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El presidente chino, Xi Jinping, parece decidido a utilizar su tercer mandato quinquenal sin precedentes para remodelar las instituciones internacionales para satisfacer los intereses de su país. Pero las principales potencias mundiales deben cooperar para abordar desafíos globales como el cambio climático.
MADRID – Cuando Deng Xiaoping llegó al poder en 1978, tras la muerte de Mao Zedong, esbozó una nueva estrategia nacional que enfatizaba el gradualismo, la flexibilidad ideológica y la discreción. Deng resumió su doctrina con el dicho: "Esconde tu fuerza y espera tu tiempo". En las décadas que siguieron, este enfoque sustentó la transformación de China en una potencia económica, con los sucesores de Deng centrándose en el crecimiento y manteniendo un bajo perfil internacional. Pero está claro que una política exterior de bajo perfil no es parte del plan del presidente chino Xi Jinping para lograr "el gran rejuvenecimiento de la nación china".
La confirmación de Xi como primer presidente de tres mandatos de China, que casi seguramente ocurrirá durante el 20º Congreso Nacional del Partido Comunista esta semana, llega en un momento delicado. Según Oxford Economics, el crecimiento anual del PIB de China promediará el 4,5% durante la próxima década, antes de desacelerarse a alrededor del 3% entre 2030 y 2040. En los últimos 50 años, la economía de China ha crecido a una tasa anual promedio de casi el 10%. Pero su auge económico pronto podría convertirse en una cosa del pasado.
En este contexto, la tasa de crecimiento anual del PIB de Estados Unidos pronto podría superar a la de China por primera vez desde 1976, el año en que murió Mao. De hecho, las dos economías ahora están creciendo aproximadamente al mismo ritmo: el Banco Mundial ha revisado recientemente a la baja su pronóstico para el crecimiento económico de China este año a 2.8%, en comparación con una tasa esperada de 2.5% en los Estados Unidos.
En las últimas décadas, gran parte de la política occidental hacia China se ha centrado correctamente en la necesidad de integrarla en la comunidad internacional para que su rápido ascenso económico sea pacífico. En las próximas décadas, la comunidad internacional tendrá que prepararse para un escenario en el que la economía de China no logre más que un crecimiento moderado, o incluso bajo.
Además, el espectacular crecimiento económico de China ha generado desigualdades sociales cada vez mayores, lo que podría comprometer su cohesión social en el futuro. No está claro cómo la campaña de "prosperidad común" de Xi afectará el crecimiento económico. Pero si Xi puede lograr su objetivo declarado de reducir la brecha de riqueza sin dañar la economía es una pregunta abierta.
La centralidad de China en la economía global significa que sus decisiones políticas tienen implicaciones de largo alcance. El puerto de Shanghai, el más grande del mundo, estuvo operando a menor capacidad durante meses, debido a la política de cero COVID de Xi. Si bien los repetidos confinamientos han provocado que el PIB de la provincia de Shanghai se contraiga un 13,7% interanual, también han interrumpido gravemente las cadenas de suministro mundiales y han provocado un aumento de la inflación en todo el mundo.
Desde que llegó al poder en 2012, Xi ha señalado repetidamente su ambición de aumentar la influencia de China en el escenario internacional. La reciente Cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai en Samarcanda, Uzbekistán, donde el presidente ruso Vladimir Putin se vio obligado a reconocer las "preguntas y preocupaciones" de China sobre la guerra en Ucrania, fue un buen ejemplo.
Xi ha sido claro sobre su deseo de remodelar el orden internacional para acomodar los intereses chinos. La arquitectura de gobernanza global existente, después de todo, fue establecida después de la Segunda Guerra Mundial por líderes occidentales que fundaron instituciones como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, y establecieron el dólar como la moneda de reserva dominante del mundo.
Como argumenta el ex primer ministro australiano Kevin Rudd en su reciente libro The Avoidable War, China quiere desempeñar un papel de liderazgo en la configuración de las normas globales que definirán el orden internacional en el próximo siglo. Aunque queda por ver cómo China pretende reescribir estas normas, es poco probable que el orden liberal internacional que se construyó después de la Segunda Guerra Mundial permanezca completamente intacto.
