Fernando Mires - EN EL FÚTBOL NO HAY NADA ESCRITO



Cuando Morata clavó el primer gol español a Japón (12) el mundo parecía estar en orden.

En otro estadio, Alemania hacía un juego avasallador (a lo argentino) contra Costa Rica. Los ticos pasaron todo ese primer tiempo encerrados en la cueva. El gol de Gnabry (10) puso justicia, suponiendo que en el fútbol hay justicia. Esperábamos en el segundo tiempo una goleada similar a la que propinó España a Costa Rica en el primer partido de la ronda.

Pero Doan (48) igualó contra España. Qué va, decían los comentaristas alemanes: España nunca podrá perder frente a Japón. Como si hubiera querido contradecirlos, Tamaka (54) demostró, por millonésima vez, que en la historia del fútbol, como en todas las historias sobre cualquier cosa, nunca hay que cantar victoria antes de tiempo.

Al promediar el segundo tiempo del partido Alemania- Costa Rica, Rüdiger, que nunca falla, trastabilló frente a un contrincante y este, solo frente a Neuer, casi hizo el gol. Fue un momento psicológico. A los ticos se les iluminó el mate. El partido, a fin de cuentas, era de once contra once y ellos también tenían buenas armas futbolísticas como ya lo habían demostrado frente a Japón. Tal vez pensando así, entraron en el segundo tiempo a jugar de igual a igual.

Entonces el mundo comenzó a rotar al revés. Costa Rica llegó a ponerse 2-1 contra Alemania, y sacando cuentas, los grandotes del grupo, España y Alemania, podían ser eliminados. Al final se impuso la desesperación alemana. Dos goles de Havertz (73, 85) y después uno de Füllkrug (89) finiquitaron un triunfo bien logrado. Pero pírrico. Fue ahí cuando el drama alemán pasó a convertirse en tragedia. Ganando a Costa Rica, habían perdido frente a Japón, o incluso frente a España.

Al final, España, con todo su fútbol deslumbraste a cuestas, hubo de conformarse con un pobre segundo lugar. Los alemanes, mientras se despedían de la eficiente árbitro, lloraban como niños malcriados. Jugando bien, habían sufrido la más dolorosa de las derrotas: la de perder ganando.

La verdad de las cosas, Alemania no fue eliminado ese día sino antes, en el primer partido frente a Japón cuando entraron a jugar confiados en que su currículum era suficiente para imponerse frente a los japoneses. Miraron al rival bajo el hombro, pensando en el partido venidero frente a España. Y eso es lo que nunca se debe ni se puede hacer ni en la vida, ni mucho menos en un campeonato mundial donde se supone, no hay rivales chicos. Por eso los japoneses ganaron el grupo. Y lo ganaron bien.

Los japoneses hicieron lo que tenían que hacer: se concentraron en cada partido, sin pensar en los avatares que vendrían después. En cierto modo asumieron la esencia de la confesión budista, la misma que nos dice “el futuro no existe en el futuro, pues se hace cada día”. Para resolver las tareas que nos demanda el destino, hay que concentrarse en los problemas inmediatos. Españoles y alemanes, víctimas de la "cultura del más allá", que es muy occidental y cristiana, hacían cálculos hacia el futuro dejando en un segundo lugar las tareas del día a día.

No por manida la frase que nos dice que el vuelo de una mariposa puede cambiar el orden del universo, deja de ser menos cierta. Por una omisión cometida tiempo atrás, el implacable futuro nos puede pasar la cuenta. Lo mismo pasa en el fútbol. Para pensar con el espíritu, necesitamos mucho del “más allá”. Pero para jugar fútbol no sirve. Los partidos de fútbol se deciden en este mundo, en el “aquí” y en el “ahora”.

Adiós Alemania, nos vemos en cuatro años. Después de todo solo se ha perdido un juego. Y la vida no es un juego: es una suma de juegos. En el fútbol, al fin -Japón lo demostró- no hay nada escrito.