Óscar Sainz de la Maza - EL RETROCESO DE IRÁN


Morir a cuenta de la vestimenta que uno lleve resulta una posibilidad absurda en cualquier rincón de Occidente. No así en Irán: desde 1981, con el ascenso al poder dos años antes del ayatolá Khomeini –un popular clérigo que despreciaba las enseñanzas del islam clásico y que instauró una república teocrática, absoluta y fundamentalista–, la ley obliga a que las mujeres lleven velo y que su ropa cubra adecuadamente las formas del cuerpo femenino, consideradas pecaminosas por el grupo de ayatolás que gobiernan el país.

De vigilar el cumplimiento de esta norma se encarga la llamada policía de la moralidad. Solo parecen exentos de su supervisión los acaudalados barrios del norte de Teherán o la ciudad –un nódulo de celebrities– de Lavasán: lugares donde las mujeres de la élite pueden combinar, dentro de los locales, sus bolsos de Gucci con melenas al descubierto o trajes que descubren el ombligo. En el resto del país, la policía de la moralidad reprime el pecado sin mayor dilación, actuando en grupos mixtos que patrullan las calles en sus furgonetas Mitsubishi blancas y que deciden si el infractor ha de ser amonestado, multado, arrestado o apaleado.

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