Eyal Winter - UCRANIA Y LOS FALSOS EXPERTOS

 

Incluso una posición académica no brinda inmunidad contra la estupidez política y la oscuridad moral.



Mucho se ha dicho sobre la lucha contra las falsas noticias, pero en el contexto de la guerra en curso en Ucrania, también es necesario tener cuidado con los falsos expertos.

Eyal Winter, Haaretz, 21 de diciembre de 2022

Traducción: Oded Balaban (balaban@research.haifa.ac.il)

De vez en cuando, la escala política entre izquierda y derecha se dobla en forma de círculo, uniendo en íntimo acuerdo sus dos extremos: la izquierda radical y la derecha radical. Recientemente, este extraño fenómeno se manifestó en el tema de la guerra en Ucrania. El giro de la derecha (de Viktor Orban en Hungría a Narendra Modi en India) hacia la Rusia de Vladimir Putin, y la oposición que muestra al apoyo de Occidente a Ucrania, no sorprende, ya que para los partidarios de la derecha radical, la autocracia, el nacionalismo y el poder son valores más importantes que la democracia, los derechos humanos y la libertad. Pero sorprendentemente, algunos de los opositores más vocales y vociferantes del apoyo de Occidente a Ucrania no son miembros de la derecha radical, sino miembros de la izquierda cuyas posiciones delirantes se filtran en los escenarios importantes de los medios liberales en Occidente. Tres de las figuras centrales de esta extraña agenda son académicos de alto nivel en los EE. UU.: Jeffrey Sachs, economista de la Universidad de Columbia; John Mearsheimer, investigador de ciencias políticas de la Universidad de Chicago; y Stephen Walt, investigador de relaciones internacionales de la Universidad de Harvard. Los tres ya están arrasando tras ellos a muchos seguidores.

Sachs, que también asesoró al secretario general de la ONU y a varios jefes de Estado, publicó recientemente un artículo en el que lamentaba el apoyo militar de EE.UU. y Occidente a Ucrania y las sanciones contra Rusia, e incluso afirmaba que la ayuda estadounidense que condujo al derrocamiento de Muammar Gaddafi, la reacción estadounidense contra el uso de Bashar Al-Assad de armas químicas contra sus propios ciudadanos, así como las acciones estadounidenses destinadas a detener la limpieza étnica llevada a cabo por Serbia en Bosnia, son todas injusticias innecesarias.

Sachs, al igual que sus dos socios de opinión Walt y Mearsheimer, afirma sin vergüenza que la invasión rusa de Ucrania fue una acción legítima de defensa, y ​​que podría haberse evitado si Estados Unidos hubiera impedido la unión de países de Europa del Este como la República Checa y Polonia a la Unión Europea y la OTAN. Mearsheimer llegó incluso a dar un nombre especial a la política exterior de EE.UU.: “hegemonía liberal”. La política exterior de los Estados Unidos, afirma, es una cruzada ideológica cuyo propósito es imponer por la fuerza la idea liberal a los pueblos pobres que no la quieren. Por lo tanto, Mearsheimer otorga el mismo estatus al liberalismo y otras ideologías como el fundamentalismo religioso, el fascismo nacionalista. y toda otra tiranía. En su opinión, la idea de democracia y derechos humanos es adecuada para estadounidenses, británicos y algunas otras naciones occidentales, pero no adecuada para rusos, chinos, sirios y libios. ¿No es esto un flagrante racismo?

Supuestamente, se trata solo de tres académicos, y aunque ocupan altos cargos en las principales universidades de los EE. UU., no hay razón para conmovernos: ningún puesto académico proporciona inmunidad contra la estupidez política o la oscuridad moral. Sin embargo, es extremadamente preocupante cómo estas posiciones delirantes reciben una exposición desproporcionada en importantes plataformas liberales, desde el New York Times hasta CNN, BBC, CNBC, Bloomberg, Der Spiegel y muchos otros medios importantes donde estas personalidades aparecen con frecuencia. Los tres son, por supuesto, también grandes estrellas en los sitios de noticias en inglés controlados por Rusia y China.

Para entender el nivel de absurdo de las afirmaciones de Sachs, Walt y Mearsheimer, vale la pena mirar a la Europa medieval, en una época en la que en muchas ciudades del continente cualquier hombre sano podía golpear en la plaza central, a una frágil anciana hasta hacerle sangrar para robarle su dinero, sin que nadie le señale con el dedo. En aquellos tiempos, la violencia fue una de las principales causas de muerte. Muchas ciudades perecieron al ser consumidas por la violencia interna que las desintegró paulatinamente. Sin embargo, las ciudades que tuvieron suerte y se unieron a una monarquía fuerte que extendió su protección sobre ellas, sobrevivieron. La violencia en ellos disminuyó dramáticamente y su economía floreció. En la mayoría de los casos, cuando un rey poderoso anexaba una ciudad tal, no lo hacía por preocupación por el bienestar de sus habitantes, sino por codicia y ansia de poder y honor. La vida en estas ciudades, al final, se volvió mucho mejor.