Si bien Xi tiene garantizado un tercer mandato de cinco años, los acontecimientos recientes sugieren que podría permanecer en el cargo indefinidamente. El año pasado, una resolución del PCCh elevó al líder chino al estatus de Mao y Deng, despejando así el camino para que permanezca en el poder mucho después de 2028.
El sentido de Xi de su misión histórica como líder de China podría resultar catastrófico. "Resolver la cuestión de Taiwán" es fundamental para lo que Xi ve como su legado, y ha señalado repetidamente sus intenciones de reclamar la isla. Pero si bien la reciente asertividad de Xi en política exterior ha avivado los temores de que China invada, los líderes estadounidenses y chinos deben mantener abiertos los canales de comunicación para evitar una escalada.
Las relaciones entre Estados Unidos y China definirán el siglo XXI, por lo que forjar un camino hacia la coexistencia pacífica es crucial. Esto dependerá no solo de las ambiciones geopolíticas de Xi, sino también del futuro político de Estados Unidos. Las elecciones de mitad de período del próximo mes serán una prueba importante para la salud de la democracia estadounidense. Pero también podrían tener un impacto significativo en el futuro de las relaciones chino-estadounidenses.
El desacoplamiento económico entre Estados Unidos y China sería catastrófico para ambos países y debe evitarse. Mejorar la gobernanza global requiere que las dos principales potencias del mundo sean económica y políticamente saludables. Pero, más que eso, abordar problemas globales como el cambio climático sería imposible sin cooperación. Si queremos construir un nuevo orden internacional adecuado a los desafíos del siglo XXI, debe prevalecer la cordura.
Xi ha sido claro sobre su deseo de remodelar el orden internacional para acomodar los intereses chinos. La arquitectura de gobernanza global existente, después de todo, fue establecida después de la Segunda Guerra Mundial por líderes occidentales que fundaron instituciones como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, y establecieron el dólar como la moneda de reserva dominante del mundo.
Como argumenta el ex primer ministro australiano Kevin Rudd en su reciente libro The Avoidable War, China quiere desempeñar un papel de liderazgo en la configuración de las normas globales que definirán el orden internacional en el próximo siglo. Aunque queda por ver cómo China pretende reescribir estas normas, es poco probable que el orden liberal internacional que se construyó después de la Segunda Guerra Mundial permanezca completamente intacto.
Si bien Xi tiene garantizado un tercer mandato de cinco años, los acontecimientos recientes sugieren que podría permanecer en el cargo indefinidamente. El año pasado, una resolución del PCCh elevó al líder chino al estatus de Mao y Deng, despejando así el camino para que permanezca en el poder mucho después de 2028.
El sentido de Xi de su misión histórica como líder de China podría resultar catastrófico. "Resolver la cuestión de Taiwán" es fundamental para lo que Xi ve como su legado, y ha señalado repetidamente sus intenciones de reclamar la isla. Pero si bien la reciente asertividad de Xi en política exterior ha avivado los temores de que China invada, los líderes estadounidenses y chinos deben mantener abiertos los canales de comunicación para evitar una escalada.
Las relaciones entre Estados Unidos y China definirán el siglo XXI, por lo que forjar un camino hacia la coexistencia pacífica es crucial. Esto dependerá no solo de las ambiciones geopolíticas de Xi, sino también del futuro político de Estados Unidos. Las elecciones de mitad de período del próximo mes serán una prueba importante para la salud de la democracia estadounidense. Pero también podrían tener un impacto significativo en el futuro de las relaciones chino-estadounidenses.
El desacoplamiento económico entre Estados Unidos y China sería catastrófico para ambos países y debe evitarse. Mejorar la gobernanza global requiere que las dos principales potencias del mundo sean económica y políticamente saludables. Pero, más que eso, abordar problemas globales como el cambio climático sería imposible sin cooperación. Si queremos construir un nuevo orden internacional adecuado a los desafíos del siglo XXI, debe prevalecer la cordura.