He mirado el cielo de la ciudad del Este, embadurnada,
los ojos tristes, la gente sombría, caminando,
las calles grises sin resguardos, tiempos que son pura noche
y uno entiende por qué la realidad es como un barco
de madera, lleno de agujeros por donde penetran
las aguas infinitas pero turbias del mal y de la nada.
Y uno entiende también por qué llegaste a mirar este mundo
sin que nadie te hubiera llamado, pero igual
te irás de aquí dejando una huella de zapatilla mal puesta
Doy gracias entonces a la vida que me ha dado poco,
pero sí un par de revelaciones que llevaré conmigo,
no me refiero a pobres dádivas obtenidas del sexo opuesto,
ni a esas flores amarillas que crecieron sin ayuda de nadie
sobre un suelo árido, en contra de todo, algo muy parecido al amor
tan diferente al aullar de los soldados enloquecidos
atravesando límites, cuerpos abiertos, alaridos y espantos.
Y uno entiende al fin por qué no habrá testamentos ni legados,
solo despojos dejados por una infamia nunca declarada,
muertos ante cuya espalda la vida vemos como una cosa rara,
entre las casas derrumbadas, entre las caras llorosas,
entre los que han visto la maldad del demonio cuando avanza.
De la oscuridad nace la luz, nos dicen. Pero ¿y si no nace?