que el liderazgo ruso no tenga en cuenta las vidas de sus propios soldados, por no mencionar las de los civiles ucranianos. Con cada día que pasa, la criminalidad de la guerra maliciosa de Rusia se hace más evidente. Cuando la lucha se detenga, gran parte de Europa del Este habrá sido destruida, dejando atrás un odio profundo y duradero. Las armas eventualmente se callarán, pero no habrá paz. Ucrania tendrá que hacer todo lo que esté a su alcance para disuadir otro ataque, y Europa Occidental continuará rearmándose a gran escala, posiblemente en las próximas décadas.
Con Ucrania formando una especie de cordón de seguridad entre Rusia y el resto de Europa, habrá un impulso para que se una tanto a la OTAN como a la Unión Europea en relativamente poco tiempo. Además, los propios intereses geopolíticos y de seguridad de la UE habrán cambiado, transformando la institución en el proceso. La perspectiva de la adhesión de Ucrania necesariamente cambiará el enfoque de Europa hacia el este.
Con su guerra ilegal, Putin quería mantener a raya a la OTAN. Pero ha logrado exactamente lo contrario. Finlandia y Suecia ahora se unirán a la alianza, y todo el continente europeo se alineará detrás de su escudo. La UE y la OTAN desarrollarán una relación de trabajo mucho más estrecha, dando mucho más peso geopolítico a la región transatlántica.
Tal transformación será necesaria en un mundo que está cada vez más marcado por una profunda desconfianza entre los estados, y por una creciente división entre regímenes autoritarios y sistemas más abiertos y democráticos. Estas dinámicas se aplican ante todo a las relaciones económicas. Al darle a Occidente motivos para retener capital, tecnología, bienes y servicios, Putin ha hecho un gran flaco favor a sus amigos chinos.
A medida que la atención de Europa se centra en garantizar su propia seguridad frente a Rusia, y en reconstruir Ucrania y prepararse para su integración en la UE, se avecinará una pregunta candente: ¿Qué será de la propia Rusia?
La visión de Putin de una Gran Rusia globalmente poderosa ha sido expuesta como un sueño imposible. La guerra y las sanciones occidentales están golpeando duramente a la economía rusa, y cuanto más tiempo continúen los combates, mayores serán los costos. Y el largo descuido de Rusia de la diversificación económica y la modernización implica que los ingresos y las condiciones de vida disminuirán drásticamente. Impulsada no solo por la guerra sino también por la crisis climática, Europa eliminará rápidamente los combustibles fósiles y Rusia habrá perdido permanentemente su mercado de exportación tradicional.
Con tan pocas otras alternativas, ¿será posible mantener unido al país? Si los líderes rusos se aferran a la ilusión de que pueden revivir la tradición imperial zarista, se arriesgarán a hundir a Rusia en una profunda crisis intelectual. Sin una modernización política y económica integral, el país, con su enorme arsenal nuclear, se tambaleará peligrosamente hacia un futuro incierto. Ciertamente no podemos descartar la posibilidad de que Rusia –y por lo tanto también Europa– experimente una repetición de la década de 1990.
Europa occidental no tendrá la opción de ignorar los desafíos a su este. Lo que suceda allí afectará directamente a todos los que comparten el mismo continente. Ya no podemos darnos el lujo de albergar ilusiones de ojos estrellados sobre el progreso global y nuestro propio lugar en el mundo. Un "agujero negro" geopolítico del tamaño de Rusia en Europa del Este y el norte de Asia no es un buen augurio para nadie. Putin ha destruido más de lo que probablemente esperaba.
Después de la Segunda Guerra Mundial, en los primeros años de la Guerra Fría, los países de Europa Occidental dieron sus primeros pasos hacia una unión cada vez más estrecha. Después de la guerra en Ucrania, deben continuar esa tradición. Dados los enormes desafíos geopolíticos y las amenazas a la seguridad a las que se enfrentará Europa, ya no puede permitirse exhibir ningún tipo de debilidad. El Viejo Continente debe crecer, y rápidamente. (Project Syndicate)