Nuestra ciudad global de hoy es como la ciudad violenta que quedó huérfana en su tiempo porque ningún monarca quería patrocinarla. La escala es mucho mayor, pero las reglas del juego son las mismas. No hay policía, tribunales efectivos ni códigos morales que se apliquen a esta ciudad global. Lo que todavía la ayuda a sobrevivir son los transeúntes en la forma de varios líderes de países democráticos y liberales, que ocasionalmente se atreven a señalar con el dedo al matón de turno y decirle: ¡hasta aquí! Y he aquí, que de repente, emergen académicos de renombre y exigen a estos transeúntes que dejen de involucrarse en asuntos ajenos, calificando esa ayuda de hegemonía e incluso tratando de convencer de que en realidad la culpa no es del acosador, sino de la gente del pueblo que dio la anciana una falsa sensación de que puede caminar con seguridad fuera de la ciudad sin que le hagan daño.

¿Alguien cree que Ucrania habría sobrevivido hoy como estado soberano sin la ayuda militar de Occidente? ¿Alguien cree que después de que Ucrania fuera borrada como entidad política y absorbida por Rusia, Putin estaría satisfecho con este logro? ¿No está claro que sin ninguna disuasión de Occidente, Putin habría continuado hacia los países bálticos y de allí a Polonia? Y en Oriente Medio, ¿alguien cree que Irán habría renunciado voluntariamente a su programa nuclear sin sanciones y sin temor a una acción militar? ¿Qué esperanza dejan Sachs, Walt y Mearsheimer a los pueblos oprimidos de todo el mundo, que piden una pizca de libertad y derechos humanos? Hay muchas naciones de este tipo, y habrá aún más en el futuro.

La correcta posición liberal y moral ante la guerra que se vive desde hace diez meses en Ucrania debería ser todo lo contrario a la propuesta por los tres profesores. En lugar de disolver o reducir la OTAN, debería expandirse y convertirse en una alianza liberal-democrática, a la que se uniría cualquier país que cumpla con las condiciones mínimas en las áreas de democracia y derechos civiles. Cuando llegue el día, creo que También se darán las condiciones para que Rusia se una a esa alianza. Esta alianza ampliada será un reemplazo de las fuerzas policiales impotentes de la ONU, y será una amenaza real contra los dictadores que amenazan a sus países, incluso si aún no se han unido a la alianza. Esta es la visión correcta para quienes creen en los derechos humanos y la democracia, y no la visión de acobardarse ante el mal.

La forma en que las posiciones manifiestamente antimorales se convierten en propiedad de izquierdistas respetables y reciben gran simpatía en las plataformas de medios liberales está relacionada con una concepción obsoleta de la cuestión de qué es una posición de izquierda, concepción que se origina en la era de la Guerra Fría. Según este concepto, un izquierdista debe criticar todas las políticas occidentales, más cuando se trata de la política estadounidense y más aún cuando se trata del uso de la fuerza.

En los últimos años se ha hablado mucho del fenómeno de las fake news, de las falsas noticias, pero es muy posible que el fenómeno de los falsos expertos sea igual de peligroso. Sachs, Walt y Mearsheimer no presentan sus posiciones políticas como posiciones legítimas de ciudadanos comunes, sino como verdades de investigación que son fruto de muchos años de trabajo académico. La modestia no forma parte del carácter de ninguno de ellos. En su sitio personal en la red, Sacks escribe que es “profesor de economía de renombre mundial, autor de best-sellers, educador innovador y líder mundial en desarrollo sostenible”. Para adaptar su posición a su campo de especialización, también presenta un argumento económico descabellado. Se refiere artificialmente al grupo de países conocidos con el poderoso nombre BRICS (acrónimo de cinco economías líder: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica"). Su principal afirmación es que la participación internacional de EE. UU. es ilegítima porque no es lo suficientemente rico: su participación en el PIB mundial es solo del 16 %, mientras que los países BRICS tienen el 41 %. La referencia a la riqueza como fuente de legitimidad en la participación internacional es ciertamente escandalosa, pero es doblemente escandalosa cuando la menciona una persona que se define a sí misma como un economista de izquierda. Para Sachs, las consideraciones morales de justicia y libertad, así como las consideraciones de salvar la vida humana y el bienestar general, no son relevantes en este asunto.

Pero hay poco consuelo en la historia de los tres investigadores de Columbia, Chicago y Harvard. Testifican que trataron de cambiar la política exterior de su país, y que trataron con gran esfuerzo de convencer a los funcionarios del gobierno para que escucharan sus consejos pero recibieron una respuesta fría. Es bueno que así lo sea, porque su experiencia no aporta nada al tema en el que estaban tratando de influir. Las diferencias de opinión entre quienes se oponen a la participación de Occidente en los conflictos internacionales y la mayoría de la población occidental, incluida la mayoría de los gobiernos occidentales, no se encuentran en el campo de los hechos o del análisis político, sino en el campo de la valores. Quienes se oponen a la participación buscan promover un egoísmo nacional desprovisto de empatía y compasión, y fácilmente están dispuestos a apartar la vista del sufrimiento de otras naciones que han sido víctimas de los excesos de dictadores desenfrenados.

Afortunadamente para nosotros, la mayoría del público en Occidente no está preparado para ser socio de este tipo de egoísmo.

Eyal Winter es profesor de economía y director de la Cátedra Silverzweig en la Universidad Hebrea de Jerusalén.