Fernando Mires - País Bajo/Argentina: LA CUENTA IMPAGA

 


El partido tuvo de todo. Fue como un léxico de fútbol: estrategias, tácticas, emociones, suspenso, entrega total y, para decir recordando a Giuseppi Verdi, con ese “poder del destino”; el más poderoso de todos los poderes habidos y por haber.

Van Gaal y Scaloni habían estudiado al adversario. El primero pobló el medio campo, y el segundo pobló el medio campo. Pero cada uno lo pobló a su modo. Van Gaal dejó un fondo de tres defensas, y adelantó las lineas defensivas hacia el medio, achicando la cancha. Scaloni, sin caer en el defensismo puro, pobló el campo de la mitad para atrás. Su idea, y se cumplió, era crear vacíos para los contragolpes.

En espacios cortos, eso lo sabía Van Gaal, no hay como ganar a los argentinos. Pero con pases largos y con centros a la olla tampoco resultaba. Los argentinos no solo bordaban el mediocampo con pases cortos, además sabían interceptar. De Jong es un atildado proveedor, pero sus pases a los rápidos Gakpo y Weghorst nunca llegaban a tiempo. Depay tampoco mostraba la peligrosidad que le habíamos visto en encuentros anteriores.

Por el otro lado, Scaloni guardaba una sorpresa: incluyó desde el comienzo a un defensor, Leandro Martínez, y movió hacia adelante a Molina. Limitado en los partidos anteriores a funciones extremadamente defensivas, pocos sabían que Molina las sabe oficiar de atacante. Con la ayuda de Romero, se comió el flanco derecho a punta de carrerones. Nadie echó de menos a Di María ni a Gómez. Pero para que Molina mostrara lo que es, era necesario el “factor decisivo”. Ese pase que le hizo llegar el genio, fue antológico.

Messi es definitivamente un milagro. Cada vez que le llega el balón, el mundo tiembla. Nadie sabe qué está pensando: si meterse dribleando como solo él lo sabe hacer, o si extender un pase largo o corto, o si la va a pasar al lado para desmarcarse y aparecer por el otro lado. En cualquier caso, téngalo por seguro, siempre va a hacer lo que usted no espera. También cuando patea los penales. Allí, antes de ejecutar uno, medita, como si conversara con los dioses. Después hace lo mismo de siempre: patea suavemente la pelota hacia el lado contrario hacia donde se lanzó el arquero.

Nos aprestábamos a celebrar otro triunfo de Argentina. Sin el goce que había mostrado Brasil en su maravilloso primer tiempo frente a Corea del Sur, los “ché” jugaban un juego galano, con buen toque: mareador. Hasta que llegó ese cabezazo fortuito de Weghorst que cambiaría el partido. Después de ese gol los holandeses decidieron empatar al “como sea”. Los argentinos pensaban seguramente que esperándolos, haciendo tiempo, podían llegar hasta el final. Pero el equipo holandés se había transformado en un camión suicida arrollando a quien se pusiera por delante. Hasta que llegó el segundo gol del más alto jugador del país bajo. Weghorst parecía que iba a ser el héroe de esa tarde. Lo logró gracias el reloj del árbitro, para algunos, el jugador número 12 del País Bajo.

El alargue, como se esperaba, fue jugado con miedo. Los dos con un futbol cauteloso, demostrándose una vez más que los argentinos dominan no solo mejor el balón sino también el arte del contragolpe bien fraguado. La entrada de Di María, jugando de enlace, tranquilizó el juego (Messi ya no daba más: le habían dado con todo)

Luego los penales. Esos tiros de doce pasos donde entran a jugar diversos factores: la inteligencia del arquero, el autocontrol del lanzador, la puntería y, por cierto, la buena o la mala suerte.

Scaloni ha formado una escuadra flexible, una verdadera constelación de satélites que giran alrededor de Messi quien, con su sola presencia ilumina a los suyos. Difícil contrarrestar esa ventaja. Ni siquiera Louis Van Gaal, quien conoce el juego del genio al dedillo, lo pudo hacer. El experimentado DT tenía sus esperanzas. Con épica inusual, había dicho antes del partido: “Tenemos una cuenta pendiente con Argentina”. Se refería al Mundial del 2014 en Brasil, donde “Bajolandia” también fue eliminada a penales por Argentina.

La cuenta continuará impaga para Van Gaal. Como tantas otras que dejamos después de nosotros